La Herencia de Napoleón y el continente en reconstrucción.
Enviado por Ledesma • 10 de Enero de 2019 • 2.228 Palabras (9 Páginas) • 311 Visitas
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Los representante de Francia y de Prusia (Hardenberg y Talleyrand) respectivamente, pasarían un tanto desapercibidos debido a sus acertadas decisiones de tomar un papel un tanto más de espectadores y marchar al ritmo marcado por Reino Unido y Austria principalmente, en el caso del francés Talleyrand, su rol de bajo perfil se vio potenciado por su acertada apreciación de lo importante que era no tomar una posición altanera o beligerante y así poder mantener de la mejor manera posible el trono de su soberano, Louis XVIII.
Es en la política de Castlereagh donde podemos observar de manera más clara una mentalidad realista y acertada, el primer ministro ya sopesaba, aún mientras se llevaban a cabo las negociaciones, el extraer a la Gran Bretaña de los asuntos internos inherentes a la Europa continental.
El primer ministro consideraba que demasiadas vidas britanas se habían perdido en suelos continentales y por poca, o casi ninguna ventaja, además, el imperio se encontraba en su mejor momento en lo que a las conquistas y expansiones se refieren, cada día sus fronteras se expandían y cada día era necesario un mayor derramamiento de sangre y reclutamientos masivos para cubrir las necesidades militares titánicas propias de un imperio tan basto.
Castlereagh entendió entonces que el objetivo ya no era enfrascarse en riñas entre monarcas y que el territorio continental ya no suponía un premio atractivo ni deseable para la Gran Bretaña, ahora rica en recursos y territorios mucho más fáciles de defender.
A ello, y no a una buena voluntad ni a “valores comunes” cómo los llama erróneamente el autor, debemos la brillante participación del primer ministro, a quien le era sumamente útil una Europa en paz que permitiese a la corona concentrarse en sus nuevas doctrinas y su nuevo plan de desarrollo en lugar de fungir como policía forzado en asuntos que no brindaban ningún tipo de bien al imperio.
Ahora, existe otro personaje que si utilizó una escala de valores para planear los movimientos diplomáticos de su corona: Metternich.
Cómo lo había mencionado antes, el autor intenta de manera lastimera hacer una comparación entre Woodrow Wilson y Metternich, tomando como eje principal de dicha comparación las “escalas de valores” utilizadas por ambos hombres en sus respectivas carreras. Si bien, al observar los objetivos de Wilson y los de Metternich y compararlos, podemos encontrar similitudes, las posiciones políticas, los países de origen y las formas de reaccionar de ambos hombres son completamente diferentes y ni hablar de sus verdaderas intenciones e intereses.
“Digo, pues, que en los Estados hereditarios que están acostumbrados a ver reinar la familia de su príncipe, hay menos dificultad para conservarlos, que cuando ellos son nuevos” (Machiavelli) esta frase resume a la perfección la diferencia entre estos hombres.
Debemos recordar que Von Metternich era sólo un enviado de su soberano, quien, a su vez, era perteneciente a una de las casas más longevas y poderosas de Europa cómo lo era en ese entonces la casa de Habsburgo.
Queda entonces claro, que lejos de abogar por la justicia, la igualdad, el seguimiento de una misma moral, o cualquiera de los insulsos objetivos que Kissinger afirma fueron el foco del congreso, Metternich abogaba por los intereses de Austria y su soberano, los intereses de su Leviatán, si nos comunicamos en términos de Hobbes.
Es por ello por lo que la escala de valores de Metternich está colmada de interés propio y de objetivos puramente austriacos, la muestra más clara de esto es la facilidad y habilidad con la que Metternich manejó el ímpetu conservador del Zar Alexander, moldeando la llamada santa alianza de manera tal que estuviese enfocada a defender al imperio austriaco el cual enfrentaba enormes dificultades logísticas debido a su extensión, poliglotismo y diversidad cultural, así como por sus variados y poderosos vecinos.
No existe, sin importar cuanto se busque, una muestra más flagrante del uso de un realismo tajante que el utilizar la ferviente fe en la religión y las viejas costumbres del Zar para alcanzar intereses meramente proteccionistas austriacos, haciendo pensar a Alexander que el apoyo de dicha nación era impulsado por los mismo ideales que causaron la burla del representante Prusiano.
De esto surge el que una alianza que ha sido conocida por su pomposo y cruzado nombre, el cual nos recuerda más a Ricardo Corazón de León que a Alexander, haya tenido una relevancia mucho más positiva y haya significado un respiro tan necesario para los Habsburgo.
Ahora que hemos delimitado a nuestros participantes a la perfección podemos cuadrar una frase clásica de Von Clausewitz: “La guerra no es más que la continuación de la política con la adición de medios extra” (Clausewitz), las negociaciones del congreso de Viena fueron todo menos la imagen de hombrecillos alegres tomados de la mano llegando a un acuerdo por el bien de la moral y los valores generales, fue infinitamente más exitoso que la muy amada por Kissinger, Liga de las naciones, pero no por contar con valores idílicos más claros, sino por utilizar e inaugurar la diplomacia “bajo la mesa” que caracterizaría al siguiente siglo y el resto de la historia humana.
Se utilizó de una manera que hubiese hecho sonrojar a Maquiavelli el realismo y el manejo del poder, el genio de los representantes diplomáticos fue posible sólo debido al híbrido, al bastardo podríamos hablar, entre la democracia frontal y los intereses escondidos.
Cada monarca expuso con lujo de detalle y sin dejo de mesura sus necesidades y sus intereses, se propuso tanto diplomacia necesaria y no beligerante (Como claro ejemplo tenemos el que no se haya desollado a la Francia derrotada para evitar resentimiento) como diplomacia de carrera armamentista y con preparación para los inevitables y cada vez más destructivos conflictos que reinos como el Reino Unido vieron venir antes que cualquiera de sus rivales.
Conclusiones
Puedo concluir entonces, que Kissinger nos deja con una visión muy sesgada como lo expuse al inicio de este ensayo, de uno de los mayores eventos en la historia moderna y principalmente en la historia de la diplomacia, todo esto con el objetivo de arteramente halagar el trabajo de hombres cómo Reagan y Wilson, dejando de lado brillantes movimientos basados en un entendimiento íntegro del realismo, pero esto no sorprende cuando leemos una obra del mismo autor que abre dicho libro afirmado que Estados Unidos ha sido siempre un defensor de la no intervención.
En la época
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