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Autoconciencia personal y descubrimiento de la verdad

Enviado por   •  14 de Noviembre de 2017  •  3.712 Palabras (15 Páginas)  •  388 Visitas

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Concluyendo, que el hombre es uno, es para la antropología cristiana un dato vinculante,[22] pero esto no significa que ha de afirmarse sin más el monismo. Dicho de otro modo el ser humano no es sólo materia, ni sólo espíritu. Es carne animada y espíritu encarnado.

Es evidente que esta mentalidad positivista ha ido ganando terreno en el ámbito de la investigación científica.[23] Dicha visión olvida y desprestigia cualquier relación para con la metafísica y la moral ateniéndose tan sólo al mundo fenoménico. Sin embargo, es necesario afirmarlo, física y meta-física no pueden divorciarse tan fácilmente. En efecto, la «visión de la realidad» que maneja la ciencia es algo previo e indeducible de los resultados de la inquisición científica. Disputas científicas en el pasado y en el presente no se han resuelto, ni se resuelven con argumentos estrictamente físicos (a posteriori), sino que intervienen en buena dosis, argumentos metafísicos y místico-religiosos (a priori). De modo que la racionalidad científica no es tan «ocluida», sino que tiene fisuras por donde se cuelan otros «usos» de la razón tales como la filosófica[24] e incluso la teológica.[25]

Es sabido que el propio Kant, para quien no es posible una metafísica como ciencia,[26] puesto que las metafísicas resbalan sobre la realidad sin alcanzarla,[27] reconoce que hay problemas que atormentan a la razón, y que ésta no puede evitar porque se los plantea su propia naturaleza. Ahora bien, dichos problemas no pueden ser resueltos porque superan la capacidad de la razón humana.[28] De modo que si bien Kant corrobora el determinismo de la física de Newton, por otra parte, presenta a la metafísica como «un saber del que no podemos prescindir en absoluto».[29]

Wittgenstein también conocerá esta ambivalencia. Por un lado nos dice que «la mayor parte de las proposiciones e interrogantes que se han escrito sobre cuestiones filosóficas no son falsas, sino absurdas»,[30] pero, por otra parte confesará que «sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo».[31] En suma, el filósofo austriaco parece declarar que la ciencia, en su totalidad, no «roza» la vida. Y, por ello, la pregunta metafísica es invocación: «Orar es pensar en el sentido de la vida».[32] Dicho de otro modo, encontramos al menos sugerido –en Wittgenstein– que hay «funciones» no científicas del lenguaje que son sumamente importantes para nuestra vida. Este pensador comprendía que más allá del mundo de los hechos, había «algo» que al estar «fuera del espacio y el tiempo» dejaba al hombre en silencio.[33] «Lo inexpresable, ciertamente existe. Se muestra en lo místico».[34] Pero, sobre lo que no se puede hablar, es preciso callar.[35] Pero incluso, más adelante, el propio filósofo vienés sustituirá la teoría del lenguaje entendido como representación proyectiva de los hechos, por el modelo de los juegos de la lengua.[36] De este modo quedaba rota la aspiración de un lenguaje ideal, y se desvanecen las manías reductivistas. Wittgenstein afirma ahora que no hay propiamente un uso fijo y específico para las palabras.[37] Es decir, pueden nacer nuevos juegos de la lengua, mientras otros pueden incluso caer en el olvido.[38] Lo importante de todo esto, es que el lenguaje, deja de considerarse como una variable independiente de toda posible cultura. Ahora queda claro que él pertenece a la cultura humana.[39] Estamos lejos del angosto criterio de verificación. De modo que, ciertos lenguajes (entre los que se encuentra el religioso) los cuales no pueden ser medidos desde la lógica proposicional –verdadero o falso– constituyen fecundos ámbitos de investigación.

Lamentablemente, la mentalidad cientificista, en su pretensión exclusivista desoyó al mismo Wittgenstein y procedió a la «voladura» de la realidad, dejando tan sólo lo mensurable. Su credo reza: sólo hay superficie, es decir, la realidad objetiva de la física. Este postulado metodológico inhabilita a la racionalidad científica a alcanzar una visión coherente de «toda» la realidad.[40] De allí que voces autorizadas como las de Popper,[41] Bateson[42] y Prigogine[43] digan que con la ayuda de las ciencias sólo arañamos la superficie.

En suma, el campo propio de las ciencias es «la realidad empírica»; no «la realidad en sí». Olvidar, o descuidar este postulado conduce al reduccionismo cientificista en el cual la «realidad» no presenta saltos cualitativos, sino que queda reducida a «lo» cuantificable y objetivo, negando la realidad subjetiva: el hombre. Así, tanto el neopositismo en la figura de Carnap,[44] como luego la antropología estructural decretaron cumplido lo que Foucault afirma de Nietzsche: «más que de la muerte de Dios [...], lo que anuncia el pensamiento de Nietzsche es el fin de su asesino».[45]

Por otra parte, la crítica a la pretensión ilustrada que partía de una razón universal ha originado la fragmentación de la razón –tal como propugna el pensamiento débil[46]– escindiendo la cultura a esferas independientes (ciencia, ética, estética) como si cada una de ellas tuviera una fundamentación racional absolutamente independiente sin la más mínima pretensión de alcanzar una teoría unificadora y universal. Este relativismo defiende que sólo pueden establecerse criterios correctos de comprensión y de acción dentro de un entorno cultural determinado (contextualismo), sin posibilidad de extenderlos más allá del contexto cultural concreto. Nada claro acerca de la verdad y la bondad de nuestras teorías y acciones puede adquirirse. Todo está permitido, y, por tanto en la lógica de lo humano se impone la fuerza o los equilibrios fácticos por encima de la lógica de la razón. Sin embargo, hemos de afirmar que este relativismo es inhumano.[47] En efecto, en no pocas ocasiones habilita la violencia, la falta de respeto a los derechos humanos, y la legitimación de situaciones injustas.

Según lo dicho, el conocimiento de la realidad objetiva no es indiferente a la cuestión antropológica, sino que repercute de forma impactante. De allí se desprende una gran posibilidad: cuanto más el hombre «conoce la realidad y el mundo tanto más se conoce a sí mismo como ser único en su género y le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia.»[48]

Este ser particular que es el hombre –por naturaleza– no se contenta con lo novedoso y el cambio permanente, rindiendo culto a lo efímero,[49] sino que busca la verdad, sin contentarse con verdades parciales. «Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida».[50] Pues

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