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Arreola Juan Jose - Confabulario Definitivo.

Enviado por   •  10 de Febrero de 2018  •  67.047 Palabras (269 Páginas)  •  309 Visitas

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A partir de La Feria y de Palíndroma Arreola ha pasado a engrosar las filas de los grandes escritores mexicanos del silencio, junto con Gorostiza y Rulfo. En la actualidad es asesor del Centro Mexicano de Escritores y de varios talleres literarios, y ocupa la cátedra de «Creación Literaria» en la Universidad Nacional Autónoma de México.

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Itinerario del cuento mexicano

En los orígenes del cuento mexicano está siempre la figura inaugural de Alfonso Reyes. El capitanea una de las dos vertientes narrativas cultivadas por los escritores que se agruparon en torno al Ateneo de la Juventud fundado en 1909, cuya labor se prolongaría en colonialistas y contemporáneos. Junto con Ensayos y poemas de Julio Torri, su libro El plano oblicuo (1920), escrito en México, corregido y publicado en España, representa la línea fantástica; en el otro extremo, la prosa realista de Martín Luis Guzmán y Vasconcelos, que se instala en el contexto histórico de la Revolución. Esto no quiere decir que aquéllos ignoraran el presente, pero su mirada apuntaba más lejos, su revolución era más espiritual que sujeta a necesidades materiales. En cualquier caso existe una especie de sincronía entre los cambios en las directrices políticas de los sucesivos gobiernos mexicanos y las preferencias temáticas de los escritores. Así, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) que intentó llevar a cabo la reforma agraria surge una prosa preocupada indistintamente por los temas campesinos e indigenistas. Cuando el sucesor Avila Camacho (1940-1946) se propuso industrializar México, la literatura se desplazó a la ciudad. Los cuentos de Dios en la tierra (1944) de José Revueltas, «con su hondo fatalismo en la concepción del destino humano» —al decir de Fuentes—, cierran una etapa e inauguran otra. Es el Ecuador del cuento mexicano contemporáneo, por lo tanto significan para la narración breve lo que representó Al filo del agua de Agustín Yáñez para la novela mexicana. Libro convergente y confluyente como lo fue el régimen de Miguel Alemán (1946-1952), quien pretendió unir la proclividad nacionalista de Cárdenas con el fervor industrial de Ávila Camacho. Precisamente durante su mandato se publicaron los dos primeros libros de Juan José Arreola: Varia Invención (1949) y Confabulario (1952). Con ellos penetraba en la literatura mexicana una veta humorística prácticamente ausente hasta entonces. «En los cuentos de Arreola —afirma E. Carballo— el humor y la alegría se imponen en apariencia a la irritación y los dolores metafísicos… en él los lastres que venía padeciendo nuestra prosa (el costumbrismo, la adoctrinación, la actitud anacrónica con que se juzga la historia, escrita en otros lugares) han desaparecido sin dejar huella[1]». Sin embargo, cuando trata temas de la vida provinciana adopta un estilo realista notoriamente distinto al de sus cuentos fantásticos.

Lo que en Arreola es alternancia en Rulfo es síntesis: una atmósfera mágica circunda en El llano en llamas las tierras desoladas, la miseria y el fatalismo de la comunidad mexicana rural, fruto del fracaso revolucionario.

Tras Rulfo, Carlos Fuentes culmina esta etapa de madurez del cuento mexicano con Los días enmascarados (1954) y sobre todo en Cantar de ciegos.

Las promociones más recientes buscan su identidad en la oposición a los falsos valores de la sociedad mexicana moderna —progreso industrial, educación e ideal revolucionario— que sustituyen por otros como el amor, la amistad o la belleza.

Si en un principio distinguíamos dos tendencias en la narrativa mexicana, una más imaginativa y otra más realista, distinción muy común a la mayor parte de las literaturas, actualmente esta dicotomía se resuelve —siguiendo a Marco Glantz[2]— en los términos onda y escritura o, como diría Paz, crítica social y creación verbal. La necesidad psicológica de los jóvenes de ser y sentirse diferentes crea el lenguaje continuamente renovador de la onda. Más que una invención es:

El advenimiento de un tipo de realismo en el que el lenguaje popular de la ciudad de México, ese lenguaje soez del albur tantas veces mencionado, al que los jóvenes tienen acceso en las escuelas, a través de los sketches cómicos de carpas, y hasta de la televisión, ingresa en la literatura directamente. El humor que del diálogo se desgaja suele encubrir en muchas ocasiones —Orlando Ortiz, Sainz, Agustín, Avilés, Páramo, García Saldaña, Monjarrez— el miedo siempre presente de enfrentarse a la muerte, al envejecimiento prematuro, a la adultez, a la descomposición del amor[3].

Del otro lado, la escritura, con la preocupación por el lenguaje y el tejido narrativo. Sin ser excluyentes, onda y escritura carecen de principios comunes. La narrativa de la onda se sirve del lenguaje para explorar el mundo, antepone el contenido a la forma. A los narradores de la «escritura» les preocupa el lenguaje y la experimentación formal en un intento de liquidar las formas narrativas tradicionales. Vicente Leñero, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco militan en sus filas. Muchos de los escritores más jóvenes proceden del taller literario fundado por Arreola, Mester, junto con la revista del mismo nombre.

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El universo confabulado de Arreola

Una de las posibles razones que justifican el vacío crítico en torno a la obra de Arreola es la propia actitud del escritor. A diferencia de otros autores contemporáneos, dista de ser un «crítico practicante» en el sentido que le daba T. S. Eliot: ningún ensayo que muestre con claridad las filiaciones literarias, los gustos y preferencias. Sí existen declaraciones, casi siempre improvisadas, en las numerosas charlas y conferencias pronunciadas en diversas universidades; fue en la Universidad de Texas (Austin) donde confesó: «No he podido entender de dónde me vino la vocación literaria, que ha sido real, pero que se ha desperdigado, destruido…». Palabras testimoniales tanto de la ausencia de un espacio intelectual que ilumine al lector y al mismo creador sobre los secretos de la obra, como de la indolencia creadora que tantos reproches le ha merecido. No es menos cierto que algunas razones justifican esta actitud. Su horror ante una literatura de recetario y a ese «negocio de embutidos» que es el negocio editorial le ha dejado «en la quebrada del que escribe poco». A falta de ese espacio incita al lector a confabularse con

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