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Genocidios y educación histórica: acerca del deber de la memoria, la SHOA y la defensa de la condición humana

Enviado por   •  1 de Enero de 2018  •  9.441 Palabras (38 Páginas)  •  446 Visitas

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Al hablar de representación, nos referimos a las distintas formas en que los sujetos se perciben, se piensan a sí mismos y al mundo del que forman parte e interpretan su realidad cotidiana. Se trata de una forma de conocimiento social que condensa imágenes, sistemas de referencias, actitudes, informaciones y valores, aglutinando conjuntos de significados que orientan prácticas sociales. Esto ocurre en un proceso dinámico en el que dichas representaciones y prácticas se reconstruyen y se redefinen constantemente. El concepto, elaborado desde la sociología por Durkheim y Mauss, fue relegado durante algún tiempo y luego renovado por autores como Roger Chartier, cuyos estudios nos han permitido profundizar reflexiones sobre las cuestiones que tratamos en este trabajo, sobre todo en relación a la educación histórica.

También son importantes los aportes realizados desde la psicología social por Serge Moscovici y Denise Jodelet, quienes han destacado la relación entre la actividad mental desplegada por los sujetos y los grupos y la interpretación o toma de posición frente a los acontecimientos que les toca vivir.[2] Para estos autores, la noción de representación es una modalidad de pensamiento orientada a la captación del entorno material y simbólico, por lo que acentúan tanto el análisis de los contextos en los que se construyen y circulan como las funciones que cumplen en las interacciones sociales. De esta manera, ubican la noción de representación en la intersección entre lo psicológico y lo social, como una forma de conocimiento socialmente elaborado, de carácter práctico, que permite dar sentido a los acontecimientos propios de la dinámica social.

Las representaciones se constituyen a partir de las experiencias, informaciones, conocimientos y tradiciones aprendidas en la familia, en la escuela, entre otras muchas instituciones y procesos sociales. No se entiende aquí a las representaciones colectivas como un fiel reflejo de la realidad, ni como una mera expresión subjetiva de alguien hacia algo, sino como parte de un proceso de convergencia entre representaciones individuales que forman parte de un conjunto. En dicho proceso, se vinculan sujetos y estructuras sociales, políticas, económicas y culturales, dando su lugar a las interacciones por las que se reproducen y cambian, tanto los sujetos, como las instituciones sociales.

Representaciones, creencias, valores, saberes, tradiciones, conforman registros de memorias que se resignifican en función del presente y del lugar que cada ser humano ocupa en él. Ahora bien, la memoria es distinta de la historia que asume la complejidad del pasado, su expresión en distintos recuerdos, y se propone reconstruirlo sin reduccionismos, atendiendo a criterios y procedimientos de validación de los argumentos expuestos. Hay por tanto distancia entre la historia vivida y la percepción histórica de lo vivido, entre lo vivido y lo escrito por los historiadores. En síntesis, memoria e historia constituyen representaciones del pasado pero mientras que la primera busca revelar las formas del pasado, la memoria las modela. Se resguarda en “posturas, en hábitos y en la sabiduría de nuestros silencios”[3]. Se encuentra hoy preservada en lugares poco visibles, rituales y celebraciones donde los grupos la mantienen a salvo del asalto de la historia, o en lugares imperceptibles, gestos, silencios, hábitos. Funciona como refugio donde preservar la continuidad del pasado y del presente. Todo ello confirma su distancia con la historia ya que la historiografía procura superar los relatos memoriales “acepta la complejidad y conflictualidad intrínseca de la historia, y, con ellas, la pluralidad y la conflictualidad de la sociedad misma, lo que es una condición sine qua non de la democracia”[4]. Al examinar críticamente el pasado, lo desacraliza, da lugar a una nueva sensibilidad voluntaria y crea espacios para la existencia de la memoria como parte de lo que es su función social, esto es, dar fundamento a la identidad, el espíritu crítico y la conformación de la ciudadanía. Incluso en la década de 1970, cuando se subraya la presencia del sujeto que escribe la historia y su implicancia como limitante de la posibilidad de la objetividad, cuando el “giro lingüístico” cuestiona la pretensión de los historiadores de hacer conocer la realidad, nuevos enfoques reconfirman la compatibilidad entre buenos escritos históricos y conocimiento del mundo real, aun en el marco de múltiples interpretaciones, fuentes y metodologías plurales y verdades siempre parciales.[5] De lo que se trata hoy es de transformar el recuerdo del pasado en cuestionamiento crítico del presente cuyos desafíos orientan los actos de memoria y la necesidad de la historia, que, en palabras de Fevbre, “[…] es un medio de organizar el pasado para impedirle que pese demasiado sobre los hombros de los hombres, […] no presenta a los hombres una colección de hechos aislados. Organiza esos hechos. Los explica y para explicarlos hace series con ellos; series a las que no presta en absoluto igual atención. Así pues, lo quiera o no, es en función de sus necesidades presentes como la historia recolecta sistemáticamente, puesto que clasifica y agrupa, los hechos pasados. Es en función de la vida como la historia interroga a la muerte”.[6]

Por otro lado, si afirmamos que la memoria nos constituye, afirmamos también la importancia del olvido, ambos extremos –y sus manifestaciones- partes de procesos de temporalización y constituyentes del conocimiento histórico. Ahora bien, el olvido no es siempre una debilidad de memoria, a veces puede calmar el dolor. En relación a la Shoá, Primo Levi advertía el papel del olvido ya que perderse a sí mismo, olvidar constituyó, para las víctimas, un modo de protegerse y por tanto, al deportado, la falta de recuerdos le permitió soportar la dureza de la vida. Vale lo mismo para las sociedades y sus traumas, razón por la que Renán (1882) afirmaba que los duelos compartidos y también los olvidos, eran poderosos constituyentes de la creación de la nación. Ahora bien, hay distintos tipos de olvidos, los que nos permiten sobrevivir en ciertas circunstancias, los que nos llevan a acceder a un nuevo status y también el provocado por la aceleración y trivialización de la vida cotidiana recargada actual, que genera incertidumbre y desconexión social.

La historia navega entre memorias y olvidos y al hacerlo nos permite aproximarnos al pasado y al futuro a través de la explicación. El historiador opera desde sus centros de interés para interrogar sus fuentes y construye la autonomía de su disciplina respecto a la memoria, haciendo posible el entendimiento de las interacciones humanas, sus cambios y continuidades. La historia es lo que nos permite en fin confiar en

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