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También conocida como teoría del conocimiento es la disciplina filosófica cuya.

Enviado por   •  1 de Abril de 2018  •  2.415 Palabras (10 Páginas)  •  346 Visitas

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Esto quiere decir que la mente humana puede tener o no tener ideas –todo depende de las impresiones previas– pero si efectivamente las tiene, está en su poder transformarlas, relacionarlas de mil modos, combinarlas entre sí o analizarlas. Lo que verdaderamente define de forma global al entendimiento humano es la conexión entre el mundo de las impresiones, que se impone forzosamente al entendimiento, y el otro mundo convencional de las ideas. Para controlar la validez de una idea, es necesario buscar y encontrar la impresión a la que corresponde.

Así pues, las ideas a las que no corresponde ninguna sensación previa y los términos que las significan son un sinsentido y han de ser expulsados del ámbito del conocimiento humano. Queda por saber cómo se forma en la mente humana esa noción, que parece afectada de carácter de necesidad, aunque sólo sea una repetición de impresiones. Hume aborda la cuestión y le da una solución sencilla, casi trivial. En un primer momento y partiendo de su saber común, el hombre conoce dos impresiones sucesivas unidas entre sí por una relación de contigüidad y de prioridad en el tiempo. En un segundo momento y sin abandonar el conocimiento cotidiano, se da cuenta de que esa unión de impresiones se va reiterando de modo constante. Llega el tercer momento, el decisivo.

El entendimiento humano, a fuerza de ver todos los días dos fenómenos o impresiones que se suceden en el tiempo continuamente, adquiere el hábito de considerarlos unidos entre sí en el mismo orden, y traslada al mundo esa necesidad subjetiva que experimenta dentro de sí cuando adquiere una costumbre inveterada. La creencia habitual es el fundamento de la idea de causa, y de esta forma el mundo de la ciencia tiene que ser previamente un mundo humano.

CRITICA A CONCEPTOS UNIVERSALES: YO, DIOS Y LA CAUSALIDAD

Para la tradición metafísica la existencia del alma, una sustancia, material o inmaterial, subsistente, y causa última o sujeto de todas mis actividades mentales (percepción, razonamiento, volición...) había representado uno de los pilares sobre los que ésta se había desarrollado. Si bien con el racionalismo de Descartes deja de ser principio vital, continúa siendo, como sustancia, principio de conocimiento, y sigue gozando de los atributos de simplicidad e inmaterialidad, representando finalmente la identidad personal.

Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia ¿podemos seguir manteniendo la idea de alma, de un sustrato, de un sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero que es simple y distinto de sus percepciones? ¿De qué impresión podría proceder tal idea de alma? No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer tal idea del yo, del alma. No hay ninguna impresión que pueda justificar la idea de un yo autoconsciente, como si el yo permaneciera en un estado de autoidentidad inquebrantable:

“El yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en todo aquello a lo que hacen referencia nuestras distintas impresiones e ideas.”

Lo que nos induce a atribuir simplicidad e identidad al yo, a la mente, es una confusión entre las ideas de "identidad" y "sucesión", a la que hay que sumar la acción de la memoria. Ésta, en efecto, al permitirnos recordar impresiones pasadas, nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas distintas, que terminamos por atribuir a un "sujeto", confundiendo así la idea de sucesión con la idea de identidad. Rechazada, pues, la idea de alma, la pregunta por su inmortalidad resulta superflua.

Dada su postura sobre el mundo y el alma, la tesis defendida sobre la sustancia divina estará en consonancia con las conclusiones anteriores. En la sección XI de la "Investigación sobre el entendimiento humano" Hume estudia el tema de Dios y la vida futura, teniendo en cuenta las críticas realizadas a la idea de sustancia y al principio de causalidad. En virtud de ello, Hume no reconocerá validez alguna a las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, considerando que dicha existencia no es demostrable racionalmente.

Si la idea de sustancia es una idea falsa, ya que no le corresponde ninguna impresión, ya podemos adjetivarla como "externa", "pensante" o "infinita", que ello no hará que sea menos falsa. Así, es inútil partir del análisis y las determinaciones de la sustancia para intentar demostrar la existencia de una sustancia infinita, de Dios. Los argumentos "a priori", que van de la causa al efecto, basándose en el principio de causalidad, incurren en un claro uso ilegítimo del principio, ya que éste sólo se puede aplicar, sólo tiene validez, en el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa, de Dios o sustancia infinita, por lo que no podemos asegurar que haya conjunción necesaria alguna entre ésta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar esa conjunción en la experiencia.

En el mismo defecto incurren los argumentos "a posteriori", los que se remontan del efecto a la causa. A pesar de ello Hume analiza con más detalle las inconsecuencias del único argumento que le parece tener alguna capacidad de convicción: el que, partiendo del orden del mundo, llegar a la existencia de una causa última ordenadora. El argumento afirma que de la observación de la existencia de un cierto orden en la naturaleza se infiere la existencia de un proyecto y, por lo tanto, de un agente, de una causa inteligente ordenadora. Pero, además de incurrir en el mismo uso ilegítimo del principio de causalidad que los anteriormente señalados, Hume añade que este argumento atribuye a la causa más cualidades de las que son necesarias para producir el efecto; se podría inferir del orden del mundo la existencia de una causa inteligente, pero en ningún caso dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí en el efecto, error en el que incurre el argumento de un modo manifiesto: una vez deducida la causa, se vuelven a deducir de ella nuevas propiedades, además de las ya conocidos, que no tienen fundamento alguno en mi impresiones.

“Cuando inferimos una causa determinada a partir de un efecto, hemos de proporcionar la una a la otra, y nunca se nos puede permitir adscribir a la causa más cualidades que estrictamente las suficientes para producir el efecto.”

De la existencia de un cierto orden en el mundo se podría inferir la existencia de una causa inteligente, pero con atributos que tendrían que ser homogéneos con el efecto, es decir, los que ya son conocidos por mí. Sin embargo, se dota a esa causa de atributos, de cualidades, que rebasan con mucho

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