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Resumen libro la enfermedad como camino

Enviado por   •  3 de Marzo de 2018  •  15.636 Palabras (63 Páginas)  •  1.782 Visitas

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La sombra es la suma de todo lo que decididamente creemos que debería desterrarse del mundo, pero en verdad contiene todo lo que le falta al mundo para que sea santo y bueno.

La sombra produce la enfermedad, y el encararse a ella produce la cura. El síntoma es parte de ella, una manifestación de lo que le falta al ser humano. Por este medio experimenta aquello que no ha querido experimentar conscientemente. El síntoma completa al hombre, es el sucedáneo físico de lo que falta en el alma. En el síntoma de la enfermedad tenemos claro aquello que nuestra mente deseaba desterrar y esconder, es la concreción somática de lo que nos falta en la conciencia.

El ser humano entonces es un microcosmos, replica del universo y contiene latente en su conciencia todos los principios del ser.

CAPÍTULO IV: “BIEN Y MAL”

En nuestra cultura esta diferenciación está determinada fuertemente por el cristianismo, por lo que se recurren a relatos e imágenes religiosas para hacerlo más comprensible. En el capítulo de Géminis la polaridad se establece desde el inicio de la creación: la luz de las tinieblas, la tierra del agua, y una vez creado el jardín, el Árbol de la Vida y el de la Ciencia del Bien y el Mal. Al hombre en un inicio Dios lo crea como una figura andrógina, como una unidad, pero luego lo separa en hombre y en mujer. Ellos al no tener consciencia de su diferencia permanecen en integridad con el Paraíso, pero al comer la manzana abren sus ojos a la polaridad, adquieren discernimiento, pierden la unidad, y por ello son arrojados al mundo de las cosas materiales.

El pecado del ser humano corresponde a su separación de la unidad. La palabra pecado proviene del griego Hamartäma que significa “no acertar en el punto”, es decir, no poder llegar a la unidad al ser este un punto sin lugar, dimensión o tiempo; lo que nos hace imperfectos, polares, y por tanto pecadores. El pecado nada tiene que ver con el comportamiento del ser humano, aunque la iglesia haya deformado este concepto como sinónimo de “obrar mal”. El pecado no es un polo de la polaridad, sino la polaridad en sí misma, algo que como humanos no podemos evitar. Por ello la verdadera religión no tiene como objetivo convertir este mundo en un paraíso, sino enseñar a salir del mundo para entrar en la unidad.

La redención de los pecados es el anhelo de unidad, pero esta unidad es imposible para quien reniega uno de los polos. Esto hace tan difícil el camino de la salvación: tener que pasar por la culpa. El ser humano necesita aprender a aceptarla sin dejarse abrumar por ella. La tentativa de escapar del pecado por las buenas obras sólo conduce a la falta de sinceridad.

La duda que divide las polaridades en elementos opuestos es el mal, pero es necesario pasar por ella para llegar a la convicción. Debemos ejercitar el discernimiento, y no quedar atascados en su antagonismo sino utilizar su tensión como impulso y energía en nuestra búsqueda de la unidad. El objetivo supremo del ser humano consiste en aprender a contemplarlo todo y reconocer que está bien como está. Mientras el individuo se sienta molesto por algo, mientras considere que algo debe ser cambiado, no habrá alcanzado conocimiento en si mismo, ya que el ser humano sigue engañado en el espejismo de que el mundo es imperfecto, sin darse cuenta de que sólo su mirada es imperfecta y le impide ver la totalidad.

La impasividad es necesaria para observar fenómenos sin valorarlos, lo que no debe ser confundido con la indiferencia, que es una mezcla de inhibición y desinterés.

Los mandamientos y prohibiciones extremas están justificados hasta que el ser humano despierta al conocimiento y puede asumir su responsabilidad.

El instrumento de unificación de opuestos se llama amor, cuyo principio es abrirse y recibir algo que hasta entonces estaba afuera, convierte el Tú y el Yo en Tú.

CAPÍTULO V: “EL SER HUMANO ES UN ENFERMO”:

La enfermedad es algo más que un defecto funcional de la naturaleza, es parte de un sistema de regulación muy amplio al servicio de la evolución. No se debe liberar al ser humano de la enfermedad, ya que la salud la necesita como contrapartida. La enfermedad y la muerte destruyen las múltiples ilusiones de grandeza del ser humano y corrigen cada una de sus aberraciones.

El ser humano vive de su ego, el cual siempre ansía poder en forma de expresiones de “yo quiero”. El Yo vive de la disociación, y por lo tanto tiene miedo de la entrega, el amor y la unión. El Yo elige y realiza un punto y expulsa la sombra que con esta elección se forma hacia el exterior. La enfermedad contrarresta cada paso que el ser humano da desde el ego, con un paso hacia la humillación y la indefensión.

La vida es el camino de los desengaños: al ser humano le van quitando una a una todas las ilusiones hasta que es capaz de soportar la verdad. Así, el que aprende a ver en la enfermedad, la decadencia física y la muerte los evitables y verdaderos acompañantes de su existencia, descubrirá muy pronto que este reconocimiento no le conduce a la desesperanza sino le proporciona amigos sabios y serviciales que constantemente le ayudan a encontrar el camino de la verdadera salud. Los síntomas, con su insistencia o su reaparición, nos indican que no hemos resuelto el problema con tanta rapidez y eficacia como nos gusta creer. La enfermedad siempre ataca al ser humano por su parte más vulnerable, especialmente cuando este cree tener el poder de cambiar el curso del mundo, lo que la hace tan odiosa.

La enfermedad es el punto de inflexión desde el cual lo incompleto puede completarse, y para que esto pueda lograrse el ser humano debe abandonar la lucha y aprender a oír y ver lo que la enfermedad viene a decirle. Tiene que estar dispuesto a cuestionarse rigurosamente sus propias opiniones, y asumir lo que el síntoma trata de comunicarle por medio del cuerpo.

CAPÍTULO VI: “LA BÚSQUEDA DE LAS COSAS”:

Aristóteles divide la causa en 4 categorías: la causa efficiens o causa de impulso; la causa materialis, es decir, la que reside en la materia; la causa formalis, la de la forma y, por último, la causa finalis, la causa de la finalidad, la que se deriva de la fijación del objetivo. La necesidad de hallar una causa auténtica, primigenia, lleva una y otra vez a reducir el concepto de los cuatro elementos, dejando al propósito u objetivo como causa primordial.

La variante energética permite establecer una relación de tipo mecánico, mientras que la causa final maneja

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