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RESUMEN - EL DERECHO ROMANO.

Enviado por   •  11 de Marzo de 2018  •  6.671 Palabras (27 Páginas)  •  493 Visitas

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A partir de la caída de los dictadores, los cónsules asumen la administración del poder, y poco después son desplazados por los magistrados. Las magistraturas representaron un incuestionable paso adelante en la democratización del poder, y su diversidad es una muestra de la decantada civilidad romana. El pretor sustituyó al cónsul como administrador de justicia; los cuestores asumieron el papel de administradores financieros y de la justicia capital, los curules se encargaron de la administración de la ciudad y de los mercados; y los censores administraron los derechos políticos y honoríficos de los ciudadanos (derecho a los cargos públicos, derecho a votar, etc.), también llegaron a administrar los inmuebles del Estado y a controlar la adjudicación de obras públicas. No obstante, las decisiones trascendentales de la cosa pública se decidían a través de la pugna permanente entre el Senado (que representaba a las familias de los patricios) y los tribunos de la plebe. Estos tribunos (dos en total) transmitían al pueblo las decisiones del Senado en reuniones colectivas que denominaban concilia plebis; y a los acuerdos que se tomaban en estas reuniones se les llamaba plebiscitos.

Como consecuencia de la promulgación de la Ley de las Doce Tablas, el pueblo (Comitiatus maximus) había pasado a ejecutar directamente la función judicial en materia penal; pero poco antes de la instauración del Imperio (27 a. C. – 476 d. C.) se instituyeron los tribunales permanentes para todos los ciudadanos.

Jesucristo nació y vivió en el momento crucial en que la decadencia de la República daba lugar al surgimiento del Imperio. Tras la muerte del instaurador imperial César Augusto (63 a. C. – 14 d. C.) asume el poder el emperador Tiberio (42 a. C. – 37 d. C.) que nombrara a Poncio Pilatos gobernador de Judea el año 26 d. C. Como gobernador o pretor Pilatos estaba encargado de administrar la justicia –derecho a la vida y muerte-, y sus resoluciones sólo podían ser impugnadas ante los tribunos de la plebe. Judea, como provincia conquistada, tenía derecho a conservar su régimen de usos y costumbres; pero el mandato del gobernador romano y los dictadores jurídicos provenientes de Roma estaban siempre por encima de los usos y las costumbres de las provincias conquistadas.

Poncio Pilatos sabía muy bien que Jesús de Nazaret no podía ser condenado a la pena capital por el derecho romano. En varias ocasiones admitió que ante el derecho romano Jesús era inocente. Pero Pilatos no fue inocente. Su cobardía lo convirtió en un mal pretor romano que permitió que los usos y costumbres de una sociedad teocrática desplazasen a la civitas y la humanitas romanas. Sí, de acuerdo a la ley romana, hubiese decretado la liberación de Jesús, el nombre de Poncio Pilatos no habría quedado impreso de manera ignominiosa en la Historia como sinónimo de juez cobarde.

VI. EL DERECHO HEBREO.

Tanto el derecho hebreo como su sustento teológico son un legado de Melquisedec, rey de Salem (siglo XX a. C.) Durante casi un siglo este sabio gobernante difundió las doctrinas más avanzadas sobre Dios y el hombre, que terminaron siendo parte esencial de las filosofías y las teologías más evolucionadas.

En Grecia fueron los filósofos cínicos los principales divulgadores de las doctrinas salemitas, y los que mantuvieron con mayor fidelidad la promesa hecha por cada discípulo de no fungir jamás como sacerdote y no recibir pago alguno por los servicios, excepto alimentos, vestimenta y alojamiento. La separación entre religión (mundo espiritual) y política (mundo terrenal) fue el eje de las enseñanzas del rey sabio de Salem; sin embargo, Abraham, su principal discípulo, y sobre todo los posteriores jefes tribales, terminaron confundiendo la teología con la política, lo que repercutió sentenciosamente en la incipiente administración de la justicia hebrea.

En la Grecia clásica los poetas, los grandes trágicos y los filósofos trataron una y otra vez de poner los conceptos del valor, belleza y sabiduría por encima de la barbarie politeísta. Pero los griegos, al igual que los romanos, no tuvieron libros sagrados, y sus grandes logros estéticos, filosóficos y políticos sucumbieron finalmente ante la carencia de una verdadera moral.

Aunque los griegos con el culto a Zeus estuvieron más cerca del monoteísmo que los romanos, la herencia anticlerical de Melquisedec impidió que se consolidara una verdadera casta sacerdotal y un culto que rebasara el primitivo antropomorfismo.

En Roma ni los filósofos cínicos ni los estoicos pudieron contener el fervor popular por los cultos de misterio. De la reverencia tribal a Marte, el dios de la guerra, los patricios romanos pasaron fácilmente a la plena aceptación de las deidades olímpicas griegas, dejando que la plebe y los esclavos se entretuvieron con los cultos histéricos de fertilidad importados de Levante. No fue sino hasta la instauración del Imperio con Augusto, que la doctrina salemita de la creencia en un Dios único estuvo a punto de consolidarse. Uno de los sacerdotes más cercanos al flamante emperador le habló de las enseñanzas del rey de Salem y de la necesidad de actualizarlas frente a la peligrosa proliferación de los cultos histéricos. La inteligencia de Augusto captó enseguida el paso adelante que el monoteísmo salemita conllevaba y dio las órdenes pertinentes para reorganizar el sacerdocio, construir templos y llenarlos de bellas imágenes monoteístas que pretendían hacer olvidar para siempre los cultos agrícolas levantinos (Atis, Osiris y Mitra). Pero Augusto era demasiado ambicioso y egoísta como para desaprovechar la oportunidad histórica que se le brindaba: primero se autonombró sumo sacerdote, y después ya no dudó en proclamarse dios supremo.

En el momento histórico en que Jesús nació, sólo Palestina dentro de todo el Imperio se negaba a reconocer la divinidad de Augusto y a rendirle culto como dios verdadero. Para los judíos le teología estaba fijada para siempre, y en esas normas estrictas e inmutables no habían lugar para la deificación de ninguno hombre.

Melquisedec había hecho un pacto con Abraham, el patriarca primigenio de los hebreos (“Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar; así de numerosa será tu simiente”); pero ese pacto llevaba implícita la fidelidad a los tres preceptos y siete mandamientos.

Los preceptos eran:

- Creo en El Elyón, el Dios Altísimo, el único Padre Universal y Creador de todas las cosas.

- Acepto el pacto de Melquisedec con el Altísimo, según el cual se me

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