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Capitulo 3 Geografía y paisaje

Enviado por   •  5 de Diciembre de 2018  •  2.816 Palabras (12 Páginas)  •  308 Visitas

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del Maule río arriba o de lagunas precordilleranas. La fertilidad de este valle es un don de ese río; sin esos canales que lo cruzan proporcionándole el agua a las tierras, el secano costero no seria apto para la agricultura y, de hecho, la amenaza de sequía es una sombra constante todos los años. Los ríos Claro y Maule, con todo, han sido fuertemente intervenidos por el hombre durante los siglo XIX y XX a raíz de la multiplicación de canales de regadío artificiales y, sobre todo, por la construcción de represas de la precordillera de los Andes, restándoles caudal y modificando sus ciclos. De manera que este componente tan significativo del paisaje de la zona no tiene la estabilidad que cabe esperar de la geografía y sus mutaciones provocadas por la intervención humana, como señalaré, tuvieron un impacto cultural cuantioso. Al sur, el valle es delimitado parcialmente por unos cerros de no más de 200 metros de altura, desmembraciones residuales de la cordillera de la costa, que a esta latitud ya llega muy desgastada reduciéndose a modestos lomas -llamados cordones- que serpentean de oriente a poniente sin mayor distintivos y son muy comunes desde San Fernando al sur. Entre cordón y cordón, cruzados a veces por ríos, se forman los valles costeros, esos que Darwin, al verlos cubiertos por bancos de niebla, supuso que eran el lecho de antiguas bahías que en épocas cenosoicas, al alzarse la cordillera, se habían vaciado de su contenido marítimo. Es difícil al subirse a alguno de estos cerros –las gradas del anfiteatro- replicar hoy la imaginación del gran naturalista inglés, sobre todo, porque el valle de Colin es la estribacion más oriental de la cordillera de la costa y, por lo mismo, mira y se abre hacia la gran llanura central cuyo telón de fondo es la silueta de la cordillera de los Andes, bella aunque menuda, lejana e imprecisa si se compara con la visión monumental que se tiene desde Santiago. Hacia el norte, Colin acaba en el rio Claro, nombre tan reiterado en Chile, que en este caso es una ironía, porque posee un color barroso poco confiable proveniente de su origen torrentoso y de la contaminación que le deja su paso por Talca. Pero visto desde el valle el río Claro fluye tan hundido y rodeado de árboles que pasa clandestino, como un ladronzuelo, y la mirada, en una ilusión óptica, prolonga la llanura hacia el norte más allá de el en una profunda perspectiva hasta que el horizonte se interrumpe con otro cordón montañoso lejano y arbolado. Así, el valle disfruta de una amplitud aparente mayor que la real y el rio que la corta es apenas un rumor con el cual el caminante se topa súbitamente porque no se escucha hasta que se esta en sus orillas. No obstante el Claro adquiere presencia real en invierno cuando, en caso de temporal persistente, abandona su discreta marcha e inunda con furia buena parte del valle. Entonces vive sus momentos de gloria. En mi infancia estas inundaciones en las que el río se salía de madre eran frecuentes –un par de ellas cada año, por lo mínimo- y las esperábamos con ansiedad porque gracias a que cortaban el camino a Talca quedabamos libre de ir al colegio. En su cenit la avenida llegaba a pocos metros de la casa –con un gran rugido que atemorizaba nuestras noches- y se convertía en un espectáculo grandioso de contemplar, sobre todo si se tomába el auto encaminándose hacia Linares de Perales pues al alcanzar La Villa, un caserio alto -porque el camino se encarama por los cerros costeros- se podía visualizar desde allí como la crecida del río Claro ocupaba todo el valle abajo, desplegando ese lado maniaco que duerme en la personalidad de todo rio, entonces casi extenso como un brazo de mar. Hace décadas que estas grandes avenidas dejaron de producirse y el rio, reducido a su fluir secreto, confinado e irrelevante en el paisaje, se ha convertido en desaguadero para aguas servidas, basural, cantera de extracción de áridos.

Uno de los elementos del paisaje que mas ha padecido y padece de cambios en este valle es su flora, sobre todo la arbórea. Hasta el siglo XVIII era “monte”, termino que no significa “cerro” sino un terreno cubierto de matorrales, arbustos y árboles sin cultivo, es decir, en estado salvaje. Hacia la costa, en torno a la caleta en donde hoy se extiende Constitucion y en los alrededores del Maule y el Claro, abundaban los bosques de robles, avellanos, lingues,Lumas, Boldos y Pataguas, entre muchos otros, particularmente en las numerosas quebradas humedecidas por las vaguadas costeras. Durante fines del siglo XVIII y todo el siglo XIX se exploto intensivamente el monte y los bosques costeros para leña de uso doméstico, la construcción naval y para satisfacer los requerimientos de madera provenientes del auge minero del norte y de la expansión del ferrocarril. El siglo XX se inicia ya con un paisaje muy deforestado y termina con la reforestacion masiva ahora con especies foráneas tales como el sauce, el álamo, el aromo e, industrialmente (impulsada por generosos subsidios estatales), con eucaliptos y pinos radiata. Así, tampoco de este componente del paisaje cabe esperar mayor continuidad en Colin ni el toda la zona.

El mar es un referente para paseos y días de verano –Constitución y la costa que va de Pelluhue a Duao se hallan entre 80 y 100 kilómetros al poniente-, poseyendo Colin un típico clima mediterráneo continental severo, para decirlo de un modo suave, sin ninguno de los beneficios de los aires marítimos. Los meses estivales, desde diciembre a marzo, son secos y muy calurosos, solo superados por la canícula talquina, ciudad plana ubicada en un hoyo metafísico y empírico rara vez visitado por alguna benévola brisa. A partir de diciembre ventoleras intensas y cálidas descienden desde los cerros revoltosas sobre el valle generando irritación en los caracteres y favoreciendo en los cerros y en las islas la propagación de los incendios, amenazas y espectáculo a la vez, sobre todo si se prolongan de noche, al envolver la atmósfera con humo y el brillo encarnado de brasas vivas de los fuegos como la lava volcánica en la noche del Etna. En febrero, cuando un sol implacable, agostando todas las plantas, empuja a su fin la temporada del tomate cultivado bajo naves llamadas “invernaderos”, el plástico abandonado en las grandes estructuras de madera desiertas, convertido en jirones, se agita sonoramente movido por esas ventoleras bochornosas como si un Eolo ebrio quisiera sacar música de un rotoso y desafinado instrumento.

Los meses invernales, a su turno, son fríos, oscuros y lluviosos y las faenas en el campo disminuyen al ritmo de la mayor brevedad y frialdad de los días. El alcoholismo, tan frecuente y destructivo hasta hoy, hunde sus raíces en la melancolía oscura que atrapa el animo del alma más robusta en esta larga temporada invernal.

Como

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