Tema- El último Tren
Enviado por klimbo3445 • 26 de Marzo de 2018 • 3.180 Palabras (13 Páginas) • 400 Visitas
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Al llegar a Rancagua entendí que era el momento del todo o nada, a pesar de ser algo lerdo lo comprendí — Si no hago algo bueno, no la volveré a ver —. Pensé. Nos bajamos y quedamos frente a frente en el andén.
- Joven, fue muy agradable viajar con usted —. Me dijo sonriente, yo no podía dejar de mirarla, probablemente hasta la boca la tenía abierta.
- Señorita, usted no entiende como yo me siento, y poco se de sentimientos, soy un gañan, cuento chistes, alegro a la gente, pero ahora ni siquiera sé que me pasa, pero algo si se, es que quiero volver a verla, ¿me entiende?
El tren siguió a Santiago y yo había olvidado hasta el motivo de mi viaje a Rancagua, la estación estaba llena, pero ahí estábamos los dos, ella se notaba nerviosa a punto de escapar, aunque no se movía, a veces me miraba, estaba igual de asustada que yo. Tomó su pañuelo y de su cartera sacó un lápiz grafito, escribió algo y me lo entregó antes de salir corriendo. La vi perderse entre la gente y yo con su pañuelo entre mis manos — ¡Pero yo no sé leer! —. Grité.
Encontré a mi tío Pedro, no le conté nada de lo ocurrido, aprendí que las cosas realmente importantes no se le confían a cualquiera. Mi tío me entregó el repuesto, compré el boleto y regresé a Longaví. Llegué casi oscureciendo. Me esperaban mi padre y mi hermana Daniela, que era la única letrada entre todos nosotros. Al bajar del tren le entregué el repuesto a mi padre sin si quiera saludarlo, tome a mi hermana de sus hombros y le pedí que me ayudara.
- ¿Qué es esto? —. Me preguntó al pasarle el pañuelo.
- No lo sé, dímelo tú —. Le respondí angustiado.
- Es una dirección de correo y un nombre, ¿Qué quieres saber primero?... Ya lo sé, se llama Josefina.
Josefina era ideal, perfecto, indicado. No tenía idea que debía hacer en ese momento, seguir adelante era la propuesta más indicada. Le conté todo a mi hermana pequeña, a ella le dolía el estómago de tanto reírse — ¿Cómo se te ocurre ofrecerle charqui? —. Me dijo en medio de muchas carcajadas. Mi hermanita me ayudó a entender más sobre las letras y números y escribía mis cartas. Cada noche antes de dormir mencionaba su nombre al menos cien veces. Nos comenzamos a escribir, yo le enviaba cartas bien toscas y ella me respondía con letras más elaboradas. Tengo ganas de verte me decía, quisiera recorrer los campos a su lado le contestaba. Siempre le echaba pétalos de rosas en el sobre y leía sus escritos en compañía de los montes, pantanales y totorales de mi hermoso Longaví. Era septiembre poco antes de fiestas patrias, la necesidad de verla fue insoportable, les pedí ayuda a mis padres y hermanos pero sólo recibí respuestas negativas, estaba decidido, iría de cualquier forma a Rancagua. Eché a un bolso una tortilla de rescoldo y algunas manzanas, partí hacia la estación de Longaví bien de madrugada, rogué que me llevarán gratis los maquinistas de los trenes, pero sólo recibí insultos y desprecios, decidí irme a pie, si seguía la línea del tren hacia el norte llegaría sin duda donde mi amada. No comentaré todo lo que pasé en ese viaje, pero fueron los seis días más duros de mi vida. Llegué hediondo, todo desastrado, con el pelo tieso y muerto de hambre. Luego de medio día de vagabundear por Rancagua di con la escuelita donde ella trabajaba, estaba en un sector rural. Toqué la puerta de la escuela y Josefina me recibió, algo más despeinada, pero era ella, sus ojitos se llenaron de lágrimas y me abrazó, por primera vez me abrazó, nunca sentí mayor acogida, al verme quizás entendió todo lo que había sufrido. Ella estaba sonriente y a mi cada segundo se me secaba más la boca, estaba a centímetros de sus labios, pero no nos besamos, porque este beso era un beso que venía del alma, no necesitaba un toqué físico. Caminamos por el campo entre las alamedas Rancagüinas, luego entramos a Avenida Baquedano, parecíamos ancianos por nuestra marcha, pero nos sentíamos como niños. De pronto un vehículo se detuvo a nuestro lado, ella soltó mi brazo rápidamente, dos hombres bajaron del vehículo finamente vestidos.
- ¡Huaso, huacho y picante! —. Me gritó un hombre que parecía odiarme — ¡Para esto te eduqué mierda! — Agarró a Josefina del brazo bruscamente y la metió al vehículo, yo quise protegerla, pero el otro tipo que resultó ser su hermano me golpeó por la espalda dejándome inconsciente. El hombre que se la llevó supuse que era su padre.
Pasé tres días durmiendo en la estación en un vagón abandonado, me hice amigo de un guardia que me daba frutas y otras porquerías, ya estaba rendido, pensaba volver a Longaví, al menos lo haría en tren; mi amigo guardia me consiguió un boleto. Estaba por abordar el tren esa mañana lluviosa cuando alguien me habló, era mi amada Josefina, pero lucía distinta, su rostro inexpresivo, al parecer traía malas noticias.
- Escúchame bien, desde hoy cuenta treinta días seguidos, el día treinta espérame en la estación de Longaví, si no llego, olvídame para siempre, no te atrevas a buscarme, ¡entendiste! —. Toqué su mejilla, pero ella quitó mis manos y se perdió entre la lluvia.
Regresé a Longaví, la acogida fueron insultos de mis padres y la comprensión de Daniela. Le conté todo lo que ocurrió, ella sólo me abrazó. Pase los días construyendo una pequeña casita de madera y fonolas, con la esperanza de que ese día, ella llegase para nunca más partir.
El diecinueve de abril llegué a la estación antes del amanecer, me senté y me dispuse a esperar. El temporal ya se llevaba la vieja casona, uno a uno los trenes comenzaron a cruzarse algunos a Santiago y otros a Chillán. La gente bajaba de las máquinas y rápidamente desaparecían, cada vez que escuchaba el sonido del tren desde el norte, mi corazón se enloquecía, pero rápidamente todo era tristeza y desilusión al no ver a mi amada Josefina. Los trenes se marchaban como burlándose de mí. Y así llegaron las nueve de la noche, hora del último tren, lo vi venir muy lento y demoró mucho en detenerse. La gente bajo apresurada, pero no logré verla. Al parecer la vida había dado su sentencia, no había otra salida más que la resignación, el tren comenzó a moverse y di media vuelta para regresar con mi pena. — ¿Fabián? —. Alguien preguntó a la distancia. Entre la bruma pude distinguir una silueta familiar. Corrimos sobre el mojado piso de madera, debíamos cuanto antes eliminar la distancia entre nosotros, la abracé con la fuerza que pude y me besó, por primera vez me besó. El último tren se fue, y yo deseaba enjaular
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