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Debemos de andar por la senda del Señor

Enviado por   •  18 de Diciembre de 2018  •  2.920 Palabras (12 Páginas)  •  350 Visitas

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Esas dos virtudes, el amor y el servicio, son las que se requieren de nosotros si hemos de ser un buen prójimo y si hemos de hallar paz en nuestra vida. Seguramente esas virtudes se hallaban en el corazón del élder Willard Richards; mientras se encontraba en la cárcel de Carthage, la tarde del martirio de José y Hyrum, el carcelero sugirió que estarían más seguros en la celda. José se volvió al élder Richards y le preguntó: “Si fuéramos a la celda, ¿vendría usted con nosotros?”.

La respuesta del élder Richards estuvo colmada de amor: “Hermano José, usted no me pidió que cruzara el río a su lado; no me pidió que viniera a Carthage ni que viniera a la cárcel con usted; ¿piensa que lo abandonaría ahora? Déjeme que le diga lo que haré; si se le condena a ser colgado por ‘traición’, yo iré a la horca en su lugar, y usted quedará en libertad”.

Debe haber sido con gran emoción y sentimiento que José contestó: “Pero no es posible que lo haga”.

A lo cual el élder Richards respondió firmemente: “Lo haré” (véase B. H. Roberts, A Comprehensive History of the Church, tomo II, pág. 283).

La prueba del hermano Richards fue seguramente mayor a la que cualquiera de nosotros tendrá que afrontar; fue una prueba de fuego más bien que la de una piedra de toque. Pero si se nos pidiera que lo hiciéramos, ¿podríamos dar nuestra vida por nuestra familia? ¿por nuestros amigos? ¿por nuestro prójimo?

La piedra de toque de la compasión es una forma de medir nuestro discipulado; es una medida de nuestro amor a Dios y del amor que nos tenemos unos a otros. ¿Dejaremos una marca de oro puro, o, al igual que el sacerdote y el levita, pasaremos de largo?9.

4.- Debemos andar más firmemente por el sendero de la caridad que Jesús nos ha mostrado

En un importante mensaje dirigido a los Santos de los Últimos Días de Nauvoo tan sólo un año antes de su trágico e intempestivo martirio, el profeta José Smith dijo:

“Si deseamos ganar y cultivar el amor de los demás, nosotros debemos amar a los demás, tanto a nuestros enemigos como a nuestros amigos… Los cristianos deben cesar de reñir y contender los unos con los otros y cultivar los principios de la unión y la amistad entre sí” (History of the Church, tomo V, págs. 498–499).

Ese es un magnífico consejo hoy día, tal como lo fue [entonces]. El mundo en el que vivimos, ya sea cerca de nuestro hogar o lejos de él, necesita el evangelio de Jesucristo. Brinda la única forma en la cual el mundo llegará a conocer la paz. Debemos ser más bondadosos los unos con los otros, más amables y prestos a perdonar; debemos ser tardos para la ira y más prontos a prestar ayuda; debemos extender una mano de amistad y resistir el camino de la venganza. En resumen, debemos amarnos los unos a los otros con el amor puro de Cristo, con caridad y compasión genuinas y, si es necesario, compartir el sufrimiento, pues es así como Dios nos ama.

En nuestros servicios de adoración frecuentemente cantamos un hermoso himno escrito por Susan Evans McCloud. ¿Me permitirían citarles unas cuantas líneas de ese himno?

Quiero amarte, Salvador, Yo a nadie juzgaré; Quiero a mi hermano dar, Quiero a mi hermano dar;

y por Tu senda caminar, es imperfecto mi entender; sinceramente y con bondad, Señor, yo te seguiré.

recibir de Ti la fuerza en el corazón se esconden el consuelo que añora

para a otro levantar… penas que no puedo ver… y aliviar su soledad. (Himnos, 1992, N° 138).

Debemos caminar más firmemente y con mayor caridad por el sendero que Cristo nos ha mostrado. Necesitamos detenernos “para a otro levantar”, y seguramente entonces recibiremos “de [Él] la fuerza”. Si hiciéramos más para aprender a dar consuelo, tendríamos muchas oportunidades para aliviar la soledad. Sí, Señor, debemos seguirte10.

5.- La caridad es el amor puro de Cristo y nunca dejará de ser

[Jesús] dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros… En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:34–35). A ese amor que debemos tener hacia todos nuestros hermanos y hermanas de la familia humana, y que Cristo tiene por cada uno de nosotros, se le llama caridad o “el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47). Es el amor que motivó el sufrimiento y el sacrificio de la expiación de Cristo. Es el máximo cenit que el alma humana puede alcanzar y la expresión más sublime del corazón humano.

…La caridad comprende todas las demás virtudes divinas. Distingue tanto el comienzo como el final del Plan de Salvación. Cuando todo lo demás deje de ser, la caridad —el amor de Cristo— no dejará de ser. Es el mayor de todos los atributos divinos.

De la abundancia de Su corazón, Jesús habló al pobre, al oprimido, a la viuda, a los niños pequeños; al granjero y al pescador, y a quienes apacentaban cabras y ovejas; al extranjero y al forastero, al rico, al que tenía poder político, así como a los hostiles fariseos y escribas. Ministró al pobre, al hambriento, al necesitado, al enfermo; bendijo al cojo, al ciego, al sordo y a otras personas con impedimentos físicos. Echó fuera los demonios y espíritus inmundos que habían causado enfermedades mentales o emocionales. Purificó a los que estaban abrumados por el pecado; enseñó lecciones de amor y demostró repetidamente servicio desinteresado por los demás. Todos fueron receptores de Su amor. Todos tenían “tanto privilegio como cualquier otro” y a “nadie [se excluía]” (2 Nefi 26:28). Todas estas son expresiones y ejemplos de Su caridad sin límites.

El mundo en que vivimos se beneficiaría enormemente si los hombres y las mujeres de todas partes pusieran en práctica el amor puro de Cristo, que es bondadoso, manso y humilde. No tiene envidia ni orgullo; es desinteresado porque no busca nada a cambio. No consiente la maldad ni la mala voluntad, ni se regocija en la iniquidad; no tiene lugar para la intolerancia, el odio ni la violencia. Se niega a tolerar la burla, la vulgaridad, el maltrato o la exclusión. Insta a las personas diferentes a vivir juntas en amor cristiano independientemente de sus creencias religiosas, raza, nacionalidad, posición económica, formación académica o cultura.

El Salvador nos ha mandado que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado, que nos vistamos “con el vínculo

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