PROYECTO 2 AL FINAL DE LA MINA

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—También la primera vez que te lleve a beber, fue tu idea desde el principio…—se detuvo mirando al farolillo de metal que a duras penas los iluminaba— terminaste vomitando en mis zapatos e insistiendo que no te llevase a tu casa porque tu padre se pondría furioso. Eras tan gracioso borracho, pensaste que el pato que mi vecina era un gato, incluso pediste que bailáramos de la nada, decías que eras mi princesa y que me amabas. Prometí nunca volverte a dejar beber.

Aunque por volver a ver esa sonrisa haría lo que fuera.

Escucho sollozos que no eran suyos y el ambiente en aquellas pesada oscuridad dejó de ser tan frio. Fijo su mirada en el cuerpo de su amigo que ahora temblaba y lloraba.

—Lucas… me duele. —Dijo Juan con voz quebrada mientras intentaba moverse haciendo una mueca de dolor. —N-no siento mis piernas. —Habló con poca desesperación.

El oro les rodeaba y apenas resplandecía con la luz de la llama, pero al contrario de muchos, ellos no se sentían felices.

—Vas a vivir, sí, y cuando estés mejor prometo que te llevaré con la señora Rosa María a comer esos tamales que te gustan. —Lloriqueó Lucas al ver los ojitos brillantes de Juan por las lágrimas acumuladas en sus ojos y su labio tembloroso.

Lucas seguía hablando desesperado y sin parar. El muchacho rubio sabía cuál iba a ser su destino y negaba con la cabeza cada vez que el azabache le decía que iba a estar bien.

—Tengo mucho frio— dijo sin aliento. —Lucas…

— ¿Qué?

—Yo si te amaba.