Siempre viví una vida tranquila. Tenía buenos amigos, una buena esposa, hijos cariñosos y el empleo de mis sueños
Enviado por Rimma • 27 de Abril de 2018 • 1.078 Palabras (5 Páginas) • 422 Visitas
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Pasé días hospitalizado. Un amigo se hacía cargo de los niños mientras estaba inhabilitado. Cuando me dieron de alta, volví a casa sin sentirme para nada mejor, pero los doctores insistían en que era un hombre sano y decidieron enviarme a casa para “darle mi lugar a alguien que de verdad lo necesitara”. Pero justo al salir del hospital, las cosas empeoraron. Sentí un gran dolor en el pecho, como si estuviera sufriendo un ataque cardíaco. En mi mente solo podía recordar aquella maldita escena de mi amada cayendo al suelo mientras la vida escapaba de sus ojos. “No otra vez, esto no puede ser.” Pensé. No podía hablar, apenas podía contener el aire en mis pulmones, quede paralizado. Me desplome y fui internado nuevamente. Para sorpresa y asombro de todos, los exámenes no mostraban nada malo. De nuevo, todo parecía indicar que era un hombre sano que buscaba llamar la atención de todos.
El tiempo fue pasando en aquel maldito hospital. A donde quiera que mirase podía sentir la mirada de despreció de cada miembro del personal. Todos me trataban como un loco. Ninguna enfermera quería acercarse a mí ya que “yo no necesitaba ayuda, puesto que no tenía ninguna enfermedad”. Pero a cada segundo que pasaba podía sentir como los latidos de mi corazón iban disminuyendo y tornándose más débiles. Al igual que mis pulmones, que ya casi no retenían nada de aire, mis órganos se iban debilitando a cada segundo. Ya no hablaba, y no porque no quisiera. Me era imposible pronunciar una palabra sin sentir como colapsaban mis pulmones. Mi estómago comenzó a presentar síntomas similares. No podía retener nada de lo que ingería, apenas una pequeña cucharada de cualquier alimento bastaba para hacerme sentir satisfecho. Sentía como los ácidos estomacales recorrían todo mi esófago una y otra vez para luego volver a su sitio. Fue una de las sensaciones más desagradables que jamás experimenté.
Los días fueron pasando, y con ellos, fueron muriendo cada uno de mis órganos. Literalmente estaba muerto en vida. Ya no me trataban como un imbécil en busca de atención, sino como un esquizofrénico. Me trataban como si fuera un maldito loco. Ya no comía, no sentía ansiedad, no sentía miedo, no sentía nada excepto el ferviente deseo de que todo terminará para mí de una vez. Fui transferido a una institución de rehabilitación mental. No soportaba ver el rostro de mis hijos cuando me visitaban. El miedo en su mirada. Les pedí a los doctores que les dijeran que había muerto, solo para evitarles el trauma de ver mi cadavérico rostro. Era un muerto en vida. Un monstruo. No comprendía como podía seguir caminando, como podía comunicarme con el resto de las personas. Estaba muerto, y no en un sentido metafórico. Literalmente no tenía pulso. Mi corazón se había detenido hace mucho tiempo. Podía oler el asqueroso aroma de putrefacción, propio de un cadáver en un avanzado estado de descomposición, que surgía de mí.
No puedo entender como siguen torturándome ¿Por qué no terminan de enterrarme? Soy un cadáver andante. Lo único que podía sentir era el dolor de los gusanos masticando mi piel.
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