El Monacato medieval.
Enviado por Ensa05 • 28 de Febrero de 2018 • 6.475 Palabras (26 Páginas) • 366 Visitas
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Los monjes que empezaban esta vida primero, antes que nada, debían deshacerse de la desobediencia del hombre a la voluntad divina tomando de ejemplo a Cristo, quien fue fiel hasta la muerte[9]. El monje debía obedecer al pie de la letra todas las reglas y ordenes impuestas por la Regla y por el abad (cabe aclarar que un abad benedictino no puede mandar nada que sea contrario a la ley de Dios o a la Regla), pero por lo demás sus facultades son absolutas[10]. Escribía Benito en su prólogo: “Debemos crear una scola para el servicio del Señor”. Esto significa que el monasterio no era un lugar de retiro, pero tampoco era una escuela. Era una institución que preparaba a sus integrantes para la guerra espiritual y ser entregados a Dios.
Según esta Regla, el día de los monjes empezaba en horas de la noche con el canto de los oficios nocturnos. Esto lo debía repetir cinco veces al día. Los domingo y días de fiesta tenían un oficio nocturno de tres. Para la celebración de la misa el monasterio no necesitaba más dos de sus hombres ordenados por los sacerdotes. El día del monje estaba dividido en un periodo de trabajo manual y otro de lectura. El hablar durante las comidas estaba totalmente prohibido. Pero el hecho que más se resalta negativamente la Regla era el tiempo de ocio. Por esta razón el monje debía estar todo el día con alguna ocupacion, ya sea rezando, trabajando o haciendo algún encargo del abad. San Benito, para las lecturas, recomendaba los libros de los Padres Católicos, las Vidas de los Padres y las reglas de San Basilio[11].
En un fragmento de la Regla de san Benito[12], vemos reflejado la obediencia del monje hacia el abad. Aquí vemos como se remarca la obediencia sin demora, la obediencia por la cual el señor no debe ser desobedecido. El abad no tiene como objetivo hacer cumplir su voluntad, sino la voluntad del Señor. Se resalta que la obediencia jamás tiene que ser con protesta, ni siquiera se podía refunfuñar o murmurar algo expresando una queja. Incluso si este monje no lo dice, pero lo piensa. Para estos que reniegan serán castigados por el Dios, y deberán siempre acatar órdenes para alcanzar la alegría con la que el mismo Señor ama.
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La consagración se los santos se puede ver claramente en un hecho marcado por el rey franco Clodoveo. Según Gregorio de Tours, cuando Clodoveo emprendió la conquista de los visigodos arrianos, en primer lugar envió mensajeros al santuario de San Martin para pedir la aprobación divina o la bendición[13]. Después de este hecho consagró al santo como patrono de los francos. Esta es una manera de obtener este estatus, pero desde antes vemos como santos como San Benito, fueron consagrados así por los monasterios que ellos fundaron. Además, no cualquiera era santo. Antes que nada debían ser monjes, posteriormente debían haber aportado algo muy importante a la comunidad cristiana, ya sea la fundación de monasterios, ser misionero convirtiendo a barbaros al cristianismo y educándolos o, como en el caso de san Benito, crear una guía o “regla” para la configuración del monacato. Es obvio que se tenía que ser un hombre muy culto, un monje que siguiera las leyes al pie de la letra, y por sobre todas las cosas alguien que sea capaz de dar la vida por la Iglesia.
Debido a que no escribió ninguna regla en específica, poco se sabe del modelo propuesto por San Martin. Podemos resaltar que las comunidades tuvieron una vida muy corta. Y también podemos destacar que eran monasterios cenobíticos. Hacia el oeste de Ligugé, específicamente en Provenza, vemos que un monacato más estable se manifestó con el convento de mujeres fundado por Cesáreo. Otro icono importante fue Radegunda, quien, con ayuda de su esposo Clotario I, se instaló en Poitiers en donde construyo un convento. Aunque se negó a dirigir el convento, nombro a una superiora para que lo hiciera. En este convento hizo aplicar la Regla de Cesáreo. Además, fue idea suya el que la fundación estuviera sujeta a la supervisión del obispo de Poitiers. Después de la muerte de Radegunda, hubo una rebelión, por el trato humillante que recibían las monjas, a cargo de las hijas del rey Cariberto. Pero con Radegunda vemos como la Regla de Cesáreo empezó a infiltrarse por el norte, más específicamente en los reinos francos de Neustria y Austrasia. Pero una corriente nueva de vida que venía desde Irlanda entro en el monacato gálico. La fuerza motriz de esta transformación fue san Columbano, el viajero más famoso de la Alta Edad Media, procedente de esta nación notoria por su movilidad[14]. Este monje, maestro del monasterio de Bangor, emprendió su viaje con el fin evangelizar todas las zonas paganas o semipaganas. Pero mucho antes de la llegada de Columbano, el monacato organizado llego a Irlanda por el medio de misioneros que llegaron en el siglo V. El gran impulsor de esto fue san Patricio, quien creo la organización episcopal en Irlanda.
El autor habla de los santos viajeros refiriéndose a personajes como san Columbano. Estos santos viajeros son monjes que van por el mundo promulgando la fe cristiana y convirtiendo paganos a la religión profesada. También creaban monasterios para la enseñanza de la fe y para educar como así también preparar a las personas que anhelaban ser monjes. Más que nada estos viajeros cumplían la ley de Dios al promulgar la fe. Además también buscaban adquirir conocimiento y experiencia a través de sus viajes.
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En la Inglaterra del siglo VII se produce una fusión que no se había dado en ninguna otra parte de Europa. La tradición romana, gala e irlandesa se habían unido. En esta época, el Inglaterra sufrió una gran conversión de paganos al cristianismo. Esto se produce por dos corrientes: primero la de San Agustín, quien se presume por haber introducido la Regla de San Benito, y la de las misiones celticas enviadas desde Iona. Esto generara la fundación de muchas iglesias en el territorio, buscando llevar a cabo la conversión. Uno de los resultados de los vínculos existentes entre las cortes inglesas y las abadías de mujeres en el norte de la Galia fue la introducción en Inglaterra de monasterios dúplices de tipo galo[15]. Estos monasterios en un principio eran conventos femeninos que ahora incorporaban a grupos de hombres para la ayudar en las tareas, y eran gobernados por las “abadesas”. Los monasterios dúplices seguían la regla mixta de san Columbano y san Benito. Por más que la estima de estos monasterios era alto debido a la tradición del fervor y el saber religioso, fueron muy criticados. Se decía que las monjas murmuraban y hablaban entre ellas cuando debían estar rezando, lo que es una falta al reglamento.
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