Maneras de querer. Película: detrás de la pizarra..
Enviado por tolero • 13 de Abril de 2018 • 4.612 Palabras (19 Páginas) • 484 Visitas
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Durante la segunda mitad de éste siglo, la vida emocional también se vio alimentada por los postulados de la segunda ola del feminismo. La terapia psicológica y el feminismo compartían la convicción de que la experiencia privada debía convertirse en discurso público. Extraídas del ámbito privado e individual para ser reveladas en la escena pública, las emociones comenzaron a ser reguladas por procedimientos discursivos propios de este terreno. El feminismo y la psicología configuraron los estilos emocionales hegemónicos del siglo XX, y fueron responsables directos de la sentimentalización de la esfera pública.
Hacia fines del siglo XX y principios del XXI, la expresión del yo fue mutando a una suerte de exhibición. Algunos rasgos de la época contemporánea que dan cuenta de este desplazamiento son:
- Se observa algo que se podría denominar show del yo. En las últimas décadas, el se ha inflado y expandido. Ese “yo” debe exteriorizarse, exhibirse, compartirse con los demás, expresarse y liberarse; debe verse.
- La tendencia actual a revalorizar la primera persona, a trabajar sobre la vida emocional y a reivindicar la dimensión subjetiva ha dado lugar a un giro subjetivo. Todo lo que proviene del yo, se considera legítimo y auténtico y sirve como patrón de clasificación y verdad.
- En estos tiempos de exhibición del yo sigue destacándose el papel de la psicología, que se expande y vierte su contenido en el campo político. Uno de los efectos de este traspaso es que la esfera privada ha quedado entrelazada con la pública.
- Otro rasgo es la dificultad para distinguir lo público y lo privado. Algunos hablan de un corrimiento de fronteras o del desdibujamiento de los límites entre uno y otro campo. Otros sostienen que lo privado se ha tornado público, que el yo ha salido a privatizar y a inyectar su lógica en el espacio público, transformándose esta esfera en un escenario de exposición de las emociones y de las intimidades.
- Los afectos docentes no son naturales, espontáneos, “instintivos”, universales, eternos ni inmutables. Tampoco son puros, ni algo de por sí bueno o saludable. Se trata de afectos históricos, cambiantes, construidos, aprendidos.
La autora analiza algunos estereotipos respecto de la afectividad docente.
Prácticas afectivas apropiadas e inapropiadas.
Los docentes en el transcurso de su formación y en el ejercicio de su tarea, van aprendiendo a sentir como docentes. Hay un qué, cómo, cuándo, dónde “afectivo” que auxilia a los maestros a formatear sus afectos, a apelar a determinadas emociones en determinados momentos, dejando de lado otras. Las emociones han sido habitualmente consideradas como privadas y naturales. Se considera que las prácticas afectivas docentes son consecuencias de la preexistencia de “estilos emocionales pedagógicos” concepto que construye reinterpretando la noción de “estilo emocional” (Eva Illouz).
Es natural que un buen maestro deba cuidar a sus alumnos. Es natural que un maestro deba querer saber sobre sus alumnos. La naturalización es ella misma una construcción moderna. Los placeres que sentimos como “buenos” maestros no son ilimitados pues son producto de discursos disciplinarios. Otra perspectiva de interrogación es la que introduce Laurence Cornu, dice: “la afirmación según la cual habría que amar a los niños nada tiene de claro ni de evidente. Tampoco aquella que exigiría que los niños amen a sus educadores”. Cornu vuelve al enunciado que evoca el amor natural por los niños, aquel punto en el que el imperativo a querer a los niños (el deber ser) se superpone a un cariño que se debería dar naturalmente.
Así como el cuidar y el querer saber sobre los alumnos forman parte de lo correcto, el rechazo, el desamor y el odio hacia los alumnos están mal vistos, tanto como la rigidez, la distancia y el trato seco y esquivo. Hay placeres prohibidos, modos no gratos de manifestar los sentimientos y emociones innombrables. Los afectos incorrectos tampoco son eternos e inmutables. Tales como, los castigos corporales o el trato indiferente hacia los alumnos no fueron prácticas equivocadas, sino productos históricamente situados. Dentro del terreno de lo difícilmente enunciable y sentible está el propio rechazo hacia determinados alumnos. Controlar, medir, dominar, son las palabras elegidas a la hora de decir qué se puede hacer con los sentimientos malos, con aquello que no es correcto o saludable sentir. Sentir odio y hacer algo que no sea canalizar esa sensación en la persona de otro forma parte de la civilidad. Para moderar su conducta el docente pondrá en práctica una técnica de gobierno del yo consistente en tomar distancia de los sentimientos personales y asumiendo afectos de rol.
Una cuestión central es la ambivalencia afectiva, que parece ser uno de los rasgos principales de la afectividad escolar.
Los maestros de antes y los de ahora: entre la rigidez y la afectuosidad.
Se ponen en juego dos versiones antitéticas de lugar del amor en la pedagogía: por un lado, “educar es una cuestión de deber y no de amor” y por el otro, “no hay práctica educativa posible sin demostración afectiva”. Si fueron posibles maestros de antes no afectuosos, el amor pedagógico no sería tan natural, eterno y espontáneo. Todo amor es interesado (Cornu, Laurence), el cariño sirve para amansar, calmar, regular las conductas, seducir.
Desde principios del siglo XIX, comienzan a prohibirse los castigos corporales, se demandan docentes amables, sinceros, dulces y justos, que jamás usen palabras ofensivas, burlas. Los docentes deben evitar los gritos, los insultos, las humillaciones. Se reglamentó mantener el orden y estimularla aplicación de los alumnos, siendo afectuosos, empleando la persuasión preventiva y esforzándose en que éstos los juzguen nobles y justos, y tengan respeto y cariño.
La escuela moderna fue el resultado de una combinación híbrida y contingente de organización burocrática y disciplina pastoral cristiana, y esto repercutió en la figura del maestro. Para comprender la afectividad que adquiere la figura del docente debemos recurrir al concepto de poder pastoral (Foucault). Si la figura del maestro combina calor y vigilancia, amor y disciplina, y el cuidado pastoral es un componente funcional del oficio, el trato tierno hacia los niños no sería novedoso en la configuración de la afectividad del docente.
Los hombres de aquel tiempo pensaban que las mujeres eran las indicadas para el ejercicio del rol docente, por sus inclinaciones naturales
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