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Resumen de "La etica protestante y el espiritu del capitalismo"

Enviado por   •  21 de Diciembre de 2018  •  4.417 Palabras (18 Páginas)  •  465 Visitas

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En efecto, aquella idea peculiar del deber profesional, de una obligación que debe sentir el individuo y siente de hecho ante el contenido de su actividad profesional, esa idea, decimos, es la más característica de la “ética social” de la civilización capitalista. (Los tratados de economía de Franklin entran en la categoría de las ideas que han ejercido una grande y real influencia sobre en comportamiento práctico de la vida.)

Veremos que aquellos que cedían sin reservas al hambre no eran en modo alguno los representantes de aquella mentalidad que nació como fenómeno de masas, el espíritu específicamente moderno. Tal era la conducta práctica del hombre medio “precapitalista” en el sentido de que todavía la utilización industrial racionalizada del capital y la organización racional del trabajo no eran fuerzas dominantes que orientaban la actividad económica. Contra esta mentalidad que se puede denominar como “tradicionalismo” fue que, en primer término necesitó luchar el espíritu del capitalismo, ya que sostenía que lo que el hombre quiere no es ganar más dinero sino el necesario para vivir.

Segunda parte

I. Los fundamentos religiosos de ascetismo laico

Nos interesa indagar cuáles fueron los impulsos psicológicos creados por la fe religiosa y la práctica de la religiosidad, que marcaron orientaciones para la vida y mantuvieron dentro de ellas al individuo. Dado que estos impulsos variaban con las distintas modalidades confesionales, recurriremos a nuestro método de sistematización en tipos ideales, con el fin de captar de modo más seguro sus efectos específicos.

El calvinismo es la idea religiosa a que primeramente hemos de referirnos, por haber sido la determinante de cuantas luchas se llevaron a cabo en torno a la religión y la cultura en los países civilizados más progresivos desde el punto de vista del capitalismo, durante los siglos XVI y XVII. Entonces, como ahora, su dogma característico es el de la predestinación. Ahora bien, los juicios en torno a la esencialidad de un fenómeno histórico son o simples valoraciones o creencias, o imputaciones históricas (cuando se piensa en lo que, por su influencia sobre otros acontecimientos históricos, posee significación causal). Cuando se adopta este último punto de vista, ha de hacerse gran aprecio de los efectos histórico-culturales del dogma por cuyo alcance nos preguntamos.

Predestinación: Dios por su decreto ha destinado a unos hombres a la vida eterna y sentenciado a otros a la eterna muerte, por su designio eterno e inmutable, su decreto secreto y el arbitrio de su voluntad, y ello por libre amor y gracia; no porque la previsión de la fe o de las buenas obras semejante a las criaturas. Lo único que sabemos es que una parte de los hombres se salvará y la otra se condenará. Suponer que el mérito o la culpa humanas colaboran en este sentido, significaría tanto como pensar que los decretos eternos y absolutamente libres de Dios podían ser modificados por la obra del hombre: lo que es absurdo. Con su inhumanidad patética, esta doctrina había de tener como resultado el sentimiento de una inaudita soledad interior del hombre. El hombre se veía condenado a recorrer su camino hacia un destino ignorado prescrito desde la eternidad. Nadie podía cambiar ese destino, ni el sacerdote, ni la Iglesia y Dios. Este radical abandono de la posibilidad de una salvación eclesiástica-sacramental, era el factor decisivo frente al catolicismo. Con él halló acabamiento el proceso de “desencantamiento” del mundo. Ni medios mágicos ni de alguna otra especie eran capaces de otorgar la gracia a quien Dios había resuelto negársela. El mundo de lo creado hállase infinitamente lejano de Dios y que nada vale de por sí, lo que explicaría la actitud negativa del puritanismo en cuanto a los elementos sensibles y sentimentales de la cultura y la religiosidad subjetiva y su radical apartamiento de la civilización de la civilización material, de otra parte, es una de las raíces del individualismo desilusionado y pesimista.

A primera vista, parece un enigma cómo sea posible enlazar la tendencia a emancipar al individuo de los lazos que le unen al mundo, propia del calvinista, con la indudable superioridad del calvinismo en la organización social. Ello es una consecuencia del matiz que adquirió el amor al prójimo bajo la presión del aislamiento interior del individuo realizado por la fe calvinista. Los calvinistas se inspiran en esta idea: que Dios, al formar el mundo y el orden social, quiso lo positivamente conveniente como medio de honrar su Majestad. El ímpetu activista desencadenado en los santos por la doctrina de la predestinación desemboca enteramente en la aspiración a racionalizar el mundo. El mundo está exclusivamente destinado para honrar a Dios, el cristiano elegido tampoco existe sino para aumentar la gloria de Dios. Dios quiere que los cristianos hagan obra social. El trabajo social del calvinista en el mundo se hace únicamente in majorem Dei gloriam (aumentar la gloria de Dios). Y exactamente lo mismo ocurre con la ética profesional, que está al servicio de la vida terrenal de la colectividad. Como el amor al prójimo sólo puede existir para servir la gloria de Dios y no la de la criatura, su primera manifestación es el cumplimiento de las tareas profesionales impuestas por la lex naturae, con un carácter específicamente objetivo e impersonal: como un servicio para dar estructura racional al cosmos que nos rodea. La estructura y organización permite reconocer este trabajo al servicio de la impersonal utilidad social, como propulsor de la gloria de Dios y, por tanto, como querido por Él.

¿Cómo pudo esta doctrina ser soportada en una época en la que los problemas de la otra vida preocupaban más que todos los intereses de la vida terrenal? Calvino estaba tranquilo con eso porque se sentía instrumento de Dios. Hallamos dos tipos de consejos para la cura de almas: se prescribe como deber el considerarse elegido y rechazar como tentación del demonio toda duda acerca de ello, puesto que la poca seguridad de sí es consecuencia de una fe insuficiente y, por tanto, de una acción insuficiente de la gracia. Afianzarse en la propia profesión se considera ahora como un deber para conseguir en la lucha diaria la seguridad objetiva de la propia salvación y justificación; se cultivan ahora esos “santos” seguros de sí mismos. En segundo lugar, como medio principalísimo de conseguir dicha seguridad la necesidad de recurrir al trabajo profesional incesante, único modo de ahuyentar la duda religiosa y de obtener la seguridad del propio esta de gracia.

Las dos formas de toda religiosidad práctica: el hombre puede asegurarse

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