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Los Pazos de Ulloa resumen por capítulos

Enviado por   •  15 de Septiembre de 2017  •  8.120 Palabras (33 Páginas)  •  1.410 Visitas

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Tal situación desagradaba a Julián por algún motivo desconocido, la imagen de aquella joven sofocante que a demás parecía que aprovechaba cada oportunidad para rozar al capellán con su cuerpo le producía un rechazo instantáneo.

Pasó el invierno y Julián continuaba su labor de enseñanza con el pequeño de la casa, se dio cuenta de la suciedad en que estaba envuelto Perucho, capas y capas que no dejaban ver ni el color de la piel, de modo que el capellán lo lavó hasta lograr quitarle toda la mugre de la cara y el pelo, pero el cuerpo no se lo tocó.

Sabel continuó incomodando a Julián y más frecuentemente empezó a subir a la habitación de este, con cualquier pretexto se arrimaba a él. Hasta que un día irrumpió en la estancia, a medio peinar, acalorada y despechugada, Julián, escandalizado, le mandó que se cubriera y que jamás volviese a entrar así. Pero al poco tiempo volvió la muchacha a entrar en la habitación y se dejó caer sobre la cama del presbítero alegando una aflición, cuando el hombre se acercó a ayudarla en seguida comprendió de que era puro cuento y encendido le dirigió malas palabras y le ordenó que no volviese a entrar nunca. Sabel, avergonzada, se marchó cabizbaja. Al momento se sintió mal Julián por como la había tratado, al fin y al cabo, su labor era ayudas a las personas, no hacerlas sentir mal por sus actos. Pero era incapaz de no alterarse ante la presencia de una mujer con tal descaro.

Seis

De todos los curas de los alrededores con el que más congenió Julián fue el de Naya, Eugenio, quien le invitó a pasar el día del patrón del pueblo allí, San Julián.

Con gusto accedió y la víspera anduvo hasta Naya, pasó la noche en una de las habitaciones de Eugenio y a la mañana siguiente los curas de los alrededores acudieron y a coro celebraron la misa acompañados de la orquestra. Fue una misa rustica y alegre, al igual que el resto de la celebración. Los jóvenes bailaban al son de la gaita, empezaron los preparativos de la comida y se creó un gran movimiento de gente entre los cuales vio Julián a Sabel y eso le desagradó.

Empezó la comida en la que se reunieron los hombres, curas y seglares, de mayor importancia de los en derredores, todos observaban a Julián con especial interés ya que era la primera vez que acudía a una celebración y el joven presbítero agachaba la mirada intimidado.

La comida era pesada y abundante y, por no hacer el feo a Eugenio, Julián comió más de lo que le hubiera gustado. La conversación fue subiendo de tono, por un lado hablaban de teología pero otros se enzarzaron en temas de política algo escandalosos a los oídos de Julián. Algunos también hablaron de mujeres pero en seguida decayó la conversación cuando, empezando por Julián, los curas fueron haciendo oídos sordos a lo que se decía.

Llegó el marqués de Ulloa en los postres y se tomó una copa sin siquiera sentarse, habló con los comensales y de repente oyó Julián que mencionaba a Sabel, fingió que no escuchaba hasta que vio como lo miraban y señalaban y profirió algunas palabras desagradables. Todos en la mesa callaron y empezaron y se dio por terminada la sobremesa, algunos empezaron a retirarse y el cura de Naya le dijo a Julián que le acompañase al huerto a tomar el aire. Acudió el joven cura que ya estaba empezando a sentiré mal por su reacción. Le dijo a Eugenio que debía comprender que no podía aceptar que hubiera esas habladurías sobre él ya que iba en contra de la moral de cualquier eclesiástico decente, a lo que le contestó el otro que no debían los hombres de su condición alterarse tanto por esas cosas que no eran más que bromas sin malicia ya que, al fin y al cabo, su misión era ser buenos y no juzgar. Pero seguía inquieto el capellán de los Ulloa por lo que pudieran estar diciendo de él y Sabel por ahí, de modo que Eugenio para deshacerle de esa idea le dijo que nadie decía nada de eso, que no tendría ningún sentido que el marqués de Ulloa fuese contando tales cosas, que Sabel ya tenía suficiente distracción con los mozos de su misma condición y que no creía que fuese tan descarada de pegársela al marqués en sus propias narices con el capellán de la casa. Esta información dejó anonadado a Julián, al que le costó asimilar lo que le estaba contando. Llevaba ya un tiempo en los pazos de Ulloa y no se había dado nunca cuenta de que el marqués i la criada tuviesen una relación, ni que el pequeño Perucho era fruto de esta. Eugenio no pudo evitar reírse al comprender que Julián no había sido consciente de lo que sucedía en la misma casa que él habitaba, y le explicó que Sabel, según decían, andaba con muchos hombres.

Siete

Volvía a la casa Julián consternado pensando en cómo le diría al marqués que no podía seguir viviendo con ellos y en eso estaba cuando ya en la casa oyó gritos provenientes de la cocina. Encontró a Sabel en el suelo, a Perucho llorando en un rincón y a don Pedro golpeando a la primera con su arma. Intervino el capellán de inmediato y todo lo que hizo el marqués fue gritar a la mujer y ordenarle que preparase la cena, esta, corrió hacia su hijo, que seguía llorando, y lo alzó. Se percataron entonces de que el niño debía haber recibido algún golpe porque sangraba y solo entonces se sintió mal don Pedro. Sabel aseguró que se marchaba y que no iba a hacerle la cena pero en ese momento apareció Primitivo de entre las sombras y como si nada le dijo que hiciese la cena y ella obedeció.

Aprovechó el momento Julián para decirle al marqués que salieran juntos a tomar el aire y así lo hicieron. A fuera don Pedro se disculpó por haber actuado de tal modo y le explicó a Julián que aquella moza andaba con muchos otros hombres y aquello lo llenaba de celos, aprovechó el tema Julián para decirle que había tomado la decisión de marcharse porque un capellán no podía permitir indirectamente con su presencia en la casa una relación así, y le preguntó si no estaría mejor con alguien de su nivel y no una simple criada de cocina, y que si le era tan molesta, porque no la echaba, a lo que don Pedro le contestó que no era tan sencillo como aquello, tenía enganchados a ella y a su padre porque si despedía a Sabel tenía la certeza de que Primitivo se encargaría de que ninguna otra mujer ocupase su puesto amenazándolas y que si intentaba despedir a Primitivo también se encargaría de aquél que lo substituyera. Se sorprendió Julián ante esta información y aún más cuando le explicó el marqués que Primitivo mandaba más que él mismo en los pazos, todos los empleados le temían y llevaba el control de la economía. También le dijo que él, Julián,

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