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Satanás en el Martillo de las Brujas.

Enviado por   •  20 de Abril de 2018  •  2.897 Palabras (12 Páginas)  •  380 Visitas

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Otro ejemplo de esto es que a la interrogante del por qué a los demonios se les permite hacer daño, se le responde arguyendo a la Divina Sabiduría, y a que está permite que ocurran malas cosas en vista del bien que se obtiene de ello. Esta afirmación antes que sustentarte en la luz de la racionalidad encuentra su apoyo en la fe. “[…] los demonios han sido diputados por Dios para probar a los hombres y castigar a los réprobos, por ello, por sus obras en el mundo al respecto de los hombres, actúan en la variedad y en la multiplicidad.”[3] Es claro que esta incógnita solo ha recibido respuesta mediante artificios sofísticos.

La idea del Maligno pone en jaque al Todopoderoso. Si lo malo se encuentra fuera de la buena creación de Dios, Satanás es el antidiós. Explicar la presencia del mal en el mundo es una meta tan antigua como la propia humanidad. El origen del mal es un problema sin resolver, es un misterio insondable.[4] El veneno del diablo según San Agustín “[…] se cuela por todas las rendijas de los sentidos; se presta a las formas, se adapta a los colores, se suma a los sonidos, se embosca en la cólera y en el engaño de la palabra; se somete a los sabores y se añade a los olores… satura con una especie de brumas todos los caminos de la inteligencia.”[5] El mal tiene un poder irresistible sobre el hombre. La atracción por el mal es de igual o mayor magnitud que la tracción por el bien. La mezcla de terror y fascinación significa el sentimiento más poderoso que invade al hombre en el momento de la transgresión moral. Es acusa de la necesidad imperiosa de absolver a Dios de toda responsabilidad por las acciones malas de los hombres como la figura de Satanás cobra importancia.

Ahora bien, la obligación moral se identifica con la necesidad de ser mandado, con la necesidad de protección. La moral es un refugio contra la orfandad “La moral es un mecanismo rígido marcado por el inalterable jerarquicismo que configura las relaciones interpersonales.”[6] Someterse a ella es en este caso prestar adoración al Dios protector, encontrar en el carácter eterno de sus leyes un contrapeso a la fragilidad que intensifica el transcurrir del tiempo, vislumbrar la posibilidad de conferir un sentido al dolor, ya que en la lógica católica, quien sufre es porque lo ha merecido. La sujeción a la moral tiene que ver con la vida ordenada, con la supresión de todo excitante, con la sobriedad y la castidad, con la oración confiada que se dirige a Dios. La afirmación de que todos los cuerpos son inferiores a las inteligencias esta presente a lo largo de todo el texto. Lo que esta en el trasfondo de esta afirmación es una indiscutible fe en el progreso, la creencia de que la luz de la razón puede doblegar al torbellino de las emociones.

Detrás de toda esta sujeción al ámbito moral existe una clara tendencia la masoquismo, ya que quien es castigado puede ver en el que le castiga a un ser que le ama, o al menos que se interesa por sus actos. El sadismo y el masoquismo impregnan sutilmente las relaciones amorosas entre los individuos, apuntalan el complejo entramado de esta moral de indudable matiz católico eclesial y le otorga un sabor agridulce. Únicamente la realización del mal (ese mal que tiene que ver con la vida desordenada y artificialmente excitada, con hacer el coito sin amor, con la relación homosexual, con la sordidez y la ausencia de esfuerzo) puede poner en marcha el proceso que conduce al castigo y al perdón, suscitando esta manifestación agresiva del amor. Mediante la culpa es posible dar una explicación al dolor: si sufro es por que soy culpable; la culpa ayuda a hacer soportable el sufrimiento.

La realización del mal tiene un nexo directo con la afirmación de la singularidad, con el sentimiento de rebeldía. El ansia de ir más allá es la actitud puramente satánica. Satán es la esencia de la rebeldía y de la autoafirmación. El hombre debe sacrificar su existencia individual, por motivos que no puede comprender. La supresión de su aspiración a la obediencia acarrearía la disolución de los vínculos sociales. La fuerza de Satán radica en el orgullo a que se aferra como victima para proclamar la dignidad de su caída. Dios necesita a Satán para mostrar su poder, Satán precisa de Dios para autoafirmarse frente a él, y con esto llevar a cabo su sublime victimazación. Es Satanás el orgullo de la autoafirmación individualidad frente al Ser Supremo “¿Quién es en el fondo Satán sino el símbolo de los niños desobedientes y enfurruñados que piden a la mirada paterna que los paralice en su esencia singular y hacen el mal en el marco del bien para afirmar su singularidad y lograr su consagración?”[7] En último término Satán representa el complemento de dios, con quien formaría un solo ser si el universo entero no se viera desgarrado por la tensión de este dualismo absoluto. Tanto Dios como Satanás producen sentimientos ambivalentes de temor y de veneración. Apelar a la condición de hijo de Dios se encuentra al alcance de cualquier hombre, pero afirmar la diferencia y la singularidad es la elección de Satán. Satán, el castigado por sus ansias de elevación, el patrono de los desterrados y de los malditos, el sabedor del lugar donde se encuentran los tesoros ocultos. El orgullo y la humillación, el papel del verdugo y el de la victima, se entremezclan e intercambian en el complejo entramado de este mecanismo.

La imagen que se tiene de la mujer guarda una estrecha relación con este doloroso desgarramiento. La creencia de que el pecado original en primera instancia entro por Eva, es la causa de que a la mujer se le identifique con el pecado. La creencia de que la mujer es una de las formas seductoras del diablo se encuentra a lo largo de todo el texto. El malleus maleficarum es un verdadero tratado misógino; en este se le acusa a la mujer de arrastrar al hombre al abismo de la brutalidad, de ahogar su inteligencia y sus ansias de elevación.

La fuerza de la mujer en su absoluta animalidad radica en su ausencia de complejidad, en encarnar exclusivamente uno de los polos de la tensión del hombre. La mujer amputa la inclinación más elevada. El considerar a la mujer como bestia es una dramática muestra de la escisión moral que existe entre el bien y el mal. Hacer el amor es por excelencia lo prohibido, el mal monopoliza todo deleite sexual. Identificar el deleite de la sensualidad con el dolor espiritual, es el resultado de la condena moral del erotismo. En el fondo late el miedo hacia lo violento que hay dentro de la belleza; en el fondo se teme al acto sexual ya que este natural y su brutal. Se lleva a cabo una reducción de toda forma de pecado al terreno del erotismo.

El ser humano se compone de naturalezas diversas, naturalezas contrapuestas. No

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