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HOMBRE Y NATURALEZA.

Enviado por   •  21 de Enero de 2018  •  8.332 Palabras (34 Páginas)  •  416 Visitas

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HOMBRE Y NATURALEZA*

I. Las Bases del Problema

Uno de los más graves, urgentes y dramáticos problemas que constelan nuestro

tiempo es, sin duda alguna, el de la relación del hombre y la naturaleza. De semejante

relación no sólo depende la suerte de uno de los términos –la naturaleza o el hombre–, sino

el común destino de ambos y, quizás, el de la vida misma, como fenómeno único e

irrepetible en la faz del universo conocido.

Mucho se habla y se discute –en conferencias, foros, congresos y eventos

semejantes– sobre aquella relación, pero la superficialidad y burocratismo de tales reuniones

parecería impedir que los verdaderos fundamentos de ella se analicen, aclaren y precisen

con la debida seriedad. Esclarecer y analizar esa relación quiere decir, ni más ni menos, que

plantearse como cuestión de fondo, primera y decisiva, la siguiente: si el hombre es un fin

último en relación a la naturaleza, o si, por el contrario, la naturaleza es un fin último en

relación al hombre. Mas surge una pregunta previa: ¿qué significado tiene ese fin último?

En toda relación teleológica existe, formalmente hablando, una cadena de medios y

de fines. En tal sentido, un término funciona como medio con respecto a otro cuando éste

constituye, por así decirlo, aquello para lo cual él sirve o se comporta como instrumento en

la realización de una expresa o tácita finalidad. Un fin último, de tal modo, es aquel término

que, en relación a los demás, asume la función de meta, no siendo, él mismo, medio o

instrumento con respecto a ningún otro.

Considerada así la situación, cabe entonces formularse la anterior pregunta bajo la

siguiente perspectiva: ¿está la naturaleza dirigida a servir al hombre? ¿o es el hombre un

simple medio o instrumento que debe servir a la naturaleza? Una y otra interrogante

suponen, como tesis previa, que ya sea el hombre, o la naturaleza, se consideren dotados

de una finalidad intrínseca y autónoma, de acuerdo con la cual se comportan y desarrollan

por sí mismos.

Pero si, conforme a esta disyuntiva, se considera que el hombre es el fin último, ello

significa que –tal como lo expresa Kant– “su existencia tiene en sí el más alto fin y a este fin

* Nota del Archivo E.M.V.: La presente versión corresponde a la última edición, publicada el año 1993 en el

libro El sueño del futuro, que fue corregida por el propio autor y difiere en algunos aspectos, estilísticos o de

contenido, en relación con las precedentes.

El lector interesado puede advertir los cambios introducidos comparando con las ediciones de El sueño del

futuro de los años 1984 y 1989. Asimismo puede revisar la edición original publicada en 1975.

puede el hombre, hasta donde alcancen sus fuerzas, someter la naturaleza entera”1

. Por el

contrario, si es a la naturaleza a quien le asignamos aquel carácter, entonces el hombre

estaría obligado a someterse a ella, conformando su existencia a los dictados de la intrínseca

finalidad de aquélla. La relación entre el hombre y la naturaleza debería obedecer, en un

caso, a los ideales de una progresiva humanización de la naturaleza y, en el otro, a un

creciente vivir conforme a las necesidades de ésta.

¿Pero es justa y correcta la base que nos lleva a plantearnos semejante alternativa?

Si la revisamos críticamente, nos convenceremos de que ella parte del supuesto de

considerar al hombre y a la naturaleza como seres separados, distintos y diversos entre sí...

¿Qué sucedería, en cambio, si partimos de otra base y de un supuesto diferente? ¿Mas qué

significaría esto?

Partir del supuesto de que el hombre y la naturaleza no son seres distintos, implica

objetivarlos previamente como integrantes de una misma y única totalidad, dentro de la cual

ellos funcionan y se comportan como ingredientes indiscernibles de ese todo. En efecto, esa

indisoluble unidad se encuentra atestiguada no sólo por el hecho de que la naturaleza –tal

como lo expresa Marx– es el “cuerpo inorgánico del hombre”2

, con el cual “debe permanecer

en constante intercambio para no morir”3

, sino también por la manera en que la propia

naturaleza se hace patente y queda incorporada a la función somático-existenciaria (que no

simplemente inorgánica y física) de aquel cuerpo. En tal sentido, el cuerpo humano no es un

elemento aislable y separable de la total estructura existenciaria del hombre, sino que, como

inserto en ésta, también

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