Insomnio colectivo en tiempos de confinamiento

Insomnio colectivo en tiempos de confinamiento

Por Rosa Portillo

Después que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara el 11 de marzo al COVID-19 como una pandemia mundial, el gobierno de El Salvador implementó medidas para contrarrestar el impacto; mismas que cambiarían el desarrollo habitual de las actividades de toda la población salvadoreña.

Ese mismo día en la tarde, se suspenden las actividades académicas presenciales en el sistema educativo público y privado; medida que provocaría mi regreso al lado de mi familia en Tejutla, Chalatenango.

A la semana de la paralización del sistema educativo, el 18 de marzo, se registra el primer caso de COVID-19 en el país. La situación de esa noche fue de incertidumbre en el seno de las familias salvadoreñas preocupadas por un escenario desconocido; mi casa no fue la excepción.

Tres días después la duda sobre lo que vendría aumentó cuando se declara cuarentena domiciliar obligatoria por 15 días en todo el territorio. La medida generó cambios, la normalidad a la que estábamos acostumbrados es ahora el peligro para nuestra salud.

Monotonía

Los días transcurren con una falta de variedad, la imaginación resulta inútil cuando la frustración de adaptarse a una nueva forma de vida se presenta. Despertar, tomar el móvil y verificar las redes sociales esperando ver una señal de esperanza es el día a día. Revisar las tareas, para aquellos que tenemos el privilegio de seguir nuestro ciclo académico detrás de un aparato tecnológico, también es un escape de la realidad.

Compartir con la familia las tareas del hogar, tener la oportunidad de convivir en la mesa, debatir sobre el actuar de quienes nos gobiernan, buscar alguna actividad que nos una, esas son algunas de las cosas que nos hacen olvidar por momentos el “COVID-19” tan sonante en todos los espacios a los que accedemos.

El 29 de marzo, la Asamblea Legislativa prorroga 15 días más el régimen de excepción en el país y con ello se avecinaba una prolongación constante en el tiempo de confinamiento. Solo dos días después se registra la primera muerte por COVID-19 en el país, otro escenario triste en todo el territorio. Ese día la falta de sueño de mi mamá se convirtió en su enemigo y así el de muchos salvadoreños.

Los días siguieron, las calles desoladas de mi pueblo, Tejutla, al norte del país se mantenían igual, la cotidianidad en mi hogar continuaba y las pláticas con personas amadas se efectuaban a través de una pantalla.

El confinamiento nos robó el mes de abril

Ya era abril, el cuarto mes del año, y la zozobra de un año irregular seguía creciendo. Era miércoles 8 y aún no había respuesta a las personas que por las medidas están varadas en otros países. La Semana Santa esta vez fue de sacrificios colectivos y una sensación de terror frente a un virus que ya ha quitado la vida de miles a nivel mundial.

La mitad de abril ha transcurrido, y el día 15 la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia se pronuncia ante la violación de derechos suscitados por las autoridades, quienes lo justifican con el intento de contener el impacto de la pandemia. Un día después, una nueva sesión plenaria del Órgano Legislativo anunciaba continuar por medio mes más el Estado de Emergencia. Ese día no solo hubo incertidumbre por el aumento en el tiempo de confinamiento, sino que el dolor y la tristeza nubló los hogares, ya que en horas de la noche fallecía el primer niño de COVID-19 en nuestro país. El insomnio colectivo otra vez inundaba las redes sociales.