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LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850

Enviado por   •  7 de Marzo de 2018  •  25.916 Palabras (104 Páginas)  •  381 Visitas

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La Republica no tenía ante sí ningún enemigo nacional. El proletariado de parís, que consideraba la Republica como su propia creación, aclamaba todos los actos del Gobierno provisional que facilitaban su acomodo en la sociedad burguesa. La Republica no encontró ninguna resistencia exterior ni interior. Quedo, con ello, desarmada. Su misión no consistía en transformar revolucionariamente el mundo, sino simplemente en adoptarse a las condiciones de la sociedad burguesa. Las medidas financieras del Gobierno provisional testimonian con más elocuencia que nada con qué fanatismo acometió esta misión. El crédito público y el crédito privado estaban, naturalmente, quebrantados. El crédito público descansa en la confianza de que el Estado se deja explotar por los usureros de las finanzas. Pero el viejo Estado había desaparecido y la revolución iba dirigida, ante todo, contra la aristocracia financiera. Las sacudidas de la última crisis comercial europea aún no habían cesado. Todavía se producía una bancarrota tras otra. La emancipación del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la abolición de la producción burguesa y de su orden. El crédito público y el crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la intensidad de una revolución. En la misma medida en que aquellos bajan, suben el calor y la fuerza creadora de la revolución. El Gobierno provisional quería despojar a la república de su apariencia antiburguesa. Por eso, lo primero que tenía que hacer era asegurar el valor de cambio de esta nueva forma de gobierno, su cotización en la Bolsa. Con el tipo de cotización de la república en la Bolsa, volvió a elevarse, necesariamente, el crédito privado. La apretura financiera no podía seguirse ocultando, y los pequeños burgueses, los criados y los obreros hubieron de pagar la agradable sorpresa que se había deparado a los acreedores del Estado. La aristocracia financiera, que había dominado bajo la monarquía de Julio, tenía su iglesia episcopal en el Banco. Y del mismo modo que la Bolsa rige el crédito del Estado, el Banco rige el crédito comercial. Amenazado directamente por la revolución de Febrero, no sólo en su dominación, sino en su misma existencia, el Banco procuró desacreditar desde el primer momento la república, generalizando la falta de créditos. Se los retiró súbitamente a los banqueros, a los fabricantes, a los comerciantes. Esta maniobra, al no provocar una contrarrevolución inmediata, tenía por fuerza que repercutir en perjuicio del Banco mismo. Los capitalistas retiraron el dinero que tenían depositado en los sótanos del Banco. Los tenedores de billetes de Banco acudieron en tropel a sus ventanillas a canjearlos por oro y plata. El Gobierno provisional podía obligar al Banco a declararse en quiebra, sin ninguna injerencia violenta, por vía legal; para ello no tenía más que mantenerse a la expectativa, abandonando al Banco a su suerte. La quiebra del Banco hubiera sido el diluvio que barriese en un abrir y cerrar de ojos del suelo de Francia a la aristocracia financiera, la más poderosa y más peligrosa enemiga de la república, el pedestal de oro de la monarquía de Julio. Y una vez en quiebra el Banco, la propia burguesía tendría necesariamente que ver como último intento desesperado de salvación el que el Gobierno crease un Banco nacional y sometiese el crédito nacional al control de la nación. El Gobierno provisional impuso el curso forzoso de los billetes del Banco. Y aun así hizo más. Convirtió todos los bancos provinciales en filiales de la Banque de France y extendió por toda Francia esta red bancaria. La revolución de Febrero afianzaba y extendía directamente la bancarrota con la que tenía que acabar. El Gobierno provisional se agachaba bajo la pesadilla de un creciente déficit. No tuvo más recurso que recurrir a un remedio heroico, a la creación de un nuevo impuesto. El gobierno provisional estableció un recargo de 45 céntimos por franco sobre los cuatro impuestos directos. La prensa del gobierno, para engañar al proletariado de París, le contó que este impuesto gravaba preferentemente a la gran propiedad territorial, pesaba ante todo sobre los beneficiarios de los mil millones conferidos por la Restauración. Pero, en realidad, iba sobre todo contra la clase campesina, es decir, contra la gran mayoría del pueblo francés. Los campesinos tenían que pagar las costas de la revolución de Febrero; de ellos sacó la contrarrevolución su principal contingente. El impuesto de los 45 céntimos era para el campesino francés una cuestión vital y la convirtió en cuestión vital para la república. Desde este momento, la república fue para el campesino francés el impuesto de los 45 céntimos y en el proletario de París vio al dilapidador que se daba buena vida a costa suya. Mientras que la revolución del 1789 comenzó liberando a los campesinos de las cargas feudales, la revolución de 1848, para no poner en peligro al capital y mantener en marcha su máquina estatal, anunció su entrada con un nuevo impuesto cargado sobre la población campesina. Sólo había un medio con el que el Gobierno provisional podía eliminar todos estos inconvenientes y sacar al Estado de su viejo cauce: la declaración de la bancarrota del Estado.

La emancipación de los obreros —incluso como frase— se convirtió para la nueva república en un peligro insoportable, pues era una protesta constante contra el restablecimiento del crédito, que descansaba en el reconocimiento neto e indiscutido de las relaciones económicas de clase existentes. No había más remedio, por tanto, que terminar con los obreros. La revolución de Febrero había echado de París al ejército. La Guardia Nacional, es decir, la burguesía en sus diferentes gradaciones, constituía la única fuerza. Sin embargo, no se sentía lo bastante fuerte para hacer frente al proletariado. No quedaba más que una salida: enfrentar una parte de los proletarios a otra. Con este fin, creó el Gobierno provisional 24 batallones de guardias móviles. Sus componentes pertenecían en su mayor parte al lumpenproletariado. Además de esta guardia móvil, el gobierno decidió reclutar un ejército obrero industrial. El ministro Marie enroló en los llamados Talleres Nacionales a cien mil obreros, lanzados al arroyo por la crisis y la revolución. Bajo aquel pomposo nombre se ocultaba sencillamente el empleo de los obreros en aburridos, monótonos e improductivos trabajos de explanación. En ellos creía el Gobierno provisional haber creado un segundo ejército proletario contra los mismos obreros. Pero esta vez la burguesía se equivocó con los Talleres Nacionales, como se habían equivocado los obreros con la Guardia Móvil. Lo que creó fue un ejército para la revuelta. Los Talleres Nacionales encarnaban la protesta del proletariado

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