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LAS SEIS FUNCIONES DEL LENGUAJE

Enviado por   •  2 de Marzo de 2018  •  1.878 Palabras (8 Páginas)  •  746 Visitas

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-¿Nada! ¿Y tú?

-¡Nada!

- ¡Nos vemos!

-¡Nos vemos!

Lo mismo sucede con la expresión ¡aló! cuando contestamos el teléfono; en ese caso el lenguaje es utilizado como un índice de la operatividad del canal y de nuestra disposición a comunicarnos. Jakobson señala, además, que esta función –desde la perspectiva de la adquisición del lenguaje- es la primera en ser empleada por los niños –repárese en los balbuceos de los bebés que aún no manejan el lenguaje- pues en ella se potencia el “contacto” antes que la capacidad para extraer o transmitir información lingüística.

La función metalingüística apunta al código y supone utilizar el lenguaje para hablar del mismo lenguaje y lo convierte así en “objeto de referencia”. La gramática, por ejemplo, o las definiciones que consignan los diccionarios no vienen a ser otra cosa que usos metalingüísticos del lenguaje, pues se recurre a signos para explicar y definir otros signos. En este mismo instante estamos precisando el significado de la expresión “función lingüística” y para ello nos servimos de otras palabras, empleando el lenguaje para referirnos al lenguaje mismo.

Es necesario destacar que la función metalingüística aparece también en nuestras comunicaciones cotidianas. Cuando el emisor y/o receptor requieren verificar el significado de una palabra para comprobar sí están utilizando de la misma manera el código, están recurriendo a ella. Ambos precisan así conceptos ambiguos o se ponen de acuerdo para proporcionarles determinados significados a los signos que emplean en su discurso. En el siguiente fragmento tomado del famoso relato de Lewis Carroll Alicia al otro lado del espejo[3] podemos constatar el uso de esta función con toda claridad:

Brillaba, brumeando negro, el sol;

agiliscosos giroscaban los limazones

banerrando por las váparas lejanas,

mimosos se fruncían los borogobios

mientras el momio rantas murgiflaba.

- Con esto basta para empezar –interrumpió Zanco Panco- que ya tenemos un montón difíciles. Eso de que “brumeaba negro el sol” quiere decir que eran ya las cuatro de la tarde …, porque es cuando se encienden las brasas para asar la cena.

- Esto me parece muy bien –aprobó Alicia- pero, ¿y lo de “agiliscosos”?

- Bueno, verás: “agiliscosos” quiere decir ágil y viscoso, ¿comprendes? Es como si se tratara de un sobretodo …, son dos significados que envuelven a la misma palabra.

- Ahora lo comprendo –asintió Alicia pensativamente- ¿Y qué son los “limazones”?

- Bueno, los “limazones” son un poco como los tejones…, pero también se parecen un poco a los lagartos…, y también un poco el aspecto de un sacacorchos.

Finalmente, la función poética se orienta hacia el mismo mensaje pues destaca la materialidad de los significantes y no solo la información que los signos contienen. Así sucede con las producciones de arte verbal, por ejemplo, donde aparece esta función en toda su plenitud; de esta manera la literatura pretende hacernos percibir y apreciar el discurso mismo; nos impone -como afirma Todorov- “la presencia de las palabras”[4]. Detengámonos a modo de ilustración en el poema de Vallejo “Intensidad y altura”[5]:

Quiero escribir, pero me sale espuma,

quiero decir muchísimo y me atollo;

no hay cifra hablada que no sea suma,

no hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;

quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay tos hablada, que no llegue a bruma,

no hay dios ni hijo de dios sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

carne de llanto, fruta de gemido,

nuestra alma melancólica en conserva.

¡Vámonos! ¡Vámonos! Estoy herido;

Vámonos a beber lo ya bebido,

Vámonos, cuervo a fecundar tu cuerva.

En el poema citado el mensaje no importa solo por sus significados, sino también, y en gran medida, por sus significantes: la textura sonora de las palabras y la elección de ellas, las rimas, la disposición de los acentos, la recurrencia de las estructuras sintácticas similares, etc., destacan al aspecto concreto de los signos, y ponen en relieve el discurso. Por ello, como ha sugerido Northrop Frye, la literatura muestra una dirección “centrípeta” hacia la propia escritura verbal concentrando el lenguaje sobre sí mismo, en oposición a las otras funciones del lenguaje que revelarían una dirección “centrifuga”, en tanto suponen la orientación del mensaje a los otros elementos del proceso comunicativo (principalmente los referidos al emisor, receptor y contexto) ajenos al lenguaje mismo[6].

Por otro lado este poema explora, en lo semántico, la insuficiencia del lenguaje, que se muestra incapaz de plasmar y comunicar determinadas experiencias que son en última instancia inexpresables. El texto oscila, pues, entre lo “fable” y lo “inefable”, y revela, en este sentido, un rasgo adicional del discurso literario: la necesidad de forzar el lenguaje y la exploración y conquista de nuevos giros y expresiones que se alejen de la rutina, la repetición habitual o el lugar común. Cualquier creador literario –en mayor o menor medida y con mayor o menor conciencia- rechaza así el mero valor utilitario del lenguaje y lo convierte en su propio fin. Esto no quiere decir, obviamente, que el mensaje literario carezca de significados o que sea incapaz de trasmitir emociones, apelar al receptor o referirse a la realidad. Como ya lo hemos señalado, la presencia de alguna de las funciones del lenguaje no excluye la intervención de las otras y así sucede en todas las obras de creación verbal, en donde la función poética del lenguaje se articula con las otras funciones. Sin embargo, la noción de “literariedad” (es decir la esencialidad del lenguaje

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