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SEGUNDA MITAD DEL S.XVIII EN CORRIENTES

Enviado por   •  25 de Octubre de 2018  •  5.944 Palabras (24 Páginas)  •  331 Visitas

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Como eran cortas las rentas eclesiásticas, echó mano de sus propios haberes y puso obraje de tejas en los montes de palmares de su estancia, consiguiendo allegar la cantidad de 5.704 tejas, cuyo valor se calculó en 1.140 pesos, a razón de 20 pesos el ciento. Del libro de cuentas que el mencionado sacerdote llevaba en su carácter de Mayordomo, se desprende cuánto tiempo y dinero se gastaron en la construcción del templo, oficiales y obreros que trabajaron, sus salarios, etcétera. El ejemplo del Vicario, que agregó a las anteriores, doscientas doce tijeras de palma, tasadas a un peso cada una, y un mil cuatrocientas tacuaras gruesas, que se cortaron en el monte llamado “de los Galarzas” y se pusieron en la Iglesia, a su costa, determinaron al vecindario a contribuir voluntariamente en la benemérita obra, con su trabajo y sus donaciones de dinero, que alcanzaron a esta altura de la misma, a setecientos pesos.

En 1758 se colocaron postes de urundai y se taparon las goteras existentes con tejas de palma. En 1759, se pusieron puertas nuevas, con sus cerraduras y fue menester componer otra vez las goteras. En 1760, se empezó la reedificación, obra de la que se encargó el Maestro Onore de Esquivel, mediante el pago de 600 pesos. El arreglo del retablo mayor fue hecho por el oficial José Cordero, que lo desarmó y volvió a armar, percibiendo por su labor 400 pesos. Al maestro albañil que levantó las paredes y puso el primer revoque, y uno segundo de blanqueo, en el que empleó sesenta pesos de yeso, se le pagaron 400 pesos.[1]

Concluidas las paredes (En 1722 se colocó el piso de ladrillo, pues hasta entonces era de tierra) no se hizo el techo hasta el año 1766. En el año 1774, con gran regocijo del vicario y los vecinos, estaba completamente terminada la reedificación. Emprendióse entonces hacer la torre y de ello se encargó también el maestro Esquivel, que la construyó en seis meses, de madera, percibiendo como retribución 600 pesos. En 1778 se enladrilló el corredor de la Iglesia[2].

Había en la ciudad dos conventos, de Franciscanos y de Mercedarios, fundados a principios del siglo XVII. El edificio de San Francisco era el mejor, cubierto de tejas y de construcción más sólida. Titular de su iglesia era San Francisco de Paula (sic). El número de frailes alcanzaba a diez en 1760, pero en 1764 estaba reducido a cinco. Se mantenía de las limosnas de los fieles y de lo que producía una chacra situada a seis leguas de la ciudad, proveyendo para su servicio diecinueve esclavos de ambos sexos. En cuanto al de Mercedarios, tenía como titular de su iglesia a San Pedro Pascual de Valencia, y lo formaban doce religiosos en 1760, y sólo seis en 1764. Se mantenía a su vez de limosnas de los fieles y de lo que producían dos estancias, una en Caá Catí y otra en el empedrado, y de las rentas de seis capellanías, cinco de ellas en Corrientes y una constituida en Buenos Aires. Servían a los Mercedarios cincuenta y ocho esclavos, hombres y mujeres.

El Colegio de la Compañía de Jesús, fundado en 1690 por Real Cédula de Carlos II, a petición del Cabildo y a instancias del Obispo y del gobernador del Río de la Plata, con licencia del General de la Orden, estaba instalado en edificio de buena factura, con techos de tejas. Lo componían ocho religiosos en 1768 y se mantenía de la explotación de varias estancias, pobladas con ganado vacuno, caballar, mular y ovino, de las cuales la principal era la del “Rincón de Luna”. Poseía diecisiete familias de esclavos para su servicio.

Por último, el Hospicio de Santo domingo, fundado en 1728 con licencia del Obispo y del gobernador del Río de la Plata, y la correspondiente autorización del Cabildo. Su titular era San Pío VI, contaba con cuatro religiosos en 1760 y en 1764 seis. Se mantenía de limosnas de los fieles, de los productos de una chacra en la ciudad y una estancia en el Partido de Las Saladas, y de la renta de cinco capellanías. Tres esclavos solamente tenían para su servicio, pero muchos libres que trabajaban espontáneamente sin retribución. Los dominicos establecieron, anexa al Hospicio, una escuela de Primeras Letras, que era frecuentada por los niños de la nobleza.

Fuera de la Ciudad, a dos cuadras de ella, estaba el Santuario de la Santísima Cruz del Milagro, “por el que obró Dios Nuestro señor en defensa de la población, según la común y constante tradición”.

La edificación, en general, no había mejorado desde el siglo anterior. Las casas, nos dice el Padre Parras, que estuvo allí en 1753, eran humildísimas, las más de pared “que llaman francesa”, o sea de cañas y barro con algunos postes de madera para sostener el techo, cuyas tejas de palma medían cada una, de una a dos varas de largo, “y son muy buenas, si como duran cuatro años durasen cuarenta”, agrega. Muchos edificios había ya de ladrillos. El aspecto de la ciudad era, por consiguiente, pobrísimo. El mismo Padre Parras anota en su “Diario” que no había “visto ciudad más pobre ni en lo material ni en lo formal, porque no hay sujeto alguno que tenga caudal de mediana consideración y, ciertamente, no sé por qué, porque la tierra es fertilísima; tienen bellísimas campañas y algunos arroyos, aunque con ellos nada se riega sirven para los ganados”.

La población de la ciudad y su jurisdicción era de seis mil cuatrocientos veinte (6.420) habitantes, que comprendían un mil cincuenta y tres (1.053) familias, las más de las cuales vivían en el campo, en sus granjas “para atender a sus labranzas, hacienda y ganados de varias especies que mantienen en ellas”. Además, quinientos (500) esclavos, entre negros y mulatos. Según López de Luján, había un mil setenta y dos (1.072) milicianos de reseña; pero, cuando con motivo de la Guerra con Portugal, en 1762, se hizo el Padrón de Hombres aptos para llevar armas, sólo contó setecientos (700).

En la jurisdicción había dos pueblos de españoles (Saladas y Caá Catí) y tres de indios (Itatí, Santa Lucía de los Astos y Santa Ana de los Guácaras).

Saladas estaba situada veinte leguas al sur de la ciudad, cerca del paraje llamado “muchas Islas”, y entre las lagunas salobres, de donde le vino su nombre. Databa su fundación de 1732, año en que los estancieros del contorno pidieron la edificación de una Capilla y solicitaron un Párroco, lo que se les concedió, siendo Gobernador don Bruno de Zavala y Obispo el Ilmo. Fray Juan de Arregui. Dirigieron los trabajos de fábrica el primer Párroco Dr. don León de Pesoa y Figueroa y los capitanes Jorge Martínez de Ibarra y Melchor Valdez de Miranda, diputados para ello por el Cabildo, que no quiso ser ajeno a tan importante acontecimiento. Tenía más trescientos habitantes y de su iglesia

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