Sexos y sesgos en Psicoanálisis: acerca de la adopción por parte de padres y madres del mismo sexo.
Enviado por Rebecca • 4 de Enero de 2018 • 3.411 Palabras (14 Páginas) • 480 Visitas
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En Psicoanálisis, la elección objetal antecede a la elección de la figura de identificación (Bleichmar, 1996): el hombre desea a la madre (anaclíticamente) y se masculiniza, mientras que la mujer desea al padre debido al falo y se feminiza. Los varones se hayan enteros en sí mismos y eligen objetos totales para cuidar y ser cuidados, mientras que las féminas están carentes y siempre deben buscar algo que las complete (González de Chávez, 1998). Y dado que la identidad termina por construirse de acuerdo al resultado de las identificaciones secundarias que son consecuencia, a su vez, del complejo de Edipo positivo (Bleichmar, 1996), también puede rastrearse una única forma saludable de sí-mismo y de sexualidad que fue determinada por la ley natural: ser el hombre masculino y la mujer femenina heterosexuales que tienen deseos muy claramente delimitados. De esta forma, el Psicoanálisis contribuyó a la larga historia de inequidad entre hombres y mujeres (González de Chávez, 1998), y a la cultura de normalización y exclusión en cuanto a las prácticas sexuales, la elección vocacional, las costumbres, la expresión intelectual o artística, etc. Puesto que en la práctica la categorización masculino-femenino las influye y es en todas el motivo de la elección y la discriminación[1]. Tal parece entonces que Lacan tenía razón al afirmar que el falo es un significante que ha de permanecer oculto y que puede anudarse a diversos órganos, símbolos u objetos (Frosh, 1994), y no simplemente el pene, como sostenía Abraham u otros autores (Zaretsky, 2004).
En los últimos años de su vida, Freud debió reconocer el error de subestimar la importancia de la relación del niño con su madre en los primeros años del desarrollo, al concentrarse en los devenires edípicos. Fueron las mujeres, probablemente cansadas de la ambivalencia que les causaba la teoría clásica, quienes iniciaron el más grande cambio paradigmático en la historia del Psicoanálisis: la vuelta hacia la madre (Zaretsky, 2004). El falo y el conflicto dejarían de tener el lugar central del psiquismo para dar lugar a las teorías de la vinculación y de déficit. Al mismo tiempo, las teorías falocentristas serían juzgadas por lo que son: continuación de un modelo basado en el ejercicio del poder de hombres sobre mujeres, patriarcal y con concepciones sobre el Complejo de Edipo que en realidad corresponden al modelo competitivo social (Fromm, 1970). Karen Horney, cansada de interpretaciones con respecto a su envidia del pene, evidenció que la visión masculina sobre la mujer y la feminidad parecía ocultar un conflicto de aquellos sobre éstas (Zaretsky, 2004): las mujeres vistas como seres todopoderosos y destructivos —emparentados con la muerte—, condenadas a comportarse como vírgenes hasta la llegada de un hombre para desflorarlas, necesitadas de madre y macho, con elecciones predominantemente narcisistas debido a sus deseos de ser amadas y velar la castración, amenaza para la virilidad de los hombres —de acuerdo a Freud—, contraste que define la masculinidad, objetos de deseo de los hombres (su cuerpo es un falo), y un largo etcétera en el cual la mujer siempre es peligrosa y agente de un hambre peligrosa (González de Chávez, 1998).
Fromm (1991) no sólo critica la universalidad del Complejo de Edipo y la visión freudiana de la mujer, sino que además habla acerca de la dificultad de aprehender al yo con las palabras y los conceptos (Fromm E. , 1996). El ser, entonces es irreductible a las imágenes que se construyen de él y por lo tanto podemos asumir que la comprensión del self como un conjunto de identificaciones que resultan en instancias psíquicas no lo abarca realmente. El sí mismo es algo que va más allá de las palabras, pensamientos y etiquetas: un ser que ha superado las determinaciones biológicas y que reacciona ante las dicotomías existenciales en formas que se dirigen hacia el crecimiento o la decadencia. Más que marcados por la feminidad o la masculinidad, los seres humanos comparten la capacidad de decidir actualizar las potencialidades que radican en su verdadero ser.
De modo que la historia del movimiento psicoanalítico nos reconduce al descuidado concepto de la identificación primaria. En esta etapa no hay una conciencia de la diferencia anatómica de los sexos, sino que la vinculación ocurre con figuras de amor: la principal y la otra (cuando hablamos de una pareja), en lugar de hablar de una madre y un padre; no hay triangulación dado que no hay competitividad. No se está estableciendo la masculinidad y la feminidad, sino la existencia de un ser humano. Esto da pie al establecimiento de lo que Alizalde (2004) llama el «núcleo de piedra», como columna vertebral intrapsíquica que permitirá al sujeto seguir siéndolo a través de los retos de la vida.
El resultado de la identificación es la identidad, término no explorado por Freud y, por tanto, desaprovechado como fuente de comprensión de la subjetividad y la intersubjetividad. Laing (Laing, 1974) explica que es «aquello por lo que uno siente que es “él mismo” en este lugar y este tiempo, tal como en aquel tiempo y en aquel lugar pasados o futuros; es aquello por lo cual se es identificado». Término relacionado con el de self o sentimiento de sí. Etimológicamente la acepción parte del latín ídem (Katchadourian, 1983) y éste a su vez de id[2], que se refería tanto en latín como en sus raíces protoindoeuropeas a «algo ahí» (Harper, 2001-2015). Resulta entonces que estas palabras se han usado en un juego que implica tanto lo propio como lo que se parece a algo más, y eso es justamente lo que la identidad es en Psicoanálisis.
Erikson mostró que la identidad se forja a lo largo de la vida, a partir de crisis que dan pie al crecimiento o a consecuencias funestas para el desarrollo posterior. A diferencia de la teoría clásica, Erikson postuló que no sólo existía un principio pulsional regulando al aparato psíquico, sino una fuente de modelamientos y moldeamientos sociales. Se presenta así la dualidad yo-otro que concluye en una manera de ser. La primera etapa implica lograr sentir suficiente seguridad desde la vinculación con los padres para entender el mundo como un lugar suficientemente seguro, posteriormente se da el reto propio de la separación, donde el resultado adecuado permite el sentimiento de autonomía y el pernicioso genera sentimientos de vergüenza y duda. En las sucesivas etapas (Iniciativa vs culpa, laboriosidad vs inferioridad, identidad vs difusión de rol, entre otras) se sigue conformando el sí mismo. El término Difusión de Identidad es atribuible a Erikson (Engler, 1996). Como se puede ver, el elemento de las diferencias sexuales no ocupa el primer plano, aunque, por supuesto, influirá en el sentimiento de sí.
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