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Michel Foucault en 90 minutos.

Enviado por   •  20 de Febrero de 2018  •  14.591 Palabras (59 Páginas)  •  514 Visitas

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La madre movió algunos hilos para transferirlo a otra escuela, con el resultado de que el alumno patito feo se convirtió en cisne. Había de ser una especie de regla; Foucault saldría mal en exámenes importantes, pero lo haría brillantemente una segunda vez. A los veinte años, y al segundo intento, Foucault consiguió plaza en la École Normale Supérieure de París. Éste es el invernadero intelectual donde se pone a prueba la crème de la crème de los estudiantes de Francia. Ser normalien marca de por vida como una especie superior. La normalidad ha sido siempre algo excepcional en Francia, y los superintelectuales normaliens son a menudo un grupo extraño. Pero incluso allí destacó Foucault.

Para entonces, el Polichinela del patio de la escuela había desarrollado un carácter decididamente difícil. Durante el año anterior, aproximadamente, había adquirido gradualmente conciencia de que era homosexual, lo cual no sólo era ilegal en aquel tiempo, sino que era impensable en Poitiers. Paul-Michel no podía dirigirse ni siquiera a su amada madre en busca de guía y sosiego y, además, por entonces había reñido seriamente con su padre. El adolescente Paul-Michel rehusaba proseguir la tradición familiar y hacerse médico. Sencillamente, no le interesaba la medicina, y punto. Subía a su habitación a grandes zancadas, cerraba de golpe la puerta y se enfrascaba en otro volumen de historia. Cuando hizo el examen de ingreso en la École Normale Supérieure no cabía duda de que era un intelectual de pura sangre. (Fue cuarto en todo el país.) Pero tampoco cabía duda alguna de que tenía el temperamento impredecible de un pura sangre.

En París decidió llamarse sólo Michel (abandonando Paul, nombre de su padre). Los primeros años de Michel Foucault en la ENS habrían de ser una letanía de incidentes. En una oportunidad se rasgó el pecho con una cuchilla de afeitar; en otra hubo que retenerle cuando perseguía a un estudiante con una daga, y en otra le faltó poco para suicidarse con una sobredosis de pastillas. Bebía en demasía y experimentó ocasionalmente con drogas (algo muy minoritario en aquellos días lejanos). A vece desaparecía durante muchas noches, hundiéndose después en su dormitorio, con la mirada vacía y ojeroso, deprimido. Pocos adivinaban la verdad. Se torturaba con sentimiento de culpa a causa de sus solitarias expediciones sexuales.

Foucault era incapaz de vivir consigo mismo, y ninguno de los estudiantes de su dormitorio quería vivir con él. Le consideraban loco y peligroso, cualidades que parecía exacerbar su evidente brillantez. Ferozmente agresivo en la argumentación intelectual, no excluía el recurso a la violencia. Sus condiscípulos eludían su compañía y desarrolló dolencias sicosomáticas. Largos periodos en una cama solitaria de sanatorio le liberaban de la convivencia del dormitorio y le permitían leer copiosamente, incluso para los estándares de la ENS.

Se concentraba entonces el entusiasmo, en cierta manera fortuito, de Foucault por la historia. Comenzó a leer al filósofo alemán del siglo XIX Hegel, cuya filosofía pone énfasis en la coherencia y en el sentido de la historia. El propósito de la historia es el de un largo progreso hacia la realidad última de la razón y la autoconciencia. Según Hegel, «todo lo racional es real, y todo lo real es racional». Bajo la superficie de los hechos, la historia esconde una estructura. «En historia nos ocupamos de lo que ha sido y de lo que es; en filosofía, no nos concierne lo que pertenece exclusivamente al pasado o al futuro, sino lo que es, ahora y eternamente, esto es, la razón.» Historia y filosofía se unen en una sola cosa, una unidad que tiene relevancia inmediata en el presente. Foucault pasó de Hegel al filósofo alemán del siglo XX Heidegger, para quien la condición humana está determinada por elementos más profundos que la mera razón. «Todo el desarrollo de mi filosofía estuvo determinado por mi lectura de Heidegger», escribiría después Foucault. La excitación de su primer encuentro con el pensamiento de Heidegger fue descrita inmejorablemente por una alumna de éste, Hannah Arendt: «El pensar ha vuelto a la vida; se está dando voz a los tesoros culturales del pasado, que se creía muertos, con el resultado de que nos proponen cosas distintas de las manidas y familiares trivialidades que se pretendía que dijeran.» El pasado estaba vivo en el presente, y el modo en que comprendiéramos el pasado mostraba cómo podríamos entender el presente. La historia no consiste en registrar el pasado sino en revelar la verdad del presente. Tal era la tendencia a la que se adhería el pensamiento de Foucault.

Simultáneamente, la filosofía de Heidegger era objeto de intenso debate en los cafés de la Orilla Izquierda de París. El desencanto de la posguerra y la falta de fe en los valores tradicionales habían producido un entusiasmo generalizado hacia el existencialismo de Jean-Paul Sartre, que había recibido una fuerte influencia de Heidegger. El existencialismo de Sartre era muy subjetivista; creía que la «existencia es anterior a la esencia». No existe una condición humana, o subjetividad, esencial. La esencia la creamos nosotros mismos por la forma como existimos, elegimos y actuamos en el mundo. Del mismo modo, la subjetividad no es un elemento constante que permita una definición estática y limitadora. Está siendo creada continuamente, evolucionando constantemente, como resultado de la vida que llevamos.

Foucault absorbió muchas ideas de Hegel, Heidegger y Sartre, pero igualmente significativas fueron las ideas que rechazó. Se formó, en gran parte, en reacción a estos filósofos, especialmente a Sartre. Como personaje y como pensador, Sartre dominaba la escena intelectual parisina y su presencia se mantendría a lo largo de casi toda la vida de Foucault, a la vez como ejemplo y como aguijón a sus ambiciones. Las ideas de Sartre representaron un papel similar. Foucault sentía por temperamento aversión a permanecer durante mucho tiempo a la sombra de alguien. No sólo tenía ambición, sino también la terquedad suficiente para imponerse, aun cuando sus reacciones impulsivas fueran a menudo más lejos que sus ideas. No habría más figuras paternas; una había sido suficiente.

El joven estaba madurando con gran rapidez, tanto en lo académico como en lo personal. Su creciente seguridad intelectual iba de la mano de su autoconocimiento emocional. Aprendía a aceptar su homosexualidad y la violencia de su carácter era asumida representando ocasionalmente papeles sadomasoquistas.

La capacidad intelectual de Foucault comenzó a atraer la atención de personalidades rectoras de la ENS, que discutían sus ideas con él. Georges Canguilhem, que había sido examinador suyo,

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