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GERENCIA Y LIDERAZGO. ESTADO Y SOCIEDAD

Enviado por   •  11 de Mayo de 2018  •  3.481 Palabras (14 Páginas)  •  365 Visitas

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Una tercera perspectiva contractualista, que nos explica el origen (o el “ser”) del estado moderno, es la que aporta Rousseau. Este pensador, al igual que los dos mencionados mas arriba, sostiene que el hombre es por naturaleza libre, independiente e igual a los demás. La diferencia fundamental, introducida por Rousseau, es la de que no hay necesidad de que el hombre se asocie voluntariamente con otros para pactar y conformar el estado. En la visión rousseauniana del estado, éste no viene a solucionar ningún inconveniente del “estado natural” o a evitar el “estado de guerra” sino que, mas bien, surge como una consecuencia fortuita o casual (no planeada). En otras palabras: el estado, para Rousseau, nace de manera contingente y no hay ningún elemento, en el estado natural, que permita dar cuenta de su necesidad histórica o social. El hombre del “estado de naturaleza”, en el planteo de Rousseau, actúa, no a partir de alguna ley o mandato natural o divino sino, guiado por la única virtud que posee (en el “estado natural”) que es la piedad y que sirve a la conservación de la especie. No hay así en Rousseau (como sí en Hobbes o en Locke) una racionalidad humana en el “estado natural” que de origen, por medio del contrato, al estado moderno. El advenimiento del estado, en la perspectiva de Rousseau, no sólo quita “libertad natural” al hombre sino que además (y a diferencia de Hobbes y Locke) no ofrece al individuo nada a cambio, como podría ser la preservación de la vida, la garantía de la paz o el resguardo de la propiedad. Por el contrario, Rousseau concibe al estado moderno como la principal fuente de las desigualdades y las injusticias sociales. La solución a tal situación (y sobre esto volveré mas adelante) reside en un pacto o “contrato social” que de a los hombres un nuevo estado que devuelva y asegure la “libertad natural” perdida en el devenir de la civilización.

En la cuestión del “deber ser” del estado moderno es donde aparece la mayor diferencia entre los tres autores; diferencia que emerge del fin para el cual conciben que fuera creado el estado y de la concepción de hombre en “estado natural” que tienen. Hobbes nos dice que el estado debe ser el aval y el guardián de la paz y la vida y (lo que es prácticamente lo mismo) evitar el “estado de guerra” o, más directamente, la guerra civil a la cual se llega en definitiva, por el desenfreno de las pasiones humanas. Para que esto sea posible el estado hobbesiano se erige como un poder soberano, irrevocable, absoluto e indivisible que tiene, a su cargo, la tarea de ser, por así decirlo, el “gran decididor político” en torno a que es lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo y hasta, inclusive, en que pueden creer y en que no los hombres. El medio del cual dispone el estado (aunque no el único), para llevar a cabo su tarea es el establecimiento de las leyes civiles y el ejercicio del poder coercitivo, para garantizar su cumplimiento. De este modo, el estado se muestra y actúa como un poder absoluto, irrefrenable e incuestionable que, en representación de la voluntad de los contratantes o pactantes, debe garantizar la vida y la paz. La consecución de estos fines, siguiendo el enfoque de Hobbes, justifica cualquier medio ya que el estado puede gobernar tanto por las leyes como por su propia voluntad; el estado debe frenar la llegada del “estado de guerra” con el respeto de las leyes o (en caso de ser necesario) por encima de estas.

En Locke el estado debe preservar la propiedad por medio del establecimiento de la ley y la aplicación de sanciones por su incumplimiento. El estado se impone así como un juez, cuyo poder principal reside el órgano “creador” de leyes (parlamento), que debe establecer cual es el castigo que corresponde a las diferentes controversias y conflictos entre los hombres. Este poder (a diferencia de Hobbes) tiene límites. Recordémoslo: el hombre de naturaleza lockeano es un ser racional y pacífico por lo que, en consecuencia, necesita un poder soberano acorde a lo que él es: un estado con límites claros y precisos, de manera tal que no actúe en contra de la propiedad. El límite último, para el poder del estado, es la confianza que deposita en él el pueblo ya que este, de acuerdo a Locke, tiene derecho a resistir en caso de que quienes representan al estado se rebelen. Tal situación se produce cuando los representantes del pueblo en el poder del estado o, mas bien el gobierno, se excede en las funciones que le competen y, por ejemplo, atenta (con sus acciones u omisiones) contra la vida, los bienes o la libertad de los individuos. Si esto llegara a ocurrir, los ciudadanos del estado tienen derecho a sustituir un gobierno por otro es decir, reencauzar al estado para que vuelva a su origen y su fin: la preservación de la propiedad.

Rousseau sin dudas ofrece la propuesta más audaz o, si se quiere, más “a la izquierda” dentro de la breve y escueta presentación (e interpretación) del contractualismo que he expuesto. Básicamente, en el planteo de Rousseau, el hombre y el estado, tal cual como los conocemos, no responden a ninguna necesidad sino que, por el contrario son el producto de la pura contingencia, del propio devenir de la historia. Razón por la cual, no cuentan con ninguna legitimidad de origen. Esto lleva a pensar que el estado actual de las cosas en la modernidad (con sus injusticias y desigualdades sociales) no sólo puede sino además, debe cambiarse. La forma de avanzar en tal cambio político es, según Rousseau, que todos los hombres pacten y den vida así, a un estado que permita fijar las condiciones (a través de las leyes) que aseguren la “libertad natural”, perdida con la modernidad y la civilización, y (en consecuencia) la felicidad para los hombres.

El Estado como el espíritu objetivo o la concepción hegeliana del estado

Una segunda explicación, sobre la naturaleza del estado moderno, la podemos hallar en el desarrollo teórico de Hegel. En este pensador encontramos una concepción del estado bastante distinta a la de los autores comentados anteriormente. Por empezar, el estado hegeliano no surge por medio del acuerdo entre particulares (contrato o pacto) sino como la realización de la universalidad o la realidad de la idea ética. El estado moderno, en Hegel, representa lo universal de la sociedad concretizado y, por tanto, la superación dialéctica de lo particular (individuo o familia) y lo universal (sociedad civil). Por otra parte, Hegel no ve en el surgimiento del estado moderno una restricción o disminución de la “libertad natural” de los individuos (como se desprende del planteo contractualista). Por el contrario, el estado moderno hegeliano no ahoga al individuo, ya que no es el universal abstracto, sino que

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