POLÍTICA Y DIPLOMACIA EN LA FRONTERA DE BUENOS AIRES: EL ROL DE LOS “MEDIADORES CULTURALES” (SIGLO XVIII)
Enviado por klimbo3445 • 3 de Septiembre de 2018 • 8.547 Palabras (35 Páginas) • 472 Visitas
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MEDIADORES POLÍTICO-CULTURALES EN LA FRONTERA DE BUENOS AIRES DURANTE EL SIGLO XVIII
Varias fueron las instancias político-diplomáticas que tuvieron incidencia en las relaciones interétnicas en la frontera sur de Buenos Aires durante el siglo XVIII. Por entonces, la misma estaba demarcada por un límite natural: el río Salado y reforzada por una línea de fuertes y guardias. En el siglo XVIII dicho límite, aunque permeable, se mantuvo inmóvil, siendo las misiones jesuitas los únicos “enclaves fronterizos” (Nacuzzi, 2012), coloniales en territorio indígena. Aunque la mayoría de las negociaciones culminaron en “Parlamentos”[13], no es específicamente en ellos que nos centraremos, ya que el extenso proceso de negociación excedía a los tratados escritos. Roulet (2004), señala que si nos centramos exclusivamente en lo que dicen las actas alcanzaremos una visión incompleta y distorsionada de lo que fueron las negociaciones y evaluaremos incorrectamente los logros políticos, militares y económicos obtenidos por cada una de las partes. Las negociaciones de paz, podían ser verbales y no tener por ello menos validez.
En estas instancias de negociación es posible divisar a los denominados mediadores culturales actuando como ‘auxiliares’ de los interlocutores políticos oficiales -entendiendo por éstos a caciques principales y autoridades coloniales- Seleccionamos dos contextos específicos de negociación para analizar aquí:
1. La década de 1740, cuando los malones en la frontera de Buenos Aires conllevaron a una serie de negociaciones y la firma de las Paces del Casuattí (1742), que buscaron terminar con los mismos y lograr la instalación de las misiones jesuitas en pleno territorio indígena.
2. La década de 1780, cuando una dura política interétnica desplegada por el Virrey Vértiz desataba una nueva oleada maloquera en la frontera de Buenos Aires y las consecuentes tratativas diplomáticas para reestablecer la paz, concertada con la firma del Tratado Cabeza de Buey (1790). En dichas instancias fue clave el acceso a la información así como el mantenimiento de una comunicación fluida, la que circulaba a través de numerosas fuentes y donde los acuerdos no hubieran sido posibles sin la intervención de los mediadores culturales, menos visibles pero tan importantes como los interlocutores oficiales.
Negociaciones diplomáticas durante la instalación de los jesuitas en las pampas bonaerenses (1741-1742)
En otros trabajos hemos reconstruido el liderazgo de los caciques Bravo así como la coyuntura política que desató la oleada maloquera en la frontera de Buenos Aires en 1740 (Carlón 2011, 2014). Lo que nos interesa analizar aquí es la política de diplomacia interétnica previa, desplegada durante casi un año, ya que la misma permitió que se firmase el primer tratado de paz escrito entre los indígenas independientes de la región y los hispano-criollos: “Las Paces del Casuattí” de 1742 (Levaggi 2002, Nespolo, 2004 Nacuzzi 2006). Asimismo, dichas negociaciones permitieron la instalación de las misiones jesuíticas en la región, emplazadas entre las sierras bonaerenses, vale decir, en pleno territorio indígena.[14] Aunque la experiencia misional al sur de Buenos Aires fue escueta, dado que en 1751 el cacique Cangapol el Bravo arrasó con ellas, nos preguntamos ¿qué mecanismos posibilitaron el cese de la violencia en la frontera y la instalación de los jesuitas? y ¿quiénes fueron los actores involucrados en dicho proceso de negociación interétnica? Sabemos que el cacique Cangapol fue quien, mediante una importante alianza guerrera, protagonizó varios de los malones perpetrados sobre la frontera de Buenos Aires hacia 1740 como represalia por el asesinato de un cacique pariente (Tolmichiyá). De manera tal que las negociaciones de paz se iniciaron desde las autoridades coloniales de frontera hacia las parcialidades indígenas que habitaban las pampas. En parte, por el temor a los malones, pero también por la política interétnica que pretendía implementar el nuevo Maestre de Campo -Cristóbal Cabral de Melo-, tras reemplazar al intransigente Juan de San Martín.[15] Así, la política de diplomacia se inició con una primera embajada de paz que en 1741 se dirigió hacia las sierras bonaerenses del Cairú y Casuattí (hoy sierras de Tandilia y Ventania de la provincia de Buenos Aires). El acta del Cabildo del 10 de julio de 1741 mencionaba que la comitiva estaba comandada por Cabral de Melo, acompañado de “personas de ciencia y experiencia de estas campañas y de milicia” (AGN. AECBA, Serie II, tomo VII, 10/6/1741). La expedición buscaba, por pedido del Rey: “…solicitase la pacificación de los indios requiriéndolos y procurándolos atraer a la amistad, paz y buena correspondencia siguiendo el orden y método que preveen las leyes de estos reynos.” (AGI, copias en ME, Carpeta I, 20/11/1741). Sabemos que la embajada de paz logró hallar varios caciques parientes de los ‘Bravo’ y que éstos quedaron encargados de llevar la solicitud de paz a las tolderías, las que estaban en el Huichín, al noroeste patagónico (Sánchez Labrador, 1936:123-124). Sin embargo, en esta primera instancia no se logró que el cacique Cangapol ‘bajase’ a la reducción de Pampas, a donde concurriría el gobernador a firmar las paces. En 1742, una nueva embajada de paz partía “tierra adentro” pero esta vez, el Maestre de Campo Cabral de Melo fue acompañado de dos personajes que creemos tuvieron una función primordial como mediadores, en este caso como embajadores de paz: un misionero jesuita y una mujer india. El misionero era el Padre Strobel, quien, además de conocer la lengua, suponemos fue requerido debido a la estima de la que gozaba entre los indígenas: “como misionero de los pampas conocía muy bien el genio de los indios serranos” (Sánchez Labrador 1936: 93-94). De ello se desprende que el nuevo gobernador, Ortíz de Rozas, mencionara:“…para mejor asegurar el éxito de aquella negociación sería bueno enviar con él [Maestre de Campo Cabral de Melo] a un jesuita por lo que pidió uno al rector del colegio en Buenos Aires y quien dio al Padre Strobel.” (Charlevoix 1916: 186-187). Al reconstruir la experiencia jesuítica en la región, Davies (2010), identificó a Strobel como uno de los actores más importantes en el contexto de negociaciones con los indígenas que llevó a la instalación de las misiones. Según la autora, la persuasión fue uno de los elementos que le permitió al jesuita el acercamiento con las parcialidades indígenas. Esto queda corroborado en el relato de Sánchez Labrador (1936), quien menciona la importancia que tuvo su presencia en la embajada de paz de 1742:
“[…] Llegaron
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