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El Liderazgo proactivo y acción personal

Enviado por   •  25 de Octubre de 2017  •  2.711 Palabras (11 Páginas)  •  412 Visitas

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Por el contrario, las personas reactivas centran sus esfuerzos en el círculo de preocupación (los defectos de los demás, los problemas mundiales y demás circunstancias sobre las que no tienen ningún tipo de control).

De ello resulta angustia, sentimientos de culpa e impotencia. Todo esto, combinado con la desatención de las áreas en las que sí podrían hacer algo, les lleva a una reducción de su círculo de influencia (por otorgar a las cosas que no están en su interior el poder de controlar su mente y sus energías).

El círculo de preocupación está lleno de «tener» (si tuviera un buen jefe, si tuviera una casa más grande, si tuviera un doctorado, si tuviera un hijo más dócil, si tuviera...).

El círculo de influencia está lleno de "ser" (puedo ser más paciente, ser cariñoso, ser más sensato, más creativo, más cooperativo...).

El centro está, en este caso, en nuestro carácter, el que vamos conformando con nuestras decisiones mejorando esa parte del «problema» que somos nosotros mismos.

Si pensamos que el problema está ahí fuera, le otorgamos el poder de controlarnos. Pero nuestra felicidad no tiene que depender de que cambie lo de fuera. Empecemos por cambiar nosotros, nuestra actitud; trabajemos sobre nuestros defectos, seamos distintos, y así, además, pondremos las bases para poder provocar un cambio positivo en nuestro entorno.

Vemos, pues, que al elegir nuestra respuesta a las circunstancias, influimos poderosamente sobre las mismas y sobre nuestra capacidad de seguir influyendo en un círculo cada vez más amplio.

Para guiar ese esfuerzo, y todos los que nos encaminen a mejorar nuestro desarrollo personal, hemos de centrarnos en lo que es factible en cada momento. En

este sentido, es bueno recordar la oración de Marco Aurelio:

«Señor, dame valentía para cambiar aquello que debo cambiar, paciencia para aceptar lo que no puedo cambiar, y, sobre todo, sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.»

Nuestra libertad interior de elegir es lo que nos diferencia del reino animal. No estamos determinados por la naturaleza o por el entorno. Sólo estamos condicionados.

Los seres humanos somos centros de libertad; para que la libertad sea operativa hay que ejercerla a través de la racionalidad, juzgando en cada ocasión qué conviene hacer, no dejándonos llevar por lo que más apetece en cada momento.

De hecho, es en esos momentos de conflicto entre lo que me apetece y lo que veo racionalmente que conviene cuando nos jugamos nuestros grados de libertad futura para la siguiente decisión. Veamos esto con algo más de detenimiento.

MADUREZ AFECTIVA

Como veíamos más arriba, ser persona supone tener necesidades materiales, cognoscitivas y afectivas.

Pues bien, el proceso de aprendizaje hacia la humanización pasa, indefectiblemente, por el desarrollo de la afectividad.

A medida que voy captando racionalmente al otro con un modelo completo de persona, actúo en consecuencia y voy interiorizando ese modelo, lo cual desarrolla mi afectividad.

Todos conocemos algún directivo que instrumentaliza a sus subordinados y los trata como puros medios para su éxito personal.

Lo interesante es ver cómo esa persona trata a sus «amigos» (si es que los tiene) o incluso a su cónyuge o a sus hijos, porque el paradigma que usa en sus decisiones sobre las personas que trata acabará siendo el mismo en uno y otro contexto.

El decisor es el mismo en casa y en el trabajo, y los aprendizajes tras cada decisión se los lleva puestos.

No es posible vivir en una esquizofrenia constante. Y si sigue tratando a todas las personas como puros medios, acabará entrando, en un momento u otro de su vida, en un terrible vacío existencial.

A veces, esta experiencia tarda en llegar porque el directivo está dopado con espejuelos de éxitos profesionales (y mientras tanto hace la vida imposible a los más cercanos), pero cuando llega algún fracaso, las consecuencias son nefastas y predecibles.

De hecho, la afectividad se parece al oxígeno en que ambos son necesarios para vivir bien, pero así como el oxígeno en cuanto falta lo notamos y vamos corriendo a buscarlo, la falta de desarrollo afectivo puede no notarse hasta que cristaliza como una patología en nuestra personalidad.

Y entonces, la pregunta es: ¿cómo ayudar a esas personas a ser mejores directivos? ¿Cómo desarrollar esa capacidad de afecto -la capacidad de amar- en personas que la tienen bajo mínimos?

Hoy «a cualquier cosa se le llama amor. Existen muchas palabras relacionadas con él: enamorarse, querer, desear, gustar, buscar, necesitar... Hay muchos matices, y la educación es necesaria para saber distinguir entre unas y otras.»

Ante todo tenemos que diferenciar entre emociones o sensaciones -que nos vienen más o menos dadas-, y sentimientos o afectos -que son aprendidos-.

La persona tiene tres potencias a desarrollar:

la capacidad de querer (voluntad), la capacidad de hacer (acción), y la capacidad de sentir

El proceso de aprendizaje para el desarrollo de la afectividad empieza, pues, por querer (racionalmente) hacer algo por otro por el que quizá no sentimos nada positivo ahora (aunque quizá sí lo habíamos sentido con anterioridad...).

Y ese algo tiene que ser algo factible para nosotros (cada uno sabrá cuan alto puede ser ese escalón a saltar), lo cual supondrá un esfuerzo por nuestra parte y no seguir el circuito de lo más atractivo en ese momento sino lo que nos presente nuestra racionalidad como más conveniente en esa circunstancia. Si damos ese paso y hacemos operativo lo que hemos pensado, la consecuencia es que crece nuestra capacidad de sentir algo por esa persona.

Las etapas del proceso para el desarrollo afectivo serían, pues, las siguientes: capto el valor del otro racionalmente, quiero efectivamente hacer algo, lo hago influir en mis decisiones, lo hago operativo, y, como consecuencia, crece mi virtud y mi sentimiento; es decir, me humanizo. Por otro lado, la gran mayoría de las veces se pone en marcha el principio de reciprocidad en las relaciones humanas, y así también es frecuente que la otra parte empiece a cambiar su actitud y sentimientos hacia quien dio ese primer paso para mejorar la relación.

LA

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