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Identidad y memoria en dos novelas de Federico Jeanmaire.

Enviado por   •  5 de Febrero de 2018  •  6.268 Palabras (26 Páginas)  •  331 Visitas

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Sin embargo no es tan simple la ecuación: pasado / alejamiento y presente / acercamiento cuerpo mediando. Es el cuerpo el que informa, es el hecho anómalo de la cercanía corporal de ese hijo lo que en el presente genera desconfianza del padre acerca de la verdad sobre la enfermedad. Imposibilidad de ser hijo con el cuerpo, la marca del nacimiento no debido, del error matemático de los días fértiles de la madre que no podía quedar embarazada nuevamente. La culpa. Ser el hijo que no debía nacer y no ser el hijo que el padre hubiera deseado tener. De ahí la proyección: otra identidad buscada y aprendida de la de ser hijo: ser padre con el cuerpo. Aprender a abrazar el cuerpo de su propio hijo, aprender a llorar y a no llorar frente al hijo, aprender a ser padre con el cuerpo. Y eso sucede después de que el padre pasa a ser el cuerpo, un cuerpo en una bolsa de nylon negra que vuelve al pueblo para ser llevado por ese hijo desde la manija plateada de un cajón. Un cuerpo pesado. Y después será otro paso de esa identidad que debe configurarse a partir de la ausencia del cuerpo. Y a partir también de la presencia de su hijo pequeño en el presente eterno de su infancia.

La legitimidad de este sujeto hablante en esta identidad social[4], es decir en nombre de qué habla, el estado o cualidad que hace que se legitime a este enunciador a hablar, siempre está dado por el reconocimiento social de situarse como hijo (se habla en nombre de un ser) y – en menor medida - también como padre. A él lo llaman su madre y hermano cuando su padre empeora, a él le explican los médicos la evolución de la enfermedad, a él espera su padre para caminar por los pasillos de la clínica, a él se le reprocha haber sido exagerado en las caricias para levantar sospechas de lo grave de la enfermedad, es él quien lleva el cajón en el cementerio. Y como padre, es él el que debe ir a buscar a su hijo a la escuela, el que debe asistir a un acto escolar, el que debe contarle que el abuelo se está muriendo, el que tiene que intentar no llorar porque su hijo se lo pide.

En consonancia con esta identidad se desliza la identidad discursiva, presupuesto necesario del sujeto comunicante como locutor. Esta identidad se construye a través de la puesta en escena del discurso, construye la imagen, la de su ethos. A veces puede coincidir con la identidad social, a veces puede reforzarla o a veces puede enmascararla o proponer otra identidad social detrás. Se puede describir a partir de los roles enunciativos del enunciador, de sus modos de tomar la palabra, de sus modos de intervención.

En el caso de Papá aparecen dos cuestiones determinantes que harán oscilar esa construcción de la imagen: la escritura/ literatura y la patria.

Empecemos por la escritura/ literatura: este narrador teoriza constantemente acerca de qué es escribir, cuál es la finalidad, cuáles son los usos y los alcances de la actividad misma y también con qué se trabaja para poder realizar esa actividad. En esa autorreferencialidad las definiciones del hecho de escribir se multiplican desde el comienzo, porque la escritura permite velar al padre y también “velar su propia conciencia de la muerte”, por lo cual consolida al locutor en su humanidad: “escribo porque el hombre es el único animal que escribe” dice. Pero es inmediata la escritura como propuesta de otra identidad social que aparentemente se distancia de la identidad social hijo, precisamente la identidad social escritor; la identidad discursiva edifica un ethos escritor que juega, explica, resignifica las palabras y ante todo marca límites de sus otras identidades sociales posibles, desde la memoria del niño con la máquina de escribir pesada de su abuelo que pretende ser escritor “en una familia de varias generaciones campesinas y con un padre frustradamente militar”.

Dos van a ser entonces las construcciones de la identidad discursiva a partir de la escritura. Una en la que sin dudas se escribe en tanto hijo, es decir en la que se refuerza explícitamente la identidad social hijo. No es lo que abunda, pero en el recuerdo – y ante la necesidad de construir ese ethos del escritor y de explicarse el origen de la escritura – la escritura del hijo intenta ser de comunicación con el padre, la producción de un periódico El familiar en la infancia, por ejemplo, intento de comprender el silencio paterno, “una ilusión casi absurda de entender lo inentendible, la escritura”. Eso en el pasado, pero también en el presente escribe en tanto hijo, porque escribir es un sueño lindo provocado, y en la cocina de su escritura las ideas se generan y desarrollan para convertirse en otra cosa en el papel y por ello pueden permitir ver nuevamente al padre. Tres días de impedimento por no poder trasladarse al pueblo son una eternidad en el contexto del cáncer, y se salvan gracias a la escritura, porque “si sigo escribiendo, quiero decir, voy a volver a ver a mi padre”, dice.

La otra se contrapone, y podríamos pensar que presenta una identidad social enmascarada, detrás de la de hijo, pero en realidad la refuerza, porque la oposición, el enfrentamiento, lo que reniega ese locutor escritor de su identidad social hijo, discursivamente no hace otra cosa que reafirmarlo como tal. Siempre opera en función de eso: refugio, escondite, mundo propio, lo verosímil y no lo verdadero, el lugar elegido que no hace ni más ni menos cobarde que los demás, donde las cosas son palabras, donde se es valiente, literatura donde no hay tregua, guerra contra la muerte, sin paz, donde uno no puede no herirse ni no herir a los demás, ni salvarse de las incomodidades. Pero sí salvarse. Y es en esa – abundante – autorreferencia de la escritura que el hombre hijo (el cual habla desde esa identidad social en nombre de un ser o estar) construye un hombre escritor-hijo (porque – como dijimos antes - en la diferencia se confirma el rol social hijo) y desnuda las estrategias, la cocina de la escritura, barthesianamente la cocina del sentido, y habla esta vez desde un saber hacer. Es el lector el que accede a la intimidad de la escritura del personaje escritor. Y si en la identidad social se juega la legitimidad (en nombre de qué se puede hablar), en la identidad discursiva se juega la credibilidad, el qué se hace para que el otro dé crédito de lo que se dice, hacer que el otro crea en ello. Y eso se construye a través del acto de lenguaje, aquí el locutor expone su saber escribir y/o su saber leer, desde distintos flancos: el lugar de la escritura en la vida del escritor, el aprendizaje del afuera (del padre) acerca del uso de palabras propias y no ajenas; el escrutinio de la biblioteca del padre y la quema mental a excepción de un texto de Platón y otro de Kant; la relación de contenido y forma;

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