Resumen del libro la sociedad de la ignorancia
Enviado por Mikki • 3 de Mayo de 2018 • 2.740 Palabras (11 Páginas) • 529 Visitas
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sobre la cultura y, por extensión, sobre la esencia diferenciadora de nuestra especie. Pues bien, esa capacidad de comunicarnos se transforma en contadas ocasiones, y lo hace en forma de saltos gigantescos cuya influencia es tal que determinan los principales cambios de rumbo de nuestra historia. En efecto, buena parte del éxito del género humano, el triunfo que hizo posible su difusión sobre la faz de la Tierra, es el resultado del primero de dichos saltos: la aparición del lenguaje. La gran expansión humana del Paleolítico, un proceso que se inició hace un millar de siglos y que llevo a nuestra especie desde las sabanas africanas a poblar la superficie entera del planeta, tuvo mucho que ver con el surgimiento de lenguas habladas similares a las de nuestros días. Posteriormente, la aparición de la escritura, el siguiente gran salto en la comunicación humana, marcó por definición el inicio de la historia, y un nuevo paso, el desarrollo de la imprenta, supuso el comienzo de la edad moderna. Más recientemente, el creciente protagonismo de las masas experimentado desde la Revolución Francesa, rasgo distintivo que otorga personalidad propia a la edad contemporánea, ha evolucionado en paralelo con la existencia de los medios de comunicación que hoy conocemos. Siguiendo esta línea de argumentación, debemos preguntarnos ahora si hoy nos encontramos ante una situación equiparable. Parece un hecho indiscutible que en unos pocos años los humanos nos hemos dotado de una nueva forma de comunicación. ¿Nueva? Es evidente que desde hace mucho tiempo disponemos de multitud de medios para intercambiar información más allá del simple lenguaje oral: la televisión, el teléfono y, naturalmente, el servicio postal de correos son algunos ejemplos de ello. Pero la perspectiva tecnológica no es, en realidad, la más adecuada para comprender las diferencias esenciales entre las diferentes formas de comunicación. Es preferible recurrir a un análisis de tipo topológico que nos permita clasificarlas en función de cómo fluye la información en las sociedades donde se dan. Hasta fechas muy recientes dicha clasificación incluía únicamente dos categorías básicas. La primera, la de las comunicaciones uno a uno, correspondiente a una topología de formas lineales; en ella debemos incluir la comunicación oral, el teléfono, el telégrafo o el servicio postal. En una segunda categoría, formada por las comunicaciones uno a todos y representada por una topología en árbol en la que un único emisor hace llegar su mensaje a un número elevado de receptores, cabría inscribir la prensa escrita, los libros, la radio o la televisión. La irrupción de una nueva gama de tecnologías destinadas a manipular y transmitir información ha creado un panorama completamente distinto. Por un lado, hoy existe a la mayoría de efectos una sola red formada por centenares de millones de conexiones permanentes de alta velocidad y por multitud de dispositivos aptos para proporcionar movilidad, lo cual representa un entramado dotado de unas potencialidades únicas y de una riqueza incomparablemente superior a todo lo que había existido hasta ahora. Por otro lado, se está produciendo un proceso de convergencia tecnológica que hace cada vez más invisible para los usuarios la complejidad subyacente, que tiende a integrar una amplia gama de servicios en todos los espacios de nuestra vida, desde el ámbito profesional y público hasta el más privado. Los individuos han dejado de ser simples receptores pasivos y se han convertido en elementos activos de una estructura dentro la cual se relacionan sin verse afectados por muchas de las restricciones que hasta hace muy poco imponía la existencia física del espacio y el tiempo. Las personas hemos incorporado las nuevas capacidades como una extensión de nuestra naturaleza, hasta el punto de convertirlas en imprescindibles para vivir en el mundo actual. Ha aparecido una nueva categoría en la clasificación topológica de la comunicación humana, la de todos con todos, asociada a una compleja forma de red. Se trata de un hecho que constituye una verdadera revolución, comparable a la aparición del habla, la escritura o la imprenta, y realmente está transformando el mundo que nos rodea. Físicamente, la magnitud laberíntica y turbulenta de nuestro mundo cambiante se sustenta, en última instancia, sobre una nueva forma de gestionar la complejidad que sólo es posible gracias a la existencia de máquinas dotadas de la habilidad para procesar información y, sobre todo, de la capacidad para intercambiarla con los humanos y entre ellas de forma automática. Todo ello conforma el esqueleto funcional de la estructura financiera del mundo, de la logística que hace posible la globalización o de los nuevos procedimientos de difusión de las ideas y las relaciones entre las personas. … La constatación de la existencia de este gran salto nos autoriza, pues, a contradecir a Watson y afirmar la rotunda singularidad de nuestro tiempo. Somos los protagonistas de un momento excepcional, un punto de inflexión en nuestra trayectoria como especie que nos lleva a plantear, a pesar de nuestra inevitable ausencia de perspectiva, la idea de que nos encontramos en el inicio de un nuevo período de la historia al que denominaremos, simplemente, la Segunda Edad Contemporánea.
¿Qué entendemos exactamente por conocimiento?
El conocimiento, pues, puede ser inmediato, trivial y derivado de una simple observación, o puede requerir un esfuerzo considerable si el objeto a aprehender no es evidente a primera vista. En cualquier caso, el conocimiento es un producto, es el resultado de procesar internamente la información que obtenemos de los sentidos, mezclarla con conocimientos previos, y elaborar estructuras que nos permiten entender, interpretar y, en último término, ser conscientes de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos. Es decir, el conocimiento reside en nuestro cerebro y es el fruto de los procesos mentales humanos. Lo que proviene del exterior es, simplemente, información. cierto tipo de conocimiento de bajo contenido reflexivo se incrementa constantemente en todos nosotros cuando dedicamos un buen número de horas a inundar nuestro cerebro con información proveniente del televisor o de Internet. Y también se incrementa, en algunas personas, el conocimiento altamente especializado o aquel necesario para desarrollar actividades tecnológicamente complejas. Pero el tipo de conocimiento que subyace de forma subliminal tras la utopía de una Sociedad del Conocimiento, el conocimiento a través de la razón que debería proporcionarnos una mejor y más completa comprensión de la realidad, disminuye. Vivimos, gracias a la tecnología, en una Sociedad de la Información, que ha resultado ser también una Sociedad del Saber, pero no nos encaminamos hacia una Sociedad del
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