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¿Conoces los valores, así como su clasificación y los valores que existen?

Enviado por   •  25 de Enero de 2018  •  13.591 Palabras (55 Páginas)  •  488 Visitas

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Entonces, la palabra genérica para indicar un valor, puede ser la de calidad. Esta calidad adhiere a las personas como a las cosas, al devenir y a las relaciones; a todas las entidades de la vida vivida. Toda cosa conocida, además de su esencia intelectual, posee también algún valor. El tamaño de una trayectoria es calidad, el tiempo de una jornada es calidad, el color de una pintura es calidad, la dureza de un diamante es calidad, la bondad de esta madre es calidad, la justicia de esta sentencia es calidad. Esta particular calidad es el valor; es la misma cosa que, por otra parte, se conoce intelectualmente pero, en su dimensión axiológica, por el sentir, el sentimiento de valor. Alguien lo podría confundir con una simple cualidad, pero es mucho más. En breve, todo ser o cosa que percibimos posee más allá de su esencia; esta otra dimensión que es el valor.

El valor es esa calidad particular e inconfundible que produce en nosotros la apreciación, porque se percibe con este sentimiento único que es el sentimiento de valor. Se puede apreciar (valorar) el tamaño, el tiempo, el color, la dureza. Sin tal calidad no hay apreciación; sin apreciación no hay valor. Todas las cosas poseen esta calidad, en diferente medida, en cuanto son elementos de la vida o de lo humano. Es imposible liberar las cosas y las personas de su calidad axiológica. Ésta vale a pesar nuestro. Nada es neutro en la vida; todo tiene algún valor, además de tener cualidades. También puede percibirse el valor como una energía que se capta en la intuición. La intuición nos da el valor con el ser. Captamos el valor como fundado en el ser. Esta energía no sólo es captada sino que afecta nuestra percepción, produce acción y reacción.

Los valores nos gustan o disgustan, nos atraen o nos repelen. Quienes afirman que no hay valores mienten a su propia conciencia o simplemente no saben de qué están hablando. Los valores se imponen por sí mismos, por su calidad. Al tomar una decisión consciente y pasar a la acción, toda persona manifiesta un valor. La dificultad no consiste en percibir los valores, sino en analizarlos y hablar de ellos. Es fácil pensar que estamos rodeados de seres y es más difícil pensar que estamos rodeados de valores por el simple hecho de que es más fácil hablar en términos de seres que en términos de valores. Para hacer un análisis crítico del conocimiento de los seres, se aplica la reducción fenomenológica, se buscan las esencias significativas del ser. Otro discurso es el hacer análisis de los valores, porque con la reflexión crítica sobre el valor, no se captan esencias, sino que únicamente se producen representaciones intelectuales del valor, que no son valores. Ayudar a un enfermo a tomar su medicina es un valor. Pensar en este acto de ayuda, cualificarlo con una idea, es un concepto. No es un valor. Pero, hay algo más. El hacerse dueño de un valor amplía nuestra medida de ser en la vida. Cuánto más grande es el número y la cualidad de los valores que percibimos, tanto mayor es nuestra participación en las energías de la vida. El que capta más valores vive más. Puede que su vida sea simplemente del nivel de las aves y de los mamíferos o, bien, que sea la de los artistas, poetas, matemáticos y creadores; o de los sabios y santos porque la calidad del valores la calidad de vida. Poder apreciar la gravedad de un delito, a través de una tragedia de Shakespeare, o el terror del destino a través de una tragedia de Sófocles, es un regalo que enriquece la conciencia moral de una persona. La calidad del valor se transforma en calidad de la conciencia de la persona humana. En esto es visible la doble dimensión del valor.

El valor se puede percibir, pero también se puede realizar. No sólo la percepción de los valores amplía nuestro ser en la vida. También la realización de valores amplía el horizonte de nuestro ser personal. Si me dedico a ejercer como artista y creo valores estéticos, se amplía el horizonte de mi vida y el horizonte de los que conocen mis obras. Si me dedico a la acción política y a realizar valores de colaboración y de justicia, crece mi vida personal y también la vida de quienes observan o participan en esta actividad. Si me dedico a escribir obras literarias o científicas, mi vida abarca los valores de ese campo y, al mismo tiempo, hace crecer la humanidad de quienes leen las obras. Si se observan los valores desde el punto de vista de los campos de percepción y de los campos de acción, debe reconocerse que el mundo de los valores es tan grande y más que el campo de los seres. El campo de los seres es limitado al mundo de la vida que se da. El campo de los valores abarca el proceso de la vida que se construye y que se crea. Estas breves líneas son suficientes para descubrir delante de nuestros ojos humanos el inmenso horizonte que los valores abren a nuestras posibilidades de vida. No sólo vivimos de valores, también creamos valores.

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El descubrimiento de los valores

Es muy importante subrayar que los valores no se enseñan, se descubren. Este descubrimiento se lleva a cabo al vivir por dentro el proceso de desarrollo de la personalidad humana. Tal proceso se centra en el encuentro, acontecimiento decisivo en la vida del hombre. Al descubrir las condiciones del encuentro, descubrimos los valores y las virtudes. Para encontrarnos no basta estar cerca. Necesitamos abrirnos unos a otros con generosidad, de manera sincera y veraz, de modo que suscitemos confianza; debemos ser fi eles y pacientes, cordiales y sencillos; hemos de estar dispuestos a compartir actividades llenas de sentido... Estas actitudes tienen valor para nosotros y las consideramos como valores en cuanto nos permiten crear relaciones de verdadero encuentro y, de esta forma, desarrollarnos como personas.

Así asumidos los valores como principios internos de actuación, reciben el nombre de virtudes. Para los latinos, virtudes significaban capacidades. Las virtudes son modos de conducta que nos capacitan para realizar todo tipo de encuentros. Cuanto digamos seguidamente de los valores puede atribuirse, asimismo, a las virtudes.

Si vivimos el encuentro de manera auténtica y plena, experimentamos sus espléndidos frutos: nos da energía interior, suscita en nosotros sentimientos de alegría y entusiasmo, nos lleva a plenitud y, consiguientemente, nos llena de felicidad. Al vernos así enriquecidos al máximo, advertimos que el valor supremo en nuestra vida es el encuentro, o (dicho de modo más amplio) la creación de las formas más elevadas de unidad. Descubrimos, con ello, el ideal auténtico de nuestra vida: el ideal de la unidad, que va unido de raíz con el de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza. El ideal

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