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Perspectivas demográficas

Enviado por   •  6 de Diciembre de 2017  •  1.882 Palabras (8 Páginas)  •  283 Visitas

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Más tarde, en los siglos XVII y XVIII se produjo un flujo de intercambios comerciales y de personas sin precedentes, desde Europa hacia el resto del mundo. En este contexto surge la doctrina mercantilista, cuyo principio básico es que el poder y la riqueza de un Estado dependen, sobre todo, de la acumulación de metales preciosos y dinero. El dinero y los metales se adquieren mediante el comercio internacional, es decir, vendiendo a otras naciones más de lo que se compra. La clave es que la nación tuviera cosas que producir para vender a otros, y la idea era que cuantos más trabajadores tuviera la nación, más podría producir. Más aún, si pudiera poblar las nuevas colonias, tendría un mercado nuevo para sus productos. El crecimiento de la población era esencial para aumentar la renta nacional, y los mercantilistas lo animaban, a través de una variedad de medios, incluyendo castigos por no casarse, incentivos para casarse, menores castigos por tener hijos ilegítimos, limitar la emigración (salvo hacia las propias colonias), y favorecer la inmigración de trabajadores productivos. Es importante recordar que esas doctrinas estaban preocupadas por la riqueza y el bienestar de una nación concreta, no por el de toda la humanidad.

El mercantilismo, por tanto, asociaba el crecimiento de la población con el aumento de la riqueza para todos. La realidad, sin embargo, no confirmaba esta relación. De hecho, parece que la población creció efectivamente durante esta época. Sin embargo, era menos evidente que esa población viviera mejor; antes al contrario, el período mercantilista estuvo asociado a un incremento de la pobreza. Uno de los mercantilistas más convencidos fue el ministro francés Colbert (1619-1683) quien promulgó una ley para que quienes se casaran antes de los 20 años de edad disfrutaran de la exención de todos los impuestos hasta los 25. También eximió de impuestos a los padres con 10 hijos vivos y a los padres con 12 hijos vivos o muertos. Incluso quiso regular el celibato limitando el número de religiosos. Estimuló la inmigración y prohibió la emigración, excepto a las colonias del Canadá. Otro destacado partidario fue William Temple (1628-1699) para el que, más que el volumen de la población, importa la densidad. Temple consideraba que cuando la población es escasa las personas pueden ganarse la vida con relativa facilidad y, con ello, se vuelven perezosas.

Ya en el siglo XVIII y, en parte, como reacción a las teorías mercantilistas, vio la luz en Francia el pensamiento fisiocrático que estima que la riqueza de una nación no reside en su población, sino en su capacidad para generar medios para la subsistencia. La creación de esos medios dependía, sobre todo, de la agricultura y, en último término, de la cantidad de tierra disponible. La población viene después, el objetivo de una nación no debería ser aumentar el número de habitantes, primero había que crear riqueza.

Dentro ya de la escuela clásica de economía a la que también perteneció Malthus, es necesario hablar en primer lugar de Adam Smith (1723-1790). Adam Smith compartía con muchos observadores de su época una visión positiva del crecimiento de la población. Una vez más, el mecanismo es la división del trabajo. Además, para Smith el crecimiento de la población está determinado por la demanda de trabajo. Cuando la demanda de trabajo aumenta, también lo hacen los salarios incentivando los matrimonios y, con ello, la fecundidad. Por el contrario, cuando la demanda de trabajo se reduce, bajan los salarios, se reducen los matrimonios y, las personas que ya están casadas, tienen que poner restricciones a la reproducción.

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El preludio a Malthus

El siglo XVIII fue el siglo de las luces en Europa, es una época de optimismo generalizado con respecto a la naturaleza humana y su capacidad de perfeccionamiento. Con respecto a la población son relevantes, por un lado, la fe en un progreso tecnológico ilimitado que haría aumentar de forma indefinida los medios de subsistencia y, por otro, la capacidad de los seres humanos para controlar sus instintos de reproducción. Los representantes más destacados de esta forma de pensar fueron William Godwin (1756-1836), filósofo y reformador social, y Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), un destacado inspirador de la Revolución Francesa que, sin embargo, murió en una prisión revolucionaria. El primero de ellos tenía tal confianza en el progreso científico que llegó a pronosticar que llegaría un día en el que los hombres solo tendrían que trabajar media hora diaria para satisfacer todas sus necesidades. Además, creía que la mayor parte de los problemas de los pobres eran debidos, no a la superpoblación sino a las injusticias de las instituciones sociales, especialmente de la avaricia y de la acumulación de la propiedad: si las riquezas estuvieran mejor repartidas, no existiría pobreza. Condorcet, por su parte, consideraba que, en caso de que la población creciese por encima de los medios de subsistencia, los seres humanos serían capaces de llegar a algún tipo de solución razonable. Las posibilidades eran aumentar la productividad de la tierra, evitar el desperdicio de los recursos disponibles o reducir la fecundidad mediante la mejora de los niveles educativos, especialmente, los de las mujeres. Bajo el punto de vista de Condorcet, la planificación familiar voluntaria era un resultado de la mejora de los seres humanos, llegaría un momento en el que las personas se convencerían que lo importante no es traer muchos hijos al mundo sino hacer lo más felices posible a los que nazcan.

Precisamente, la primera versión del Ensayo sobre la población, de Malthus se escribió –según rezaba su título- “en respuesta las observaciones y especulaciones” de estos dos autores.

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