Las actividades lúdico deportivas como herramientas educativas
Enviado por Eric • 11 de Septiembre de 2018 • 2.207 Palabras (9 Páginas) • 479 Visitas
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Por “actividad mental”, se puede entender iniciativas intelectuales y esto hace referencia a la tendencia de actuar espontáneamente, a la vez que el niño actúa en base a lo que han visto hacer a otros, introduciendo variaciones en sus imitaciones, se podría decir que le dan su toque personal.
El aspecto de la “flexibilidad”, es el que permite al niño hacer frente a la variedad característica de los juegos, sin tener que aprender algo nuevo. Esta flexibilidad se puede comparar al concepto conductista de transferencia en el aprendizaje, con la salvedad de que en el concepto de “flexibilidad” se presta más atención a los procesos internos[10].
De esto se puede se puede concluir la gran importancia del juego como herramienta para el desarrollo personal y social del individuo, constituyendo un camino eficaz para que se dé un cambio positivo y autónomo en los menores.
La utilización del juego, como herramienta socioeducativa, encaja con la perspectiva de una metodología de intervención denominada “Modelo de Desarrollo Positivo Adolescente”, que se sitúa en contra posición al conocido como “Modelo del Déficit”. En esta perspectiva metodológica basada en los aspectos positivos, se huye de esa concepción negativa y dramática de la adolescencia como un período de problemas y conflictos. Puesto que, a pesar de que en la última mitad del siglo XX la concepción de Storm and Stress haya sido reformulada, no puede sostenerse la imagen de una adolescencia especialmente problemática, aunque también es verdad que la visión social de la misma sigue estando cargada de negatividad[11].
Según lo que se nos expone en la obra. La Promoción del Desarrollo Adolescente: Recursos y Estrategias de Intervención, editada por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, una percepción negativa de la adolescencia, suele llevar a que, por una parte, a los adolescentes, ante este preconcepto cargado de negatividad y de una imagen conflictiva, se les apliquen medidas coercitivas y de restricción de libertad, cuando ni tan siquiera está demostrado que estas medidas tengan un efecto positivo o rehabilitador, más bien al contrario.
Por otro lado, a pesar de que desde mucho sectores de la educación se sugiera el fomento de la participación de los más jóvenes en la toma de decisiones a nivel social y familiar, está visión cargada de negatividad, sugiera más bien lo contario. Por lo que se les restringe a los más jóvenes la posibilidad de comportarse como personas sociales participativas y autónomas[12].
Desde la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía se nos propone un modelo basado en el desarrollo positivo de los más jóvenes, en sintonía con los modelos sistémicos evolutivos actuales. Estos consideran que el desarrollo de un individuo dependerá de cómo sea la relación que se establezca entre éste y el contexto en el que desarrolla su vida. Ninguna conducta viene determinada genéticamente y toda persona está sujeta a la posibilidad de cambio, siendo muy importante las relaciones que se establezcan en los diferentes ambientes en los que el individuo interactúa con el medio.
Además de esto, no se debe buscar únicamente la reducción o eliminación de una conducta considerada problemática, ni tampoco intervenir únicamente cuando ésta se de, sino que se debe buscar el desarrollo de los menores como personas autónomas, participativas en la sociedad y críticas. O lo que es lo mismo que el menor establezca una serie de relaciones saludables dentro de su contexto que le permitan un desarrollo positivo y una interacción satisfactoria con su entorno.
En este modelo no se ve a los menores como un problema, sino como individuos a desarrollas, fijándose para ello en las potencialidades y no en los posibles déficits que podemos considerar. Por que los jóvenes son individuos curiosos con ganas de explorar el mundo y en continuo desarrollo, ganando en competencia y convirtiéndose en personas sociales que tienen la posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad de la que forman parte.
De esta forma este modelo trata de entender, guiar y motivar a los menores para que dediquen su tiempo a realizar actividades enriquecedoras y productivas, en lugar de tratar de corregir conductas consideradas negativas o incorrectas. Esto se debe al convencimiento de que una juventud sin problemas no es sinónimo de una pasa a una vida adulta satisfactoria.
El modelo de desarrollo positivo que se nos propone desde la Junta de Andalucía es denominado “de las 5 ces”, puesto que consideran que son cinco los factores que tienen una vital importancia en el desarrollo positivo de los menores: competencia, confianza, conexión, carácter y, cuidado y compasión.
La competencia hace referencia a la capacidad del menor para desenvolverse de forma positiva en distintas áreas –social, cognitiva, académica y vocacional-, incluyendo una serie de habilidades sociales para una correcta interactuación dentro de su entorno. La confianza estaría relacionada con un autoconcepto positivo y una buena autoestima y sentido del yo. La conexión se refiere a la participación de una red social adecuada y satisfactoria. El carácter vendría a constituir una integración positiva dentro de la sociedad, esto es, el respeto de las normas establecidas y un entendimiento de lo bueno y lo malo acorde con la sociedad y la cultura en la que se vive. Por último, el cuidado y la compasión se refiere a una empatía positiva y consideración hacia los demás.
Siguiendo el modelo de desarrollo positivo de las 5 ces, si en un menor se dan estos tres factores, “surge un sexto, el de la contribución, a sí mismo, a la familia, a la comunidad y a la sociedad civil”[13].
En este mismo documento, La Promoción del Desarrollo Adolescente: Recursos y Estrategias de Intervención, de la Junta de Andalucía, se le da gran importancia a las actividades extraescolares que vayan más hay de ser una prolongación del currículum escolar, “ya que se entiende que estos programas pueden tener un efecto compensador que palie algunas de las carencias de partida de los jóvenes de entornos más marginales”[14].
Entienden, además, que estos programas deben perseguir una serie de objetivos concretos que favorezcan el desarrollo positivo de los menores. Estos objetivos son: promover vínculos entre el chico o la chica adolescente y otras personas significativas; fomentar la resiliencia; promover competencias sociales, emocionales, cognitivas, comportamentales y morales; promover y apoyar la autodeterminación; promover y apoyar la espiritualidad; promover la autoeficacia; promover el desarrollo de una identidad clara y positiva; promover
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