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George Soros ha escrito un libro brillante y poderoso, On Globalization

Enviado por   •  19 de Diciembre de 2017  •  5.641 Palabras (23 Páginas)  •  524 Visitas

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se convierte no sólo en un imperativo moral sino también en algo que debería verse como un asunto de interés personal. El libro de Soros está escrito con una sencillez que lo convierte en una excelente introducción a las organizaciones económicas internacionales, incluidas el FMI, la OMC y el Banco Mundial. Aunque todas ellas suelen tener perfiles borrosos en las mentes del público, son instituciones muy distintas, con misiones, culturas y organismos de gobierno diferentes. Todas desempeñan un importante papel en el desarrollo del drama de la globalización y, en consecuencia, soportan muchas de las culpas por sus fracasos. Como dice Soros, «funcionan para beneficiar a los países ricos que las controlan, a menudo en detrimento de los pobres». En sus fracasos como institución, el FMI es claramente la peor de las organizaciones. Como señala Soros: «Desde la crisis de 1997-1999 [...] el emperador está desnudo: los programas del FMI no consiguen impactar en los mercados». Y él tiene que saberlo. Al igual que la mayor parte de los economistas, ve que las políticas que el FMI defendió antes de esa crisis han contribuido a provocarla al ir demasiado lejos en la insistencia en la liberalización de los mercados de capital, esto es, en animar a los países a aceptar préstamos a largo y corto plazo sin controles eficaces sobre sus efectos posiblemente perjudiciales (por ejemplo, cuando un acreedor extranjero retira el capital repentinamente). Con su comedimiento habitual, Soros señala que «el FMI estaba incluso proponiendo incluir la apertura de mercados de capital entre sus objetivos fundamentales en el momento en que estalló la crisis asiática. Desde entonces no se ha oído hablar mucho de esa propuesta». No han faltado quienes, en vista de los fracasos de las instituciones económicas internacionales, han defendido su abolición. Pero Soros, en el espíritu práctico de la sociedad abierta, reconoce que en el nuevo mundo de la globalización existe una necesidad incluso mayor de que los países actúen colectivamente por medio de instituciones internacionales. La globalización comporta mayor interdependencia, y la interdependencia requiere cooperación. Soros defiende convincentemente la necesidad de mayores desembolsos en bienes públicos globales, incluidos la sanidad y el desarrollo económico. Justo en el momento en que tenemos una necesidad urgente de instituciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial, la confianza en estas instituciones se encuentra en su punto más bajo. La solución no es abolirlas, sino reformarlas, y una gran parte del libro de Soros está dedicada a proponer reformas específicas, entre ellas una innovadora fuente de financiación y una innovadora aproximación a la ayuda exterior. Ambas me parecen muy importantes. LA PROPUESTA DEG La primera reforma que propone Soros es algo complicada. Los países guardan reservas, básicamente dinero en el banco para cuando lleguen las vacas flacas. Lo característico es que guarden estas reservas en una forma líquida y segura: obligaciones del Tesoro de Estados Unidos. Guardar reservas es caro para los países en vías de desarrollo; hoy ganan menos del 2% con sus obligaciones del Tesoro, mientras que las inversiones en su propio país dan un rendimiento mucho más alto. La diferencia entre el rendimiento de las obligaciones del Tesoro de Estados Unidos y el rendimiento de otras inversiones es el precio que tienen que pagar para conservar reservas suficientes que les protejan contra la alta volatilidad de los mercados internacionales. Los tipos de interés pueden subir de la noche a la mañana por razones que no tienen nada que ver con lo que está sucediendo en su propio país; los precios de las importaciones, como el petróleo, pueden dispararse de golpe, mientras que los precios de lo que el país vende pueden caer en picado. O el país puede encontrarse con que el mercado para sus bienes disminuye rápidamente cuando se desencadena una recesión global. Los tipos de cambio pueden subir o bajar el 50 por 100 o más, por razones que son inexplicables incluso para los llamados expertos. La globalización ha incrementado tanto el nivel de volatilidad como el grado de exposición de los países en vías de desarrollo a este tipo de riesgos. Uno de los costes que han tenido que pagar es apartar más dinero en reservas de un bajo interés. Estados Unidos ha sido uno de los más ardientes defensores tanto de la globalización como de políticas tales como la liberalización de mercados de capitales, que provocan que los países sean especialmente vulnerables a los riesgos que he mencionado. Al mismo tiempo, Estados Unidos se ha beneficiado de la creciente demanda de reservas de dólares, mientras que los países en vías de desarrollo han pagado un alto precio para obtenerlas. Hay, además, un intrínseco sesgo deflacionario en estos acuerdos internacionales, ya que cada año no se gastan miles de millones de dólares de ingresos, sino que simplemente se guardan en reservas líquidas. El sistema tiene, por añadidura, una inestabilidad inherente. El FMI (y otros) advierte constantemente a los países en vías de desarrollo contra estos déficit comerciales. Pero la suma de los déficit comerciales del mundo debe ser igual a la suma de los superávit; así, si unos pocos países grandes, como Japón y China, insisten en tener un superávit, el resto del mundo debe tener un déficit. Si algún país reduce su déficit (como hizo Corea tras la crisis de 1997), el déficit simplemente debe surgir en alguna otra parte del sistema. Y cuando un país se encuentra con un gran déficit, debe hacer frente a una crisis. Si los inversores venden su moneda, su banco central puede verse obligado a subir los tipos de interés para evitar que la divisa caiga abruptamente. Los altos tipos de interés pueden ralentizar el crecimiento del país y provocar una recesión. Lo único que mantiene el sistema en funcionamiento es que Estados Unidos, el país más rico del mundo, se ha convertido en el «déficit de última instancia». Esta es la ironía suprema: el sistema financiero permite que Estados Unidos viva año tras año por encima de sus posibilidades, comprando en el extranjero muchos más bienes de los que vende, incluso a pesar de que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, año tras año, imparte lecciones a otros sobre por qué no debe hacerse eso. Y el valor total de los beneficios que Estados Unidos obtiene del actual sistema excede, en una cantidad considerable, al de la ayuda exterior total que brinda Estados Unidos. Qué mundo tan peculiar, en el que los países pobres están subvencionando en la práctica al país más rico, que resulta estar al mismo tiempo entre los más tacaños a la hora de prestar ayuda en el mundo. Como señala Soros: «La ayuda exterior asciende a un mísero 0,1 por 100 del PNB de Estados Unidos, en comparación

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