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Unidad Didáctica sobre Inteligencia Emocional para jóvenes en situación de riesgo

Enviado por   •  5 de Noviembre de 2017  •  6.417 Palabras (26 Páginas)  •  665 Visitas

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1.1. LA PSICOLOGÍA SOCIAL:

La Psicología Social es el estudio científico de la manera como sentimos, pensamos y somos afectados por los otros y de la manera como actuamos con relación a ellos.

Enfatiza el hecho de que los seres humanos son criaturas sociales desde que nacen hasta que mueren, y que es imposible comprendernos sin comprender cómo actuamos y reaccionamos frente a los demás; ni siquiera hace falta que estén físicamente presentes: nosotros aprendemos el comportamiento social y luego hacemos que forme parte de nuestro repertorio de conductas, de manera que incluso cuando estamos solos en casa, seguimos una serie de normas impuestas por el grupo (seguimos comiendo con cuchillo y tenedor y llevamos ropa).

Muchas investigaciones de la psicología social exploran temas tan relevantes socialmente como la ayuda, la obediencia o la conformidad, y se dedica también una atención considerable a cuestiones más básicas, como la formación y cambio de actitudes. De la mayor importancia para los psicólogos sociales es el tema de la dinámica de grupos, que estudia las diferencias entre las formas de comportarse de los individuos cuando se hallan solos o cuando están con otras personas.

1.1.1. PERTENENCIA A UN GRUPO: Roles

Pertenecemos a muchos grupos diferentes, desde el más básico, la familia, hasta las guarderías, las clases en la escuela y unas cuantas asociaciones basadas en los intereses comunes de sus miembros.

Un rol es el conjunto de los comportamientos esperados de las personas de posiciones sociales concretas. Un rol está constituido por un grupo de normas definidas por la sociedad y que determinan la forma en que deberíamos comportarnos. Las normas gobiernan virtualmente todos los aspectos de nuestra conducta en sociedad, con variaciones que dependen de la sociedad concreta en la que vivamos.

Las normas tienen capacidad tanto para potenciar como para restringir el comportamiento. Facilitan el funcionamiento de los grupos de personas, de manera que, una vez se han aprendido las normas propias de la cultura, se sabe cómo comportarse en muchas situaciones diferentes.

Por otro lado, pueden restringir la independencia, dado que la mayoría de la gente tiende a seguir las normas, incluso cuando éstas no constituyen el modo de actuar más efectivo y humano.

Es difícil predecir la manera en que uno va a comportarse tanto a partir del conocimiento de su personalidad como de la situación en que se encuentra. Es importante recordar que lo que hacemos depende de la interacción entre quiénes somos y dónde estamos. Incluso sabiendo que no es posible una predicción perfecta, sigue siendo importante buscar raíces del comportamiento, especialmente porque ciertos tipos de comportamientos, como la agresividad o el altruismo, tienen un impacto importantísimo tanto en la sociedad en su conjunto como en el ámbito individual.

1.1.2. ALTRUISMO Y AGRESIVIDAD:

Tanto ayudar como hacer daño a otras personas forma parte de la larga historia de la humanidad. ¿Qué es lo que hace que nos comportemos de un modo o de otro? ¿Estas tendencias forman parte de nosotros o nos la han enseñado? ¿Qué es lo que las hace aflorar?.

El altruismo ha sido definido como el “comportamiento que se lleva a cabo para beneficiar a otro sin recompensas de fuentes externas” (Macaulay y Berkowitz, 1970).

¿Qué sucede cuando vemos a otra persona que tiene graves problemas? Reaccionamos tanto en el plano sentimental como en el ámbito del pensamiento. Se activa emocionalmente una respuesta que puede haber sido instaurada en nosotros como un medio de preservar nuestra especie: incluso bebés de pocos días lloran cuando oyen llorar a otro bebé. Una respuesta de este tipo acontece en un momento tan temprano de la vida que es imposible que haya sido aprendida.

Sin embargo, lo que aprendemos de verdad son los fundamentos para decidir qué hacer: Personalmente mantenemos que nacemos y crecemos con afecto los unos por los otros, y que tenemos genes para eso. Se discute la existencia de ese afecto porque el mensaje genético es como una música lejana y algunos de nosotros somos duros de oído. Las sociedades son ruidosas y sofocan nuestra propia melodía y nuestro interés por la armonía. Duros de oído, vamos a la guerra. Sordos como una tapia, fabricamos misiles termonucleares. No obstante, la música está ahí, esperando más oyentes.

Pero tampoco hay que olvidar que la gente aprende a ser sensible y a ayudar a los demás. Los niños altruistas suelen tener padres que ayudan a otros, que esperan que sus hijos ayuden a otros y que les dan a conocer, sin ambigüedades, cómo deben comportarse. En otras palabras, entre las normas que esos niños aprenden aparecen las de ayudar a los demás.

Los dos o tres primeros años de vida pueden ser cruciales para establecer estas pautas. El grado que un niño alcanza en la ayuda a los demás está en relación con la capacidad que tienen sus padres de ser cálidos y sensibles y de ayudar a sus hijos, y con la intensidad con que les ayudan a comprender el mensaje de que no deben hacer daño a los demás.

Ayudar a los demás nos hace sentirnos bien. A las personas les gusta sentirse virtuosas. Como quiera que muchos de nosotros hemos llegado a creer que el comportamiento caritativo es digno de elogio, obtenemos una recompensa intrínseca en la opinión sobre nosotros mismos cuando hemos ayudado a otra persona.

La conducta de ayuda puede estar unida a dos estados emocionales: felicidad y tristeza. Cuando estamos tristes, el ayudar a otros nos hace sentirnos mejor y puede hacernos creer que somos personas mejores. Esto podría apoyar el consejo tradicional a las almas desgraciadas que les advertía que se sentirían mejor si en lugar de darles vueltas a sus propios problemas hicieran algo agradable por los demás.

También parece que somos más capaces de ayudar a los demás cuando nos sentimos felices. Cuando nos sentimos afortunados, competentes y tenemos éxito, nuestros buenos sentimientos respecto a nosotros mismos suelen estimular las buenas acciones hacia los demás.

¿Cómo podemos, pues, fomentar el altruismo?… Una respuesta parece radicar en la manera en que enseñamos a los niños a resolver sus problemas sin recurrir a la violencia, en el modo en que les hacemos desistir de la agresividad desde el comienzo de la vida y les recompensamos por otras conductas, y en el conjunto de valores que enseñamos (ayudar,

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