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La construcción de la identidad de género, es decir, la identidad que recoge los imperativos sobre el ser hombre o mujer

Enviado por   •  17 de Febrero de 2018  •  2.504 Palabras (11 Páginas)  •  482 Visitas

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Los roles de género crean imaginarios de posibilidades de acción, pero también limitaciones fatales. No se alcanza a ver que es parte de una organización social que pretende controlar y dominar las formas de ser de niñas y niños. En la infancia se aprende que tipos de conductas y actitudes se valoran y cuáles no, cuales pueden generar un castigo y cuales son premiadas

Las niñas aprenden a ser mujeres.

A través de la socialización se generan procesos de identificación, se crean modelos a seguir. En el caso de las niñas se espera que la identificación sea con la madre y en su ausencia, con la figura de alguna otra mujer. Es un aprendizaje emocional y profundo que va más allá de la observación y la imitación de un modelo: implica pensarse a sí mismas constantemente, pensar el mundo que las rodea, y de acuerdo al tipo de ambiente y de normas sociales tienen un mayor o menor margen de alternativas y modelos. Por lo tanto, la introyección y adopción de emociones, culpas, ideologías, actitudes, comportamientos y valores de la feminidad tradicional también se da en mayor o menor grado. Así, a mayor grado de restricción y represión, menor margen de exploración y libertad.

La normativa social que predomina para las niñas son las conductas encaminadas al cuidado de la estética, a la maternidad, al trabajo doméstico y al cuidado de las personas; se les enseña a imitar a la madre, que por muy moderna y ejecutiva que sea, no deja de tener la responsabilidad del ámbito doméstico. Aunque actualmente en diversos círculos sociales se estimula a las niñas para que estudien y se preparen profesionalmente, eso no las aleja de seguir siendo educadas con los elementos mencionados.

A las niñas se les generan elementos de identificación a través del juego y otras actividades, se les otorgan objetos en forma de juguetes: muñecas y artefactos domésticos en diminuto. Lo que se busca es generarles identidad, que aprendan a interactuar con muñecas: darles de comer, vestirlas y procurarles todos los cuidados necesarios. Este comportamiento se presenta de una manera inconsciente en los primeros años de vida, pero es la preparación simbólica para arraigar el servilismo del ser para otros.

Las niñas se enfrentan a la ambigüedad: por una parte, se identifican con la madre en el cuidado de muñecas y en las labores domésticas, pero al mismo tiempo aprenden simbólicamente que estas “actividades de mujer” no son tan importantes como el “trabajo del hombre”. No es que las niñas y los niños quieran jugar a las muñecas y los coches respectivamente por naturaleza, sino que son los mundos que se les acerca, e implícita y explícitamente cuando quieren explorar y experimentar el mundo contrario o uno por creación propia, se les prohíbe. En esto no hay nada de instintos y sí mucho de aprendizaje con imposiciones y normas sociales de una visión androcéntrica y adultocéntrica.

Los niños aprenden a ser hombres.

En nuestra cultura el primer indicativo de que nació un varón en un grupo familiar es el color azul con el que lo arropan; simbólicamente se despliegan una serie de imaginarios y expectativas sociales sobre su persona. Se prevé que será inquieto y osado, más por la fuerza de la creencia que por “naturaleza”. Los niños desde temprana edad reciben mensajes encaminados a resaltar su fortaleza y a estimular sus ganas de explorar el mundo, pero sin romper un orden social relacionado con la masculinidad hegemónica.

¿A qué nos referimos con la masculinidad hegemónica? Se refiere a la dinámica cultural que postula y sostiene la posición de superioridad y liderazgo de los hombres y la posición de subordinación de las mujeres. Es una forma de masculinidad que es exaltada antes que otras y se configura con prácticas de género: en las que los hombres desde la infancia tienen que reafirmarse en todo momento, demostrar ser hombres porque son: racionales, fuertes, dominantes, valientes, líderes y proveedores, entre otras características.

Un principio fundamental de la socialización de los niños es rechazar en su persona cualquier atisbo que denote feminidad, porque implica rasgos de debilidad, pero sobre todo porque pone en duda el constructo socio-cultural de la masculinidad hegemónica. Sobre los niños operan mecanismos de control social porque trastocar la masculinidad hegemónica se relaciona con el temor a la homosexualidad. Se confunde la identidad de género y sexual con la orientación sexual.

Si un niño quiere experimentar juegos o expresiones consideradas femeninas y “propias” de las niñas recibe desaprobación a través del ridículo o la represión abierta, lo que fractura o dificulta la posibilidad de ser un hombre diferente a la norma. En ambientes rígidos y tradicionales al género no se permiten estas expresiones porque trastocan el mundo por venir, cuando sea adulto, del que se espera que sea la figura central: “el hombre de la casa”, pensado en una condición heterosexual, que sea el principal proveedor económico de la familia, que tome las decisiones, que proteja.

Es pesada la losa que se configura para los varones desde la niñez, aunque a diferencia de las niñas, estos mensajes no se dan jugando a la casita, en el mundo privado, doméstico.

Sino que se dan en el mundo público, “afuera” donde se dan las “batallas importantes”; simbólicamente a los niños se les incorpora al ámbito de lo público. Los espacios de recreación para los niños son más amplios: la calle o los patios escolares. Se les proporcionan y facilitan juegos para pelear y competir: armas de juguete, videojuegos con alto contenido de violencia, coches para trasladarse, los súper héroes que todo lo pueden.

A los niños usualmente no se les involucra en el mundo del ámbito doméstico, de lo privado, lo íntimo. No se les enseña la importancia del cuidado humano, ni la relevancia de la calidez de los afectos y la apuesta por la vida, ni las actividades del trabajo doméstico y la responsabilidad sobre sí mismos en el cuidado y atención de su persona, ni del cuidado de las demás personas, que es vital para sostener la humanidad, es decir, se les priva de una ética del cuidado.

Los niños generalmente incorporan a las mujeres como las encargadas de su cuidado; aprenden que ellas “están a su servicio”, porque les atienden, visten, alimentan y cuidan. Ese simbolismo marca una fuerte influencia para la vida adulta y es un tema medular en el estudio de las masculinidades. Esta es una fractura profunda que como sociedad aún tardaremos varias generaciones en revertir.

Otro dispositivo de control sobre

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