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WATZLAWICK PAUL - El Arte De Amargarse La Vida

Enviado por   •  15 de Diciembre de 2018  •  20.066 Palabras (81 Páginas)  •  392 Visitas

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Lo gracioso del caso es que el concepto de feli cidad ni siquiera puede definirse. Así, por ejem plo, en septiembre de 1972, los oyentes de la serie séptima de la emisión de noche de radio Hessen fueron testigos de la discusión, sorprendente sin duda, sobre el tema «¿qué es felicidad» (11)1 (Los números que van entre paréntesis remiten al índice bi bliográfico al final del libro.), en la que cuatro representantes de distintas ideologías y disciplinas no lograron ponerse de acuerdo so bre el significado de este concepto aparente mente tan claro, a pesar de los esfuerzos de un moderador sumamente razonable (y paciente).

En realidad, no deberíamos sorprendernos de ello. «¿En qué consiste la felicidad? Sobre esta cuestión, las opiniones siempre fueron dispa res», leemos en un ensayo del filósofo Robert Spaemann sobre la vida feliz (22): «289 parece res contó Terencio Varrón, y Agustín abunda en este sentido. Todos los hombres quieren ser felices, dice Aristóteles.» Y luego Spaemann se refiere a la sabiduría de una historia judía, que narra de un hijo que manifiesta a su padre su deseo de casarse con la señorita Katz. «El padre se opone, porque la señorita Katz no aporta nada. El hijo replica que sólo será feliz si se casa con la señorita Katz. El padre le dice: "Ser feliz, ¿y de qué te servirá esto?"»

La literatura universal ya debería habernos inspirado desconfianza. Desgracias, tragedias, catástrofes, crímenes, pecados, delirios, peligros, éstos son los temas de las grandes creaciones. El Infierno de Dante es incomparablemente más genial que su Paraíso; lo mismo puede decirse del Paraíso perdido de Milton, a su lado, el Pa raíso reconquistado es francamente soso; la caída de Jedermann (Hofmannsthal) arrastra, en cam bio, los angelitos que al fin le salvan, causan un efecto ridículo; la primera parte de Fausto con mueve hasta las lágrimas, la segunda hasta el bostezo.

No nos hagamos ilusiones: ¿qué seríamos o dónde estaríamos sin nuestro infortunio? Lo necesitamos a rabiar, en el sentido más propio de esta palabra.

Nuestros primos de sangre caliente en el reino animal no tienen más suerte que nosotros; basta ver los efectos monstruosos de la vida en el zoológico: aquellas soberbias criaturas son protegidas contra el hambre, el peligro, la enfermedad (incluso con tra la caries dental) y se las convierte en el equiva lente a los neuróticos y psicóticos humanos.

Nuestro mundo en peligro de anegarse en una inundación de recetas para ser feliz, no puede es perar más tiempo a que le echemos un cable de salvación. No puede permanecer más tiempo la competencia en estos mecanismos y procesos bajo el dominio celosamente custodiado de la psiquia tría y psicología.

El número de los que se las arreglan con su propia desdicha como mejor saben y pueden, qui zás parezca relativamente considerable. Pero es infinitamente mayor el número de los que en este menester precisan consejo y ayuda. A ellos se de dican las páginas siguientes a modo de manual de iniciación.

Hay que añadir que a este propósito altruista le corresponde un significado político. Como los directores de un zoológico en dimensiones reduci das, en grandes dimensiones, los Estados también se han impuesto la tarea de configurar la vida de los ciudadanos de modo que ésta, desde la cuna hasta la tumba, sea segura y chorreante de felici dad. Pero esto sólo es posible mediante una edu cación sistemática del ciudadano que le haga in competente en la sociedad. Por esta razón, en todo el mundo occidental, los gastos públicos para política sanitaria y social aumentan de año en año en proporción siempre mayor. Como se ñaló Thayer (23), entre 1968 y 1970, estos gastos se dispararon en los EE.UU. en un 34 %, de 11 a 14 mil millones de dólares. De las estadísticas más recientes de la República Federal de Alema nia se desprende que sólo los gastos públicos para la salud ascienden cada día a 450 millones de marcos, lo que supone un aumento treinta veces mayor respecto de 1950. En este mismo país hay diez millones de enfermos y el ciudadano normal toma a lo largo de su vida 36 000 comprimidos. Imaginémonos por un momento qué pasaría si este curso ascendente se detuviese o retrocediese. Se derrumbarían ministerios gigantescos, sectores enteros de la industria se declararían en quiebra y millones de hombres irían al paro.

El presente libro pretende aportar una pe queña contribución, pero consciente y responsa ble, para que se evite esta catástrofe.

El Estado necesita con tanto empeño que el desamparo y la desdicha de su población aumente de continuo, que esta tarea no puede confiarse a los ensayos bien intencionados de unos ciudada nos aficionados. Como en todos los sectores de la vida moderna, también aquí se precisa una direc ción pública. Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende, no basta tener alguna ex periencia personal con un par de contratiempos.

Los datos pertinentes y las informaciones apro vechables de la bibliografía especializada, es de cir, principalmente obras de psiquiatría y psicolo gía, son escasos y la mayoría de las veces involuntarios. Por lo que sé, muy pocos colegas míos se han atrevido a tratar este tema espinoso. Son excepciones honrosas los francocanadienses Rodolphe y Luc Morisette, Petit manuel de guérilla matrimoniale (12); Guglielmo Gulotta, Commedte e drammi nel matrimonio (7); Ronald Laing, Knots (9), y Mará Selvini, II mago smagato (20). En esta úl tima obra, la famosa psquiatra demuestra que el sistema de educación escolar necesita que sus psi cólogos fracasen, para poder seguir haciendo lo mismo de siempre. Merecen una mención muy especial los libros de mi amigo Dan Greenburg, How to be a Jewish Mother (5) y How to Make Yourself Miserable (6), obra importante que la crí tica celebró como investigación audaz «que ha hecho posible que centenares de miles de hom bres arrastren de veras una vida vacía». Y last but not least, hay que mencionar a los tres represen tantes más insignes de la escuela británica: Stephen Potter con sus estudios sobre «Upmanship» (17); Laurence Peter, el descubridor del principio «Peter» (16), y finalmente el autor, co nocido en todo el mundo, de la ley que lleva su nombre: Northcote Parkinson (14, 15).

La novedad del presente libro sobre estos estu dios excelentes está en su deseo de presentar una introducción metódica, fundamental y basada en una experiencia clínica de decenas de años, a los mecanismos más útiles y seguros de la vida amar gada. Sin embargo, mis explicaciones no han de ser consideradas como exhaustivas y completas, sino únicamente

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