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Lewis y las paradojas del viaje en el tiempo

Enviado por   •  13 de Febrero de 2018  •  2.051 Palabras (9 Páginas)  •  430 Visitas

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c) Doblando el plano sobre el que se dispone el espacio-tiempo, según la Teoría de la Relatividad de Einstein. Creando, en definitiva, agujeros de gusano, los cuales ya existen a escala subatómica creados por la propia naturaleza y con un tiempo de vida de unas cuantas millonésimas de segundo. ¿Es una opción rentable o factible? Sí, lo es. Si con la tecnología del día de mañana fuera posible mantener la estabilidad de uno de esos diminutos agujeros de gusano y aumentar su tamaño hasta que un cuerpo fuese capaz de atravesarlo, supondría un viaje hacia el futuro.

¿Y hacia el pasado? ¿Cabe la posibilidad física de viajar atrás en el tiempo?

Este suceso necesitaría de unos hechos que, a priori, resultarían físicamente imposibles. Hechos del estilo de velocidades o fuerzas gravitatorias y aceleraciones negativas.

Según las teorías de Einstein, no es posible viajar al pasado. Pero solo siguen siendo teorías, ¿no? Así que quién sabe...

Tengo que decir que hasta ahora hemos hablado de éstos supuestos viajes en el tiempo como algo místico, paradójico y casi imposible. Pero debo señalar que las máquinas del tiempo han existido desde la creación del propio Universo. Así es. Solo hace falta alzar la mirada al cielo nocturno para percatarse de ellas. Las estrellas, que en muchas ocasiones pasan desapercibidas, nos iluminan con una luz que partió en un largo camino hasta nosotros hace unos cuantos de miles de millones de años. Por tanto, mirar al cielo significa mirar el pasado de nuestro tiempo. Si desde alguna de aquellas estrellas más próximas se observara el planeta Tierra, quizás se verían esos pequeños homínidos que una vez fuimos nosotros.

¿Pero qué hay de la metafísica y de los enunciados lógicamente posibles a los que tanto uso ha dado la filosofía durante tantos años?

Si hay algo que caracteriza a la metafísica es el hecho de poder profundizar mucho más allá de la propia física, con suposiciones aparentemente lógicas que intentan dar respuesta a las grandes preguntas que se plantea, deduciendo de ello aclaraciones sobre la identidad del yo, soluciones al escepticismo o respuestas ante el tradicional argumento fatalista, entre otras cosas.

Me encanta pensar que hace más de dos mil años la gente que había por aquí ya se preguntaba cosas como qué iba a ser de ellos después de la muerte, o cuál era su finalidad en el transcurso de su fugaz existencia. Me volvía loco saber que esos individuos ya miraban al cielo en busca de respuestas, creyendo que ellos mismos estaban situados justo en el centro de todas esas luces incandescentes a las que llegaron a considerar deidades.

Hacían bien en actuar de esa forma. Lo más importante es no dejar de hacerse preguntas, no dejar de tener dudas. Sin éstas, no nos cuestionaríamos nada, y perderíamos el interés y la curiosidad que hacen que el ser humano sea de lo más especial. El problema es que el tiempo pasa y para cuando uno se quiere dar cuenta, quizás sea demasiado tarde. Me ha pasado muchísimas veces. He pensado algo con tanto detenimiento que para cuando tenía la respuesta, ya no me servía.

Mirando al cielo me pregunto si será cierta una de esas extravagantes teorías que ya leí una vez por ahí: la teoría del Multiverso, que juega con la idea de que no solo existe un Universo como tal, sino que más bien, todo es como un infinito racimo de uvas, en el que cada uva ocuparía el lugar de uno de esos infinitos universos. Lo más interesante no es esto, lo más interesante es que cada uno de ellos sería constante y variable. Todos tan similares y con tantas diferencias al mismo tiempo, que la idea resulta realmente brillante, con infinitas posibilidades abiertas a la propia imaginación...

Me gusta pensar que quizás, en alguno de todos esos universos, hubiese un tipo clavado a mí, que se llamase exactamente igual que yo. Un tipo que pensase y reaccionase igual, pero al que le fuese la vida mucho mejor. Así podría decir que me siento realmente orgulloso de él.

Dicen que soy demasiado joven, y tengo por delante todo el tiempo del mundo, toda mi vida. No debo apresurar las cosas, resignarme y aguardar que ocurran. Mi mortalidad me hace pensar y rebelarme contra mí mismo, quiero lo imposible y por eso lo quiero. Quiero vivirlo todo, recorrer el mundo, acordarme de nada y recordarlo todo, sentir quién soy, dejar mi cuerpo, mi alma, mi yo en el intento de disfrutar lo efímero y sufrir el miedo.

Soy joven y no sé nada, nunca supe, y creceré y seguiré sin saber. Mientras más sepa, más ciego me quedaré y con más fuerza trataré de mirar atrás, hacia una respuesta que no sé si quiero. Porque yo no quiero nada ni quiero tenerlo todo. Todo no existe y la nada que es igual, tampoco. Y aquí estamos nosotros en medio, no teniendo nada y queriéndolo todo, en una espiral de contradicciones que nos balancean de un lado para otro.

Quiero tocar el tiempo y verlo pasar, ser un trozo de luz a la deriva, un ser inerte que pueda conocer la realidad, abstraerse de todo y nada, y durante un instante, estar completo de la inmensidad que lo rodea.

Soy joven, pero ya he vivido más de lo que cualquier flor vaya a hacerlo. Me muero cada día y sé que el tiempo juega conmigo, que no hay sentido en lo que hablamos, tan solo sentimientos, ideas, pensamientos con formas sinuosas, plantas vivas sobre otras muertas. Nos medimos sin tener una referencia, sin tener una medida, para saber con exactitud que en realidad no sabemos.

Quisiera saber si solo yo pienso ésto, o si solo yo lo escribo en mis horas vacías para rellenar huecos.

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