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LA ETICA DEL TRABAJO Y NUEVOS POBRES

Enviado por   •  22 de Julio de 2018  •  6.648 Palabras (27 Páginas)  •  211 Visitas

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saludable” ; entre esos criterios, sin embargo, no se encontraba una reducción en el nivel de desempleo. En verdad, los desesperados intentos por conseguir un nivel de "salud económica" aceptable se consideran el principal obstáculo para elevar los niveles de empleo a través de la creación de puestos de trabajo. En otras épocas, la apología del trabajo como el más elevado de los deberes - condición ineludible para una vida honesta, garantía de la ley y el orden y solución al flagelo de la pobreza- coincidía con las necesidades de la industria, que buscaba el aumento de la mano de obra para incrementar su producción. Pero la industria de hoy, racionalizada, reducida, con mayores capitales y un conocimiento mas profundo de su negocio, considera que el aumento de la mano de obra limita la productividad. En abierto desafío a las ayer indiscutibles teorías del valor -enunciadas por Adam Smith, David Ricar do y Karl Marx-, el exceso de personal es visto como una maldición, y cualquier intento racionalizador (esto es, cualquier búsqueda de mayores ganancias en relación con el capital invertido) se dirige, en primer luga r, hacia nuevos recortes en el numero de emp leados. El “crecimiento económico” y el aumento del empleo se encuentran, por lo tanto, enfrentados; l a medida del progreso tecnológico es ahora, el constante reemplazo y -si es posible- la supresión lisa y llana de la mano de obra. En estas circunstancia s, los mandatos e incentivos de la ética del trabajo suenan cada vez más huecos. Ya no reflejan las "necesidades de la industria", y difícilmente se los pueda presentar como el camino para lograr la "riqueza de la nació n". Su supervivencia, o mejor su reci ente resurrección en el discurso político, sólo puede explicarse por algunas nuevas funcio nes que de la ética del trabajo se esperan en nuestra sociedad posindustrial. Como sugieren Ferge y Miller, 4 la moderna propaganda en favor de la ética del trabajo sirve para “separar a los pobres que merecen atención de los que no la merecen, culpando a estos últimos y, de ese modo, justificando la indiferencia de la sociedad hacia ellos” . En consecuencia, lleva a "aceptar la pobreza como un flagelo inevitable originado en defectos personales; de allí sigue, inevitablemente, la insensibilidad hacia los pobres y necesitados". O en otras palabras: aunque ya no prometa reducir la pobreza, la ética del trabajo puede contribuir todavía a la reconciliación de la sociedad, que al fin acepta la eterna presencia de los pobres y puede vivir con rela tiva calma, en paz consigo misma, ante el espectáculo de la miseria. El descubrimiento de la “clase marginada” El término "clase obrera" corr esponde a la mitología de una sociedad en la cual las tareas y funciones de los ricos y los pobres se encuentran repartidas: son diferentes pero complementarias. La expresión "clase obrera" evoca la imagen de, una clase de personas que desempeña un papel determinado en la sociedad, que hace una contribución útil al conjunto de ella y, por lo tanto, espera una retribución. El termino "clase baja", por su parte, reconoce la movilidad de una sociedad donde la gente esta en continuo movimiento donde cada posición es momentánea y, en principio, esta sujeta a cambios. Hablar de "clase baja" es evocar a personas arrojadas al nivel mas bajo de una escala pero que todavía pueden subir y, de ese modo, abandonar su transitoria situació n de inferioridad. En cambio, la expresión "clase marginada" o “subclase” [underclass] corresponde ya a una sociedad que ha dejado de ser integral, que renunció a incluir a todos sus integrantes, ahora es más pequeña que la suma de sus partes. La “clase marginada” es una categoría de personas que esta por debajo de las clases, fuera de toda jerarquía, sin oportunidad ni siquiera necesidad de ser readmitida en la sociedad organizada. Es gente sin una función, que ya no realiza contribuciones útiles para la vida de los demás y, en principio, no tiene esperanza de redención. He aquí un inventario de la clase marginal, según la descripción de Herbert J. Gans: 5 En función de su comportamiento social, se denomina gente pobre a quienes abandonan la escuela y no trabajan; si son mujeres, a las que tienen hijos sin el beneficio del matrimonio y dependen de la asistencia social. Dentro de esta clase marginada así definida , están también los sin techo [homeless] los mendigos y pordioseros, los pobres adictos al alcohol y las drogas 6 y los criminales callejeros. Como el término es flexible, se suele adscribir también a esta clase a los pobres que viven en complejos habitacionales subvencionados por el Estado, a los inmigrantes ilegales y a los miembros de pandillas juveniles. La misma flexibilidad de la definición se presta a que el término se use como rotulo para estigmatizar a todos los pobres, independientemente de su comportamiento concreto en la sociedad. Se trata, por lo visto, de un grupo sumamente heterogéneo y extremadamente diverso. ¿Por que resulta razonable ponerlos a todos en una misma bolsa? ¿Que tienen en común la madres solteras con los alcohólicos, o los inmigrantes ilegales con los desertores escolares? Hay un rasgo que todos comparten: los demás no encuentran razón para que existan; posiblemente imaginen que estarían mejor si ellos no existieran. Se arroja a la gente a la marginalidad porque se la considera definitivamente inútil, algo sin lo cual todos los demás viviríamos sin problemas, Los marginales afean un paisaje que, sin ellos, seria hermoso; son mala hierba, desagradable y hambrienta, que no agrega nada a la armoniosa belleza del jardín, pero priva a las plantas cultivadas del alimento que merecen. Todos nos beneficiaríamos si desaparecieran. Y puesto que son todos inútiles, los peligros que acarrean dominan la percepción que de ellos se tiene. Esos peligros son tan variados como ellos. Van desde la violencia abierta, el asesinato y el robo que acechan en cada calle oscura, hasta la molestia, y la vergüenza que produce el panorama, de la miseria humana al perturbar nuestra conciencia. Sin olvidar, por supuesto, “la carga que significan para los recursos comunes”.7 Y allí donde se sospecha un peligro, no tarda en aparecer el temor: la “clase marginada” esta formada esencialmente, por personas que se destacan, ante todo, por ser temidas. La inutilidad y el peligro pertenecen a la gran familia de conceptos que W. B. Gallie denomina “esencialmente refutables” . Cuando se los toma como criterios de clasificación, permiten incluir a los demonios mas siniestros que acosan a una sociedad carcomida por las dudas, que pone en tela de juicio cualquier utilidad y siente temores dispersos, sin objeto fijo, que flotan en el ambiente. Un mundo basado en esos conceptos nos proporciona

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