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PENSAMIENTO FILOSÓFICO EN MÉXICO

Enviado por   •  31 de Diciembre de 2018  •  3.003 Palabras (13 Páginas)  •  289 Visitas

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sacrificio y el amor. Sin embargo, de acuerdo a Caso, las tres dimensiones en que se debate la existencia humana a menudo entran en tensión y hasta se vuelven incompatibles, lo que es el origen de muchos conflictos morales. El hombre sólo es libre, verdaderamente una persona, cuando en estos conflictos se decide por la dimensión moral y religiosa, por el máximo esfuerzo y mínimo de ganancia: por la caridad. Y la caridad —indica Caso— conduce a la esperanza. Si Caso fue una figura más o menos pública, José Vasconcelos lo fue plena, ruidosamente. Quizá fue una de las personalidades que más controversia han despertado, y siguen despertando, en el México moderno. Varias veces exiliado, en 1914 es secretario de Educación Pública, y en la elección de 1929 fue candidato a la Presidencia de la República. Vasconcelos recoge algunos de los problemas tratados por Caso, abordándolos de un modo muy diferente. Como Caso, Vasconcelos polemiza con el positivismo. Sin embargo, en vez de acusar-lo, como Caso, de ideología del porfirismo, lo percibe más abarcadoramente como instrumento de la expansión sajona, en concreto, de Estados Unidos. Así, Vasconcelos piensa al positivismo como una negación de todo lo que el mexicano es. En contra del racionalismo sajón, “corresponde a una raza emotiva como la nuestra sentar los principios de una interpretación del mundo de acuerdo con nuestras emociones; ahora bien, las emociones se manifiestan no en el imperativo categórico, ni en la razón, sino en el juicio estético, en la lógica particular de las emociones y la belleza”.

No obstante, no por renunciar a la razón, Vasconcelos renuncia al sistema, a unir un mundo poético y uno cienti fico y dar una representación sintética de ellos, lo que Vasconcelos llama “monismo estético”. Monismo: a pesar de las distinciones y separaciones, el hombre y el mundo poseen la misma “esencia”. Sin embargo, esa “esencia” no es una sus-tancia estática sino pura energía. La cosmología especulativa de Vasconcelos consiste en un monismo dinámico donde el movimiento subjetivo y el objetivo, aún siendo esencialmente el mismo, son capaces de ritmos independientes. Pero se trata de un monismo “estético”; la estética es, para Vasconcelos, la ciencia más comprensiva y la forma de vida superior. En la estética no se reduce la rea- lidad, no se abstrae. El valor estético es irremplazable, único, cualitativo. El “monismo estético” de Vasconcelos, aparte de procurar ser expresión de la cultura iberoamericana, busca también abarcar la universalidad jerarquizada del saber. ¿Cómo es esto? Una “raza” emotiva como la iberoamericano debe apoyarse, según Vasconcelos, en una filosofía de la emoción, pero como la emoción es la suprema de las facultades del hombre, la filosofía de Vasconcelos propone la superioridad del iberoamericano sobre el resto de la humanidad.

Es discutible —y poco importante—, si hay que ubicar a Samuel Ramos (1897-1959) como el último representante de la generación de los “fundadores” o como miembro de una generación inmediata, en cualquier caso, hay que situarlo en el entorno de Caso y Vasconcelos, como la antítesis más directa que despiertan las entusiastas especulaciones (más o menos opuestas) de estos dos pensadores. Su primera obra,

Hypothesis (1928), narra a grandes rasgos la autobiografía intelectual de Ramos, sus deudas y su ruptura con Caso y las influencias recibi-das de Ortega, Heidegger, Scheler, Hartmann y el psicoanálisis de Adler. Ramos quiso evitar un universalismo abstracto y así, aplicando ciertas ideas de Ortega y de Adler, trata de descubrir las características fundamentales del mexicano en el perfil del hombre y la cultura en México

(1934). En Caso y Vasconcelos encontramos una “visión” de cómo los mexicanos deben ser y del buen futuro que les espera, mientras que Ramos procura indagar el pasado de los mexicanos y su presente, según él, tal como son. La cultura mexicana según Ramos ha sido, básicamente “derivada”, pro d u ci endo un v icio grave, la imitación, la desaforada imitación de lo extranjero, que no es más que el correlato de un profundo senti-miento de inferioridad. A partir de ese sentimiento, Ramos procura explicar la historia del México independiente: tanto los conservadores como los liberales del s Iig l o XIX padecieron por igual este afán de imitación, que se extiende al siglo XX. Pero la imitación no es el único defecto del mexicano. Otros defectos del carácter mexicano que se entraman para apoyar el generalizado sentimiento de inferioridad son la “inercia” o “egipticismo”, provenientes del indio, y la pereza, herencia del español. Si el mexicano imita no es, pues, sólo para ocultar su sen-timiento de inferioridad, también por inercia y por pereza. Tales características se encuentran en el análisis que hace Ramos del “pelado”, que considera, en algún sentido, una figura prototípica del mexicano y en el que, a los defectos anteriores, se agrega el machismo y un patriotismo desmesurado.

Con Ramos estamos, pues, ya muy lejos de la concepción positiva y es-peranzada de lo nacional defendida por Caso y Vasconcelos, de la caridad

como principio de la acción y de aquello de que “en nuestra raza hablará el espíritu”.

Los “transterrados”

A causa de la derrota de la República española y del triunfo del franquismo, en la década de los treintas comenzó a llegar a México una fuerte inmigración con un contingente importante de intelectuales. Entre los filósofos se encon-traban José Gaos, María Zambrano, Eugenio Ímaz, Joaquín Xirau, Wenceslao Roces, Luis Recaséns Siches, José María Gallegos Rocafull, David García Bacca, Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez... Todos ellos, de manera temporal o definitiva, dejaron su huella en la cultura de México. Al respecto, Gaos afirmó que no se sentía emigrado sino “transterrado”: como si se hubiese trasladado de una parte a otra de su propia tierra. Tampoco habló Gaos de “inmigración”, sino de “impatriación”. Los “trasnsterrados” procuraron continuar con la tarea que se había propuesto Ortega para España: abrir ventanas culturales al mundo, esto es, emprender un proceso de modernización. Por eso, además de los aportes fi-losóficos, propios de cada uno de estos filósofos, es posible afirmar que en su conjunto introdujeron una actitud más profesional con respecto a la filosofía (familiarizarse con los clásicos, leer los textos centrales de la tradición, direc- tamente y en sus originales, estar al día...), modificando, por decirlo así, la imagen de este quehacer: la filosofía debía dejar

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