Para ser madre hay que tener cojones

...

un pequeño hueco y ¡punn! ahí estaban Almeja y Liada.

Sospechaba yo —decía Liada mientras se acomodaba el pañuelo de la cabeza—que algo escondía la difunta. Quien iba a pensar que la vieja fue la primera en llegar al pueblo, mira como se ganó ese premiaso, cien mil peso, con eso duro yo to’ una vida comiendo, y eso no es to’ mira quien lo va a recibir Romilia pol vivi en su casa.

—Mamilia, Mamilia —le tocaba la niña desesperada y fue cuando se dio cuenta que eran más de la nueve de la mañana, que se había quedado dormida y que alguien tocaba a la puerta.

—Quién es — respondió ella mientras se amaraba el vestido

—Abra la puerta —decía un hombre con voz agresiva, era el nieto de Dinora quien vino a reclamar la casa, traía consigo el alcalde del pueblo y los papeles originales, en menos de diez minutos no le quedo de otra que salir de la casa con la única pertenencia que sus almas errantes.

Se sentía triste y desesperanzada, con la única esperanza de encontrar un refugio inexistente y de migajas que veía caer en cazuelas rota. Romilia no sentía la vida pero sus almas le reclamaban con la existencia, le reclamaban con la mirada y la noche caía lentamente.

— To’ esto esta inundao de agua vamo a camina ma’ pa allá a ve si encontramos una

enrama en donde pasa la noche.

— Mamilia —la niña le jalaba el vestido mientras le señalaba un árbol que se encontraba al otro lado del río.

Para Romilia lo primero en ese momento era hacer caso al reclamo complaciente de la pequeña. Avanzó con pasos decididos, tenía que llegar a ese árbol tenía que pasar el río, sin titubear se adentró a las aguas sucias sosteniendo a los niños con vivacidad, caminaba pero el corto río se le hacía largo, sus fuerzas se desvanecían, ella sentía como la arena le arrebataba los pies. Intentó devolverse pero el río se convirtió en su enemigo. Luchaba por sus almas, ella quería llegar.