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Memoria y vínculos políticos de la corte inglesa medieval en la ficción shakesperiana

Enviado por   •  5 de Febrero de 2018  •  4.044 Palabras (17 Páginas)  •  326 Visitas

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Un segundo elemento en común a considerar es la inestabilidad de ambos monarcas en relación a la legitimidad de su acceso al trono. Para el caso de Juan, este implicó el sobrepasar los derechos de su sobrino Arturo I de Bretaña, quien por ser hijo de Godofredo II, hermano inmediatamente menor de Ricardo Corazón de León, se encontraba antes que Juan en la línea de sucesión al trono. Sin embargo, considerando la dominante influencia que ejercía el rey Felipe II de Francia sobre Arturo, se produjo un fraccionamiento político que llevó a Juan a acceder al título de monarca y a Arturo a intentar reclamar el trono con el apoyo militar de Francia. El título de Elizabeth, de manera similar, descansaba en la aceptación por parte del parlamento del testamento realizado por Enrique VIII, el cual pasaba por sobre una línea colateral de descendencia representada por María de Escocia. Elizabeth, quien veía manchada su legitimidad por las circunstancias que rodeaban su filiación con Ana Bolena, era percibida como hija ilegítima por el papa. “Así, tanto Elizabeth como Juan, carecían para su coronación de la completa seguridad que otorgaba el derecho consuetudinario. Pero mientras Juan murió derrotado, las políticas de Elizabeth, de corte más diplomático, consiguieron para 1588 un triunfo sobre los disensos internos y las legiones papales apoyado de manera popular”[4].

Un último elemento a considerar brevemente son los conflictos entre ambos monarcas y la clase nobiliaria, además del importante rol desestabilizador que para ambos reinados implicaría la intervención externa, tanto de Francia para Juan, como de España para la era isabelina. La primera Guerra de los Barones, retratada en la obra dramática de Shakespeare, hace eco también de la profunda división política que generó el reinado de Elizabeth en torno a los conflictos derivados de la oposición entre protestantes y católicos, además de aquellos producto del cuestionamiento de su legitimidad como monarca no sólo ante las circunstancias de su descendencia sino también producto del dilatamiento y final negativa a que aquella contrajese matrimonio.

La referencia a estos puntos en común entre ambos períodos no es arbitraria sino que deriva además de que todos aquellos factores de conflicto resultan centrales para movilizar la trama de la obra dramática de Shakespeare. De este modo, la obra se construye alrededor de vínculos que establecen una proximidad e identificación entre ambos reinados, aunque diferenciándose notoriamente en que el resultado de la historia de Juan I es de corte trágico mientras que el reinado de Elizabeth resulta siendo ampliamente exitoso a pesar de los conflictos que contuvo. De todos modos, un elemento final resulta relevante para el cierre de la historia de esta última y para enmarcar el ambiente en el que escribe Shakespeare. En el período que vivió el autor existía un cierto clima político, “el largo reinado de Elizabeth I estaba evidentemente dirigiéndose hacia su final, pero aquella no había designado a un sucesor. Así, el temor hacia una trasferencia incierta del poder y la potencial anarquía permeaban la consciencia pública”[5]. En este contexto, el drama shakesperiano presenta una evidente carga temática en torno al que se trama la historia, representando la vida de Juan alrededor del dilema moral que conllevan las dinámicas del poder en la esfera política de la monarquía.

Con el objetivo de develar cómo aquella trama se desarrolla en la narración shakesperiana, expondré de manera sintética las valoraciones tras las representaciones que el autor realiza sobre algunas de las principales figuras de la corte y el modo en que aquellos interactúan. Principalmente las figuras de: Juan I; Arturo I; Felipe II de Francia; y los Condes de Pembroke, Essex y Salisbury.

La figura principal de la obra es la del monarca, quien es constantemente llamado como “el bastardo” o “el usurpador” tanto por Felipe II como por el pueblo de Angers, súbdito de la corona. Incluso su madre, la reina Leonor, pone en entredicho la legalidad de su reinado cuando, tras la afirmación de Juan donde señala que “tenemos de nuestra parte nuestra sólida posesión y nuestro derecho[6]” ella responde diciendo: “vuestra sólida posesión más que vuestro derecho, o, de lo contrario, mal irían las cosas para vos y para mí[7]”. A pesar de la reconocida “ilegalidad” de su reinado, Juan se enfrenta a Francia desde la posición de monarca constituido y extrae los costos para el enfrentamiento de la explotación de “abadías y prioratos[8]”. Si bien, la figura de Juan ha sido usualmente reconocida por la tradición inglesa como el peor monarca en la historia en sentarse en el trono inglés, “la representación de Shakespeare no coincide con el nivel de incompetencia y crueldad del verdadero rey”[9]. La historiografía ha caracterizado a esta figura a través de la crueldad, señalando su “disposición a recurrir a intimidación y violencia para recolectar fondos y demandar servicios, generando miedo e ira entre sus súbditos[10]”, traspasando relatos como aquel que señala que “ordenó que uno de sus clérigos fuese vestido en tanto hierro que éste murió[11]”, ejerciendo la persecución de miembros de la nobleza por deudas económicas, desnutriendo a sus prisioneros hasta la muerte, sin considerar el asesinato de su sobrino Arturo; elementos todos que llevaron a una institucionalización de la ira angevina. A pesar de la carencia de este factor en la representación shakesperiana, solamente ejemplificado en el tratamiento de su sobrino, acto que antes de ser cruel sería representado como una especie de inestabilidad y carencia de espíritu del monarca[12], sí se presenta otra crítica a su figura, misma crítica que se haría al rey Felipe de Francia, bajo la voz del personaje del bastardo, brújula moral de la obra dramática. Éste exclama:

“¡Estúpido mundo! ¡Estúpidos reyes! ¡Estúpida alianza! Juan, para atajar completamente las pretensiones de Arturo, ha abandonado voluntariamente una parte de ellas; y Francia, que, bajo los dictados de su conciencia, se había abroquelado en su armadura, que la virtud y la caridad habían conducido en el campo de batalla como soldado de Dios, se ha dejado seducir los oídos por ese diablo pérfido […] que se llama Interés. […] ese zurcidor de voluntades, […] de una guerra concluida con honor, les ha arrojado a una paz vil y concertada con bajeza”[13].

La temática del interés es central en las caracterizaciones, no sólo de Juan, sino de la mayoría de los personajes que ejercen algún grado de autoridad política. Así, se comienza a configurar en la obra una crítica general respecto a las dinámicas del poder al interior de la monarquía y en

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