EL PENSAMIENO POLÍICO DE SPINOZA

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El poder absoluto tiene también sus límites, que son los derechos de las personas, especialmente la libertad de pensar, de expresarse, de enseñar lo que se piensa y de filosofar: será violentísimo aquel Estado en que se niegue a cada uno la libertad de decir y enseñar lo que piensa, siendo, por el contrario, moderno aquel donde esta libertad se concede a cada uno (Tratado teológico-político).

Spinoza es un firme defensor del Estado, porque ve en él la base de la concordia civil, que no pueden proporcionar las sectas. Un pensador como él, que había sufrido la expulsión de su comunidad de fe y la persecución por causa de sus ideas, no puede olvidar la injusticia de esas situaciones y, quizá por eso, considera al Estado como único garante para poder pensar y vivir libremente.

En el capítulo XX del Tratado Teológico-Político, Spinoza muestra que si bien la libertad de expresión puede ser efectivamente coartada por medios coercitivos, no ocurre lo mismo con la libertad de pensamiento que es invulnerable a toda coerción. En consecuencia, cualquier impedimento a la libertad de expresión no puede sino tener efectos corrosivos para la sociedad, porque obliga a los ciudadanos a decir cosas diferentes a las que piensan. Esta obligación de ocultar o disimular los propios pensamientos afecta más profundamente a los mejores hombres de la sociedad, esto es, a quienes tienen la mayor capacidad de pensar libremente: los filósofos. De manera, pues, que para preservar la filosofía, el filósofo debe apoyar la democracia, porque en cualquier otro tipo de régimen la libertad de opinión puede ser avasallada por el dogma.

Defiende que la democracia es la mejor forma de organización política pues es donde mejor se defienden los derechos naturales de los hombres. No explica si es una democracia directa o representativa, pero si dice que todos pueden aspirar a un cargo público si cumplen los requisitos legales (excluidos de ese derecho están los peregrinos, por estar sometidos a dos estados; los niños y los pupilos, mientras que dependan de sus padres o titulares; las mujeres y los siervos, por estar bajo potestad de los varones o los amos; y todos los que hayan sido declarados por la ley indignos del derecho de voto por haber cometido algún crimen).

Las leyes solo se cambian si sirven al bienestar general y esos cambios no se realizan de forma brusca para garantizar la conservación de todos. Como último recurso, siempre que el soberano se guíe por la sin razón, el pueblo debe optar por la revuelta, que es un acto pasional y no de libertad como opinan muchos.

Spinoza defiende que tanto la experiencia histórica como el racionalismo político demuestran que la democracia es la mejor forma de gobierno, aunque el momento no sea el más propicio para llevarla a cabo.