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Olga Bostecé vehemente, de manera mecánica.

Enviado por   •  8 de Febrero de 2018  •  964 Palabras (4 Páginas)  •  245 Visitas

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Sentí en aquel instante febril y agónico un sentimiento frío en mi interior. Recorrió por mis manos tipeando, por mis callos vivos tras la zapatilla, por el ceño marchito y mi busto oprimido bajo el sostén. –Asfixia– me dije, impactada. Y por primera vez en mucho tiempo había vuelto a hablarme a mí misma, como si hubiese olvidado, de alguna manera, que estaba ahí.

¿Pero quién?... O mejor dicho ¿Qué, es este “yo” que en nefasta infamia habito? Excluida de un todo que sin mí ya funciona, cuya armonía ni se rompe conmigo o sin mí, ni se inmuta por nada que sea yo capaz de hacer. Y cuando la vida por sí misma no basta para saberme a afuera o adentro de las jaula absurda de mi propia existencia; cuando se pierden los nortes, los sentidos, los tiempos en el inmenso vacío de la ingravidez de la nada, de pronto despiertas, con los ojos siempre abiertos a observar lo que nos rodea, que no es más que un dobles de la nada, una arruga en su manto inmortal que se plancha de vicio y trabajo y pretextos. Y da igual si se rompen las cadenas desgastadas de una libertad que nos vendieron los bancos, que se devaluó por sí misma, que dejó de ser lo que un principio se supuso sería. Y ya no queda nada a veces que recordar y ni vale la pena el esfuerzo de lograr lo que no se tiene, lo que no se es y se pretende.

Y mientras atascaba con gula mi mente de pensamientos abstractos y nubes de hastío, había quienes ignoraban de todo y continuaban amenos, siguiendo el trazo inexorable de los bucles de las monotonías más grotescas que ofrece esta vida… Y en la oficina regresó el silencio.

Había, al fin, arribado la noche y junto a ella el final de una jornada indistinta y cansada. Giré la cabeza en torno a la soledad que me rodeaba, no quedaba adentro más vida que la mía y del jefe de área; un hombre de mediana edad, una ruina de estrés que llenaba como cada noche los reportes del día, archivaba documentos y preparaba el plan de la mañana siguiente. Recogí mis objetos personales y salí del despacho sin decir nada, crucé el oscuro pasillo que daba a la puerta de salida, mirando las molduras del suelo y las motas de polvo que danzaban lentas en las ventanas a la luz de los faroles de la calle.

Crucé el umbral del inmueble, caminé a través de la urbe nocturna como cada día, rumbo al departamento donde habito; sin saber, que esta noche, sería la última de mi vida.

Fin

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