La biblia como obra de arte
Enviado por tomas • 26 de Octubre de 2018 • 2.878 Palabras (12 Páginas) • 309 Visitas
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De hecho no tenemos otra fuente de información que ilumine la persona y función del profeta más que el Antiguo Testamento (AT) mismo, que debe tratarse como documento original de primordial importancia. De principio eran portadores de la Palabra de Dios, esta palabra no se presentaba como mera opinión, como si Dios deseara que su pueblo se enterase del punto de vista divino, antes de tomar sus propias decisiones; constituía, más bien, en la convicción del profeta de que la proclamación de la palabra de Dios era capaz de cambiar, radicalmente, la situación total.
Esta palabra que llega al profeta es más fuerte que él y no la puede acallar: “habla el señor Yahvé, ¿Quién no va ha profetizar?” (Amos 3-8). Fueron seducidos, llamados de forma irresistible: “Yo decía: no volveré a recordarlo, ni hablare jamás en su Nombre. Pero había algo en mi corazón así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba para ahogarlo, no podía”. (Jeremías 20-9). Es posible que no siempre el profeta fuese conciente de que su palabra era palabra inspirada, es más probable que, simplemente, alzaran la voz, debido al alto nivel de injusticia, corrupción, hambre y desigualdad de su época, lo que denota una gran sensibilidad a la pobreza y la cruel realidad en la que se desenvolvían.
Por otro lado, es de rescatar las distintas formas en las que el profeta se las ingeniaba para hacer llegar el mensaje al pueblo. En varias ocasiones Brueggemann describe como los profetas lucharon por convencer al pueblo de Dios de la necesidad de una “contra-imaginación”, una visión de la realidad contraria a la del poderoso que las instituciones religiosas legitimaban como ciertas (Brueggemann, 1986). A menudo los profetas apelaban a la memoria del pueblo recordando la providencia gracia y fidelidad de Dios a pesar de la rebeldía e infidelidad de parte del pueblo mismo. El profeta no es un adivinador, un presagiador de acontecimientos futuros ni la profecía debe ser reducida a "injusta indignación" entendida como "acción social".
Concierne al ministerio profético llevar a un auténtico confrontamiento las exigencias de la tradición y la situación del momento presente. Es decir, el profeta está llamado a ser un hijo de la tradición (de la memoria) que se ha tomado en serio la tarea de recrear su propio entorno social. Es el hombre capaz de discernir con la suficiente velocidad los puntos de coincidencia y de desacuerdo de dicha memoria con la situación eclesial del momento.
Es, entonces, de suma importancia la forma en que el profeta o los autores de los libros proféticos recreen la historia a través de la prefiguración o el proceso de configuración del texto; Es decir, la composición de la trama se enraíza en la pre-comprensión del mundo de la acción; de sus estructuras inteligibles, sus recursos simbólicos, y de su carácter temporal. Cabe recordar que las narraciones proféticas no se escribieron en el momento en el que sucedieron sino que son una recreación de las comunidades posteriores, las cuales la dotan de una estructura propia o fundamentada en un conocimiento previo de lo que ha de suceder.
Luego tenemos la configuración, la propia configuración del texto, que puede responder o no al mundo exterior. Es innegable que el tiempo en que se desarrolla la vocación de los profetas es un tiempo real con acontecimientos específicos, pero al ser ya las narraciones finales, transmitidas de generación en generación, se puede hablar de una recreación; pues sería casi imposible contarlas tal cual sucedieron, debido a que el redactor final posee un Espacio de experiencias y un Horizonte de expectativas diferente y mucho más amplio. Así la construcción de la trama engendra igualmente la inteligibilidad mixta, el tema, “el pensamiento” de la historia narrada y la presentación intuitiva de las circunstancias, de los caracteres, de los episodios, y de los cambios de fortuna que crean el desenlace; y se constituye a su vez en una historia que tiene todos los caracteres de una tradición, entendiendo por ésta no la transmisión inerte de un deposito ya muerto, sino la transmisión viva de una innovación capaz de reactivarse constantemente por el retorno a los momentos más creadores del quehacer poético.
Por último, está la refiguración, es decir, la reconfiguración del mundo del texto que debe realizar el lector o espectador. El texto solo se hace obra en la interacción del texto y el receptor; es decir, el autor configura un texto pensando en que tendrá un receptor y que éste captará lo dicho de forma pasiva o creativa. Así con lo escrito, en el caso de las narraciones proféticas, se da de la misma forma. No están escritas con el simple hecho de dar a conocer la historia sino que al enfrentarse con lo descrito por el autor, el lector modifica su posición y perspectiva en cuanto a ella.
Parecería inútil tener un acercamiento de este tipo a los libros proféticos; sin embargo, esto da señales del cuidado que el Espíritu de Dios ha tenido para con la conformación de La Biblia, y cómo ha permitido que las recreaciones hechas por los redactores finales tengan un impacto en los lectores, no solo a los que fueron dirigidos inicialmente, sino aun a los que ni siquiera figuraban en la mente del autor.
En el tiempo y espacio actual, todavía al enfrentarse a los textos bíblicos, el lector puede llegar a reconfigurar su posición y perspectiva; es decir, que Dios a través del texto cambia las conciencias de quienes se acercan de manera significativa a las narraciones bíblicas.
El profeta devuelve la fe a su pueblo (a base de rearticular la historia antigua) creando un nuevo y firme fundamento, sobre el que sea posible establecer una nueva humanidad.
La tarea del ministerio profético consiste en propiciar, alimentar y evocar una conciencia y una percepción de la realidad alternativas a las del entorno cultural dominante.(Brueggemann, 1986).
Observemos el tipo de reflexión teológica que adopta el relato profético.
La verdad es que aquí no tiene mucho que hacer el teólogo sistemático. Ningún profeta ve jamás las cosas bajo el aspecto de la eternidad. Se trata de una teología que es siempre partidista (desde abajo), siempre para el momento concreto, siempre para la comunidad concreta, una teología que se contenta con ver tan sólo una parte del conjunto y con hablar tan sólo de ello, aun a riesgo de contradecir el resto.
Compete al ministerio profético llevar a un auténtico confrontamiento las exigencias de la tradición y la situación del momento presente. Es decir, el profeta está llamado a ser un hijo de la tradición (de
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