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Cuento de un arbol en el desierto

Enviado por   •  14 de Marzo de 2018  •  1.219 Palabras (5 Páginas)  •  414 Visitas

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Mi abuelo habló con los jefes del establecimiento, le expuso sus planes y consiguió que lo apoyaran con la instalación de una cañería mayor, directamente al patio de su casa. Y sí pudo regar su tierra vegetal, trasplantada desde el Sur, día y noche.

A los seis meses, cuando decidió que había llegado el momento, siendo marzo, plantó la primera semilla, una de manzano, y lo hizo premunido de todo un ceremonial, en presencia de su familia, su joven esposa embarazada, sus amigos y sus jefes. Y luego cada uno echó encima un jarro de agua y un puñado de tierra y oraron al cielo, a la tierra y a la naturaleza. Y siguió la rutina diaria de regar mañana y tarde, y agregar restos de verdura. Mayor fertilizante no necesitaba porque la tierra nortina misma es un inmenso depósito de minerales, especialmente nitratos. Lo que necesitaba era agua, la que regaba todos los días, en doble jornada, siete días a la semana. Lo primero que brotó fue pasto, y el abuelo se tuvo que preocupar de formar una platabanda central que protegiera el lugar donde se había plantado la semilla de árbol, evitando que los pastos le restaran las energías. Hasta que sucedió. Fu por ahí por junio. Hubo un brote nuevo, distinto a los anteriores. Más oscuro, más largo, de tallo ligeramente café. Era el primer brote verde del manzano. Un árbol nacía a la vida en el desértico Norte, y con el cuidado del abuelo, especialmente en lo referente al agua y su regadío constante y la prodigalidad de la tierra nortina en nutrientes minerales, el arbolito fue creciendo, creciendo y creciendo hasta que en unos pocos años se convirtió en una especie adulta y dio sus primeros frutos, ricas y jugosas manzanas que el abuelo se encargó de repartir por todo el pueblo, orgulloso de su obra.

Contaba mi padre que recuerda haber visto al abuelo recostado en el mullido césped que había logrado cultivar en torno al manzano y apoyada la espalda sobre el macizo tronco de éste, resguardado por el tupido follaje de los refulgentes rayos del sol matador, mordiscando una manzana, descansando. Era su obra, su verde obra. Y como en el adagio popular, mi abuelo sembró un árbol (y en pleno desierto lo cual es triplemente meritorio) y tuvo hijos (mi padre entre ellos). Le faltó escribir un libro. Pero de eso me encargo yo, para continuar la obra, puesto que este par de páginas constituyen el inicio y génesis del final de la obra de mi ascendiente. Un relato vívido de cómo se plantan los árboles en el desierto y se contribuye a enriquecer la naturaleza.

Salve, abuelo, que el gran espíritu de la naturaleza, el gran hacedor de todas las cosas, te tenga siempre en su seno. Abuelo, padre de mi padre, mi abuelo, mi orgullo, mi ejemplo. Salve.

Nombre: Gabriel Eduardo Castro Rios

Edad: 13

Curso: 1°Medio

Colegio: Leonardo Da Vinci

Localidad: Pitrufquén

Fono colegio: 2392589

Fono particular: 979368982

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