Reporte del Capítulo 3 del libro de Linda Darling-Hammond “El Derecho de Aprender”

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Los maestros se pronuncian sobre la diferencia entre una buena y una mala política y coinciden en que la diferencia principal estriba en que una mala política choca y muchas veces destruye su adaptabilidad y tratan de hacer que los esfuerzos de los maestros se reduzcan a esfuerzos mecánicos que al ignorar la multidimensionalidad que se vive en la enseñanza termina por volverla infértil.

La realidad de los alumnos y de sus múltiples características y necesidades es un elemento fundamental para la planeación de una cátedra, de hecho la planeación debe de tener una gran parte de margen de actuación sin condicionantes, es decir, no se puede planear minuto por minuto u hora por hora una materia, debemos de entender que existen temas que requerirán respuestas, actividades y soluciones que no conocíamos al momento de idear la clase pero que al momento de impartirla afloran por las opiniones, capacidades y actitudes del alumnado.

No debemos de confundir el cubrir los temas de manera formal con el éxito logrado en el salón de clases, ya que lo primero seguramente se dará con un maestro que logre que sus alumnos estén callados y “disciplinados”, pero no nos asegura que se logre el éxito consistente en que los alumnos aprendan y no simplemente vayan a, como se dice coloquialmente, “calentar la banca”.

Para lograr el éxito del aprendizaje de los alumnos se debe tener una lista de prioridades bien definida. En primer lugar debemos de tener el crecimiento intelectual de los alumnos, jamás debemos de ponerlo en segundo lugar por debajo de la labor de completar los temas a precio de darlos superficiales y sin que el alumno adopte los conocimientos como suyos.

En los ochenta existían varios programas estatales de educación que hacían hasta lo imposible por premiar que el maestro fuera a dar clases sin tomar en cuenta las opiniones de los alumnos, de hecho obligaba a los maestros a descalificar las preguntas reiterativas, las respuestas que involucraran opiniones y el diálogo. Estos sistemas negaban al maestro la capacidad de conocer a sus alumnos y de intentar adaptarse a ellos, hacían del maestro una máquina de dictado que solamente tomaba en consideración las respuestas cien por ciento libres de personalidad.

Los maestros niegan ser partidarios de un esquema fijo que les haga robóticos en la enseñanza, aseguran que eso quita lo que más aman de su profesión, de hecho lo que más aman es crear mentes hábiles y darles la oportunidad de conocer, sin embargo esta oportunidad requiere del libre pensamiento de los alumnos; no se puede hacer que los alumnos aprendan sin darles la oportunidad de participar en la clase y de darle a su pensamiento un rol activo.

Otro elemento importante es el de la complementariedad que logran los alumnos entre ellos y con el profesor. Los maestros están de acuerdo en que se debe de cubrir un conjunto de temas, sin embargo esto no se puede si no se conoce a los alumnos; saber quiénes son, qué desean, qué les interesa o qué les cuesta trabajo hacen de la enseñanza una labor que puede llegar a dar muchos frutos, pues precisamente se conoce “el campo sobre el que se va a sembrar”.

Por otro lado, la idea de llenar una y otra vez reportes sobre lo que se hace en clase hace que se pierda la energía y el tiempo de los maestros en papeleo que si bien lleva a organización administrativa, no hace una diferencia en el aula. El autor cita a un maestro diciendo: “… hay un sistema de registro masivo para poder anotar cualquier pequeño detalle de todo esto: qué es lo que se enseña, qué es lo que se domina, qué es lo que se vuele a enseñar y reforzar y evaluar con posterioridad. Sencillamente nos desborda”.

El autor concluye su capítulo expresando que debe de haber un cuidado con las políticas educativas, pues el gobierno tiene en sus manos la responsabilidad de guiar la educación, sin embargo eso no debe de ser excusa para entorpecerla y burocratizarla en un sentido muy poco profesional.