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BRUJERÍA Y HECHICERIA EN EL PERÚ COLONIAL (SIGLOS XVII Y XVIII)

Enviado por   •  8 de Marzo de 2018  •  1.896 Palabras (8 Páginas)  •  495 Visitas

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“Treinta y ocho mujeres procesadas por el tribunal limeño en el siglo XVIII, ninguna dudaba de los beneficios de la coca, pues en cada uno de los testimonios descritos por los inquisidores se relata la utilización de esta hierba y, sobre todo, se destaca la creencia curativa y milagrosa que las hechiceras le otorgaban. La gran mayoría terminaba sus rituales en estado de trance, por lo tanto, fomentaron la creencia de que mascando las hojas de coca, desarrollaban facultad es para adivinar cosas secretas.”[5]

Para poseer de manera exclusiva revelaciones, al margen de la coca, el Santo Oficio peruano tuvo que enfrentarse a los consumidores de achuma y chamico.

En la realización de hechizos, las hechiceras limeñas en el siglo XVII acompañaban sus oraciones con la masticación de las hojas de coca, pero lo que más llama la atención fue que estas plegarias venían asociadas a los santos, la Virgen María y a Santa Martha[6]. Este fue un caso el caso de la hechicera María de Córdoba quien en una de sus plegarias hace mención a esta santa:

“ Coca mía yo te mastico para mí bien y no para mi mal así, si al corazón de (referirse a la persona) para que quiera a (mía o mi) cuantos hilos tienen su camisa tantos diablos le insistan a que me quiera Conjuro coca mía con Barrabas, con Satanás, con en diablo de los letrados y otros muchos y si se conjura la coca para atraer a algún hombre a la amistad deshonesta se le debe añadir: Marta mía así como trajiste al dragón atado del riñón me traigas atado a (el nombre se refiere) del pulmón, del corazón, del riñón, (y otros nombres deshonestos) y de todas sus costumbres y alzando y bailando como una cabra diciendo (nombre) mía, y cuando esto se dice se coged la coca y luego se arroja diciendo no te quiero traidor mal hombre. Coca mía madre mía haz de hacer esto que te pido por la de que tengo contigo, por quien te sembró, por quien te beneficio por todos aquellos que te idolatran por el inca, por la Coya por el sol y la luna que alumbraron por la tierra en que fuiste sembrada, por el agua con que fuiste regada: con esto te conjuro y con Barrabas y Satanás el diablo cojuelo el diablo de la pescadería, el de los mercaderes, el de los escribanos, con aquellos que engañan a los labradores: a esos son los que más les encargo y a los que no son conocidos: a los de las cuatro esquinas, los de la plaza, los que andan por el aire, a los de la calera, a los de la roca del horno, con todas aquellas almas que murieron desesperadas y ahorcadas, conjúrese con los doce libros misales, con las doce fuentes manantiales, con las doce casullas y esto os pido a todos los que os e conjurado y os lo mando por el padre, por el hijo que maltratáis a (...v y gracia) que quien no quiera a mis pies arrodillado, humilde, manso, quedo, y ledo, como nuestro señor Jesucristo murió en el madero y hacerle que le parezca la más linda en ella, que ahí, ni que había que este por tiempo de navidad de treintaitres miembros que tiene el hombre y que ninguno pueda estar con mujer ninguna y todas les parezcan vacas paridas, puercas preñadas, solo yo le parezca linda y hermosa, y dice el testigo que contiene otras palabras de que no se acuerda.”[7]

Tampoco hay que olvidar que las prácticas mágicas desarrolladas en el Perú virreinal durante los siglos XVII al XVIII constituyen, en cierto sentido, una forma distinta de representar los ritos cristianos. Las mismas fuentes inquisitoriales nos lo corroboran al describir rituales y objetos propios de las liturgias cristianas en los hechizos realizados por gran parte de las personas acusadas de ejecutar tales actividades. Los hechizos y prácticas mágicas ilustraban la separación del universo material y espiritual, cuyos atributos positivos y negativos se dejaban percibir constantemente en las diferentes invocaciones realizadas, pues era común que apelaran tanto a la buena voluntad de las jerarquías celestiales como a la de las infernales. La influencia del cristianismo en los conjuros predominó de tal manera que Dios y sus santos eran nombrados con la misma frecuencia que el demonio y sus secuaces. Así invocaban a la Santísima Trinidad y a la Virgen María, sin olvidar, por supuesto, a Jesucristo.

“A mediados del siglo XVII, el curandero jaujino Juan Cámac fue acusado y sentenciado. Su delito, la brujería. Era culpable de convertir al apóstol Santiago, en cuya imagen se apoyaba para sus curaciones, en un ídolo profano vestido de oro al que destinaba oraciones que invocaban tanto su nombre como al inca, al Apu o a la coca"[8]

En los primeros años del siglo XVIII, a pesar que la Ilustración ya se hacía presente, aun se creían en brujas y hechiceros.

Durante estos tiempos otro caso relevante es el de Don Juan Vásquez, en el cual se le acusa de usar la saliva para curar.

La saliva como fluido, tiene una larga presencia en la farmacopea andina, se le suele aplicar en las zonas adoloridas del cuerpo; también se le usa en las prácticas mágicas relacionadas con la prevención contra maldiciones y hechizos, por ejemplo, escupiendo al tenerse noticias de tales [ibid.].[9]

Tras acusarlo en primera instancia por el empleo de la saliva en sus saneamientos. Se le inculpó el haber señalado los días para la atención de sus pacientes, teniendo predilección por los días miércoles y jueves, esto a los ojos de sus denunciantes lo catapultó como un ser supersticioso y pecador; su última injuria fue haber adquirido sus conocimientos en medicina a través de una revelación obtenida en un sueño.

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