Años previos a la creación de la LNDLR y consideraciones significativas sobre la relación en crisis entre Estado y la Iglesia Católica
Enviado por mondoro • 24 de Abril de 2018 • 3.368 Palabras (14 Páginas) • 456 Visitas
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La historia de la Liga no ha sido hecha, y aquí no se encontrarán sino indicaciones para la investigación. En efecto, la Liga no se halla en el corazón de nuestro tema, y si tratamos de ella es para marcar bien toda la diferencia entra ella y los cristeros. Su historia es mal conocida, porque fue vencida; porque, luchando en la clandestinidad, en ella ha quedado parcialmente; porque al silencio al silencio se ha venido a agregar la discordia consecutiva a la derrota, la dispersión de los jefes, el encarnizamiento de la Iglesia en hacer caer en el olvido y hacer callar a una organización que se había resistido a su política conciliadora.
El historiador tiene la suerte de poder disponer de los formidables archivos de Palomar y Vizcarra, que reúnen sus papeles privados, la casi totalidad de los archivos de la Liga, una parte de los de la VITA México, y las Memorias inéditas de Ceniceros y Villareal; los archivos de la Compañía de Jesús confirman y completan los precedentes, así como los reunidos por A. Ríus Facius. Algunos legajos, largo tiempo en poder de las hermanas de Vasconcelos, se han reunido ya en la Universidad al legado Palomar y Vizcarra. Todas estas fuentes informan bien sobre la actividad política y militar de la Liga entre 1925 y 1929, pero no dice quiénes fueron los dirigentes y los militantes de la organización. Para saberlo, habría que entregarse a una verdadera investigación policiaca, que hemos iniciado muy parcialmente yendo a interrogar a los supervivientes.
Reclutamiento y Organización
La liga reunía, cuando se fundó asociaciones tan heterogéneas como los Caballeros de Colón y las Damas Católicas, la Congregación Mariana de los Jóvenes y la Adoración Nocturna, la Federación Arquidiocesana del Trabajo, (Distrito Fedeal), la Confederación Nacional Católica del Trabajo (presidida por Palomar y Vizcarra) y la ACJM, presidida por René Capistrán Garza. Es decir, movimientos de juventud, organizaciones piadosas, sociedad de beneficencia, sindicatos de trabajadores y grupos de la buena sociedad. Lo que se llama a veces la arsitrocracia, las grandes, antiguas y ricas familias, se mantuvieron, salvo excepción, al margen de la Liga, que se quejaba continuamente de no encontrar ayuda alguna, sobre todo financiera, en los ricos católicos. Esta abstención era tal que la Liga pidió a los obispos que hicieran presión sobre dicha categoría social, acción que los prelados juzgaron “muy difícil, casi imposible y particularmente peligrosa”. Lo que en tiempos de la Reforma decía Mons. Labastida de los ricos católicos seguía siendo cierto: “Aquellos cadáveres no se mueven ni quieren tomar parte”.
Gente de orden, apreciaba la reorganización administrativa y financiera patrocinada por Calles y realizada por los banqueros católicos. Ellos, de quienes Vasconcelos decía que “a la hora de levantar los muertos de las hecatombes gubernamentales, y en deliberada complicidad póstuma, se organizan cámaras o mueven sus clubes para servir al vencedor y clamar: “Hay que olvidar el pasado, seamos optimistas, sólo existe el futuro… La salud de la patria la miden por el alza y baja de sus cuentas comerciales. El ideal lo tienen en ver que sus hijos se eduquen en el extranjero para lacayos del imperialismo”.
No encontrando eco alguno de las capas superiores, la Liga reclutaba todos sus jefes en las clases medias, las mismas que habían suministrado a la revolución y que sumunistraban al régimen callista su base social. Entre los ligueros y los revolucionarios la diferencia no es social, sino ideológica; hasta tal punto es cierto que las convicciones ideológicas son siempre más fuertes en estos grupos de amigüedad fundamental. Se encuentran en los dos campos políticos, periodistas, mujeres ambiciosas, intelectuales “burgueses”, militares. Entre los revolucionarios se encuentran pastores protestantes y masones, entre los ligueros, sacerdotes y Caballeros de Colón. Todos han nacido y viven en las ciudades. Cultural y socialmente, los ligueros son los primos hermanos, los hermanos enemigos de los revolucionarios, y se encuentran en un mundo que no tiene nada que ver con el de los cristeros o de los zapatistas.
Juristas, ingenieros, doctores, funcionarios, hombres de Iglesia o vinculados a la Iglesia, tales eran los jefes de la Liga, ayudados por algunos militares del antiguo ejército federal, y por jóvenes estudiantes que, militantes de la ACJM, participaban en la dirección del movimiento del que controlaban todas las instancias medias e inferiores. Entre todos los dirigentes, sólo había un hombre de negocios, Bartolomeo Ontiveros, propietario de la fábrica de tequila la “Herradura”, empresa de tipo tradicional y provincial. Citemos entre los hombres de leyes a los principales jefes: Rafael Ceniceros y Villareal, presidente, Miguel Palomar y Vizcarra, vicepresidente, Mariano Ramírez, vicepresidente, René Capistrán Garza, presidente de la ACJM y primer general en jefe nombrado por la Liga, And´res Barquín y Ruiz y Rodolfo Meixuero Gil.
Los ingenieros eran numerosos: el arquitecto José González Pacheco, vicepresidente y secretario de la Liga; Luis Segura Vilchis, encargado del Comité Especial (Guerra), ingeniero electricista; Carlos Díez de Sollano, hijo de gran propietario e ingeniero químico, organizador del estado de Guanajuato; Luis Alcorta, del Comité Especial, Manuel Jiménez Rueda, Carlos F. de Landero, Salvador R. Cuellar, Luis Vargas Varela e Ignacio Ayala.
De los médicos: López de Lara, J. Alcántara, Manuel M. de Legorreta, Mesa Gutiérrez, y un antiguo médico militar, Leopoldo Escobar, pariente del general Escobar.
Entre los sacerdotes, que con o sin función formal aconsejaban y participaban en la acción de la Liga: los jesuitas Méndez Medina, Ramón Martínez Silva, Martínez del Campo, el dominico Mariano Navarro, el P. Bergoënd, los PP. José Jiménez, José Espinosa, Darío Pedral, Leobardo Fernández, y personas vinculadas a la Iglesia, como Juan Lainé y A M. Carreño, o doña Luz de Perches. Los jesuitas, no obstante la prohibición de su general, siguieron a la Liga hasta el fin y los sacerdotes también. Mons. González y Valencia y Mons. Lara y Torres ayudaron a la Liga hasta que Roma les hizo llegar la prohibición de proseguir. Mons. Manríquez no hizo caso, lo cual le valió más tarde verse obligado a presentar la dimisión. Los seglares administradores de los bienes de la Iglesia, los Juan Lainé y los Carreño abandonaron la Liga no bien Roma frunció el ceño.
Luis Segura Vilchis, José González Pacheco y Jorge Núñez eran funcionarios del gobierno; José Rebollo, jefe del Comité Especial, después de la muerte de Segura Vilchis, y José Ortiz
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