SÍNTESIS CONCEPTUAL DE LA ASÍGNATURA (ABSTRACT)
Enviado por Albert • 18 de Septiembre de 2018 • 7.866 Palabras (32 Páginas) • 337 Visitas
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1. Algunos factores de la desimplantación
Cuando miramos la realidad en busca de explicaciones a lo que está sucediendo en la institución eclesial, nos encontramos con una serie de factores sociales y culturales que explican, en gran parte, muchas de las zozobras por las que estamos atravesando. Vamos a sintetizar en tres los apartados que engloban una serie de procesos en marcha que están incidiendo, decisivamente, en la desimplantación de la institución eclesial. Bueno será recordar que estos factores atraviesan hoy la cultura occidental; no son propios o exclusivos de la sociedad española, aunque quizá nosotros los hayamos vivido con una aceleración triple que la del resto de los europeos, dada nuestra particular historia política y social.
a) La quiebra de la tradición y la memoria cultural
Destradicionalización y amnesia cultural
Son muchos los analistas sociales que nos están recordando que asistimos a un cambio social y cultural en la consideración y trato con la tradición o memoria cultural. Mientras en el pasado la tradición era considerada como un suelo firme sobre el cual se pisaba, ahora tenemos una conciencia creciente de que «las tradiciones son tradiciones», es decir, que captamos su relativismo y movilidad. Es una situación nueva en la que el relativismo hace presa de toda presunta objetividad, verdad y seguridad en los hábitos, orientaciones y normas. El resultado, muy visible en las jóvenes generaciones, es una forma más relativista de trato con valores y normas, o las reacciones de sorpresa y desorientación que frecuentemente conducen hacia posiciones reactivas o defensivas en los más maduros.
Expresado en forma de consecuencias palpables para los padres y educadores o para todo transmisor de la fe: la tradición ha perdido autoridad. Ya no se puede dar como evidente lo que era o fue creído, aceptado, vivido y practicado anteriormente. El criterio de la «solera» de una tradición no es suficiente para ser ya aceptada sin más. A menudo es una contraindicación. De ahí la necesidad de una mayor justificación o explicación que necesita hoy toda presunta transmisión de una tradición; el mayor esfuerzo de acompañamiento que requiere hasta que eche raíces propias en cada individuo. Los estudiosos sociales suelen decir que nuestra sociedad se ha vuelto más «reflexiva». Se trata de una mayor «reflexividad social» fruto de las condiciones sociales y no tanto de una mayor conciencia intelectual de las nuevas generaciones. Lo que ha cambiado son las condiciones sociales en las que se ve y aparece la tradición.
Esta «destradicionalización» (Giddens) de las tradiciones señala el inicio de una atmósfera cultural diversa de la que ha predominado hasta no hace demasiado tiempo. Las tradiciones, el pasado cultural, tenían la fuerza modélica de encarnar e impulsar hacia un proyecto de vida. Hoy hemos perdido esta fuerza. Se puede denominar pérdida de la memoria colectiva, «amnesia cultural», olvido de la memoria histórica, los nombres son diversos y apuntan al mismo fenómeno: el pasado cultural, la tradición, es visto como un elemento arqueológico, pero no como una instancia de sentido y orientación de la vida. Crece, quizá paradójicamente, un trato creciente con el pasado histórico, artístico, literario, cada vez más sofisticado, erudito, pero menos vital o existencial. Los autores «clásicos» del pasado, las obras «canónicas» del pretérito no parecen transmitir esas orientaciones de estilo de vida, de ser humano, que ha sido enfatizado por los educadores y comentaristas literarios. Hay como una estetización cultural del pasado que consume información, exposiciones artísticas de un legado cultural eclesial, religioso, pero que no toca las dimensiones profundas de la persona; resbala por su epidermis como una sensación más de las múltiples que se experimentan en el nivel externo o de consumo de sabores. Las tradiciones han dejado de ser significativas y normativas para convertirse en «gustativas».
Una institución como la eclesial, profundamente referida hacia un pasado, a menudo con peligro de identificar el mantenimiento de ese pasado cultural con lo fundamental de ella misma, de la fe, de la que es testigo, ha de sufrir muy fuertemente los embates de la nueva situación. Pero también será una ocasión para preguntarse y plantear lo que realmente tenemos que mantener para sostener la fe. ¿Tenemos que convertirnos en sostenedores de la «cultura tradicional» para salvaguardar la fe o ésta puede ser implantada en la nueva situación con menos peso de tradición? ¿Hasta dónde es necesaria la tradición para mantener la identidad de la fe? Tendremos que fijarnos en la doble faz que tiene cada situación social: si se pierden unas posibilidades, la fe cristiana queda libre de una serie de ataduras culturales que la mantienen a menudo demasiado ligada al estilo occidental de vida.
La secularización de la vida cotidiana
La desimplantación de la Iglesia en la cultura occidental y española es visible en cuanto nos fijamos en los denominados signos externos. La secularización ha pasado velozmente haciendo que toda una simbología externa de elementos religiosos haya quedado en gran parte arrumbada. Todavía vemos «restos» de signos religiosos en algunos taxis, en la señal de la cruz de los futbolistas al saltar al terreno de juego o al lanzar un penalty, las cruces siguen siendo un elemento de adorno en algunos cuellos, pero hay como una desvitalización general de esos signos.
Es un síntoma de un proceso más general y profundo: la pérdida de relevancia de lo religioso en la marcha de la vida cotidiana. Si antaño el reloj de la iglesia señalaba las horas y el repique de las campanas el ángelus, el rosario o la misa, una verdadera periodización religiosa del ritmo vital de la vida cotidiana, hoy este ritmo vital está marcado por otras instancias. Es el trabajo, la apertura de los comercios y espectáculos, la TV, los que nos marcan el ritmo vital. El calendario ha dejado de ser, en su profundidad, religioso: queda el domingo, las fiestas, pero tan sometidas a los ritmos de producción y consumo que ya no tienen sabor religioso. Frente a esta realidad reaccionaba el Papa, con poca capacidad ya de torcer «la lógica del sistema». Incluso la recuperación de fiestas y celebraciones por parte de la religiosidad popular se mezcla con facilidad con el consumo turístico y con esa degustación estetizante de la tradición a la que hacíamos referencia más arriba.
La situación coyuntural tampoco ofrece elevadas expectativas: añadamos a lo dicho la atmósfera consumista
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