Legunaje escrito montruo.
Enviado por poland6525 • 22 de Febrero de 2018 • 4.027 Palabras (17 Páginas) • 290 Visitas
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4. Y sin embargo seguimos eligiendo para los puestos públicos a quienes se siguen llamando, o se dejan llamar cuando les conviene, conservadores o liberales. O son o no son. Si no son, díganlo y renieguen del nombre. Pero si lo son, carguen con la responsabilidad de lo que es hoy Colombia y con la etiqueta que se merecen de infames. Todo lo regularon, todo lo legislaron, todo lo gravaron. No se movía aquí una hoja de árbol sin que pagara un impuesto o la controlara una ley. Hubo aquí un impuesto de ausentismo para los colombianos que vivíamos afuera, y un impuesto de soltería para los que no teníamos hijos. ¿Ausentismo el de los millones de colombianos que vivíamos en los Estados Unidos, en México, en Venezuela, regados por el mundo, donde fuera, porque aquí nos cerraron todas las puertas? ¿Y soltería donde la gente se reproduce como animales y ya no cabemos? Los animales los matamos, los bosques los tumbamos, los ríos los secamos, y los que aún corren los volvimos cloacas. Cuando yo me fui, hace años, muchos años, me llevé en la memoria al Cauca, el río de mi niñez. Se fue conmigo ese río caudaloso, torrentoso, sonándome en el corazón sus queridas aguas. Un día, en uno de mis regresos, lo volví a ver: era una quebrada sucia.
5. Yo no soy vocero de nadie ni hablo por nadie, pero en estos instantes siento como si hablara a nombre de esos millones que se fueron de Colombia sin querer, porque yo también me fui, porque yo soy uno de ellos. Yo nunca me he querido ir. Yo no tengo más patria que ésta. ¡Impuesto de ausentismo como si la ausencia forzada fuera una traición!
6. ¡El impuesto de soltería como si casarse para imponer la vida fuera una obligación! ¿No será al revés, crimen lo que creen mérito? Quitar la vida incluso, lo cual va contra el quinto mandamiento, es un delito menor. Imponer la vida es el crimen máximo, así para ese no haya mandamiento que lo prohíba. Aquí todo el mundo se rasga las vestiduras por los treinta mil asesinados de Colombia al año con los que nos hemos convertido, y desde hace mucho, en el país más asesino de la tierra. ¿Y quién levanta su voz por los quinientos mil o un millón de niños que sin haberlo pedido nacen en el país cada año? ¿La Iglesia? ¿La Iglesia que es la que los va a sostener? La Iglesia no sostiene a nadie, ella está para que la sostengan. ¿Y dónde van a vivir? ¿Y qué van a comer? Vivirán en las comunas de Medellín que son una delicia, y comerán maná del cielo que les lloverá la Divina Providencia.
7. Ni el partido conservador ni el partido liberal ni la Iglesia, que aquí son los dueños de la voz, han hablado nunca por ellos. Por eso de los dos millones que éramos al comenzar este siglo ya somos cuarenta y no nos toleramos porque no cabemos. Pero estábamos en la proliferación de impuestos. ¡Cómo así que un impuesto de guerra! ¿No se ha venido pues gastando siempre el Ejército una parte enorme del presupuesto nacional? ¿Todo ese dinero qué se hace, qué se hizo, a qué saco roto ha ido a dar? Como el impuesto de guerra lo que nos resultó fue el impuesto de la derrota, ahora estrenamos gobierno con el impuesto de la paz. ¿La paz un impuesto? O sea, como quien dice, que aquí pagamos porque estamos vivos y pagamos porque estamos muertos. Un Estado que no es capaz de protegerle la vida a nadie no tiene derecho a cobrar impuestos. Ni de paz ni de guerra ni de nada. Eso es una inmoralidad.
8. Poniendo una tras otra las leyes y constituciones que aquí se han expedido desde el Congreso «admirable», le podemos dar la vuelta a esta galaxia. La más reciente Constitución le cambió el nombre a la capital y se lo volvió al del comienzo, Santafé de Bogotá, que era el que tenía hace ciento ochenta años, cuando lo del florero. Así que aquí avanzamos retrocediendo como el cangrejo. No faltará otro presidente genial que convoque otro Congreso admirable que nos expida otra Constitución admirable que le vuelva a cambiar el nombre a esa ciudad por el que tenía cuando nacimos, el de la simple Bogotá. Ya dirán que es lo más conveniente para el correo. Sigan brillando, genios nuestros de la administración y de las leyes, que mientras más brillen ustedes nosotros más nos apagamos.
9. ¡Y el actual Congreso! No éste de esta noche de esta sala sino el otro, el honorable. El espectáculo que nos ha venido dando durante estos últimos años el honorable, ¿no les hace pensar a ustedes, amigos escritores, que estamos usando muy mal el idioma? Yo tenía entendido que «honorable» significaba «gente de bien» y no lo contrario. Entonces una de dos: o la palabra «honorable» pasa en adelante a designar lo opuesto a lo que designaba cuando yo nací y así se lo notificaremos a la Real Academia Española de la Lengua para que tome nota, o se la quitamos al Congreso de Colombia. Yo le propongo a este Primer Congreso de Escritores Colombianos aquí reunidos que al Honorable Congreso de la República de Colombia le quitemos el «honorable»: primero para aligerarlos de arandelas; y segundo para que tratemos de salvar aunque sea, en medio de esta catástrofe, el idioma, de suerte que si nos vamos a seguir matando por lo menos nos entendamos y nos podamos decir por qué. En la confusión los linderos de las palabras se nos han borrado y ya estamos en plena torre de Babel. Ya no sabemos dónde está la decencia y dónde la delincuencia. Ya no distinguimos a la víctima del victimario. Se nos enloqueció la semántica.
10. La brecha inmensa que se ha abierto entre los colombianos en estos dos siglos que van corridos desde el florero no es entre ricos y pobres como dicen muchos. Pobres siempre ha habido y siempre habrá, y mientras más se reproduzcan más. La brecha, la brecha injusta, la brecha inmensa es entre gobernantes y gobernados, entre funcionarios y ciudadanos. Aquí no hay servidores públicos. Esos son cuentos. Lo que hay es aprovechadores públicos que se reparten y parrandean los puestos. Se los pasan de padres a hijos, de amigos a amigos, de compinches a hermanos: las alcaldías, las gobernaciones, los ministerios, la presidencia. Ellos son los que dicen, ellos son los que hablan, ellos son los que ges-ticulan; nosotros los que los oímos y los vemos y los padecemos. Ellos son los protagonistas de la Historia; nosotros los comparsas de su gloria. En ellos están puestos los reflectores; nosotros estamos en la sombra. Ellos son los que suben; nosotros los que bajamos. Ellos son los que cobran; nosotros los que pagamos, los que pagamos los impuestos y los platos rotos de su fiesta. Dueños ellos y señores de las primeras planas, nosotros saldremos en la página roja. Ellos van, vienen, funcionan, y mientras más van y vienen y funcionan, con sus patas enormes de elefante ciego más nos atropellan. Nosotros somos los servidores
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